Francis Girod comenzó su carrera como ayudante de los cineastas de la Nouvelle Vague francesa. La temática un punto ácrata y un mucho caótica de aquel movimiento que cambió la forma de ver el cine en el mundo se transparentaba en este primer filme de Girod, cuyo argumento gira en torno a un hecho real sucedido en Francia a principios del siglo XX.
Un trío de inmorales decide enriquecerse por el expeditivo procedimiento del mítico Landrú, enamorando a señoras de riñón bien cubierto y haciendo desaparecer después los riñones y el resto del cuerpo por procedimientos poco diplomáticos. Hay una intención tan evidente de epatar, de provocar, por parte del director, que la historia pasa a un segundo plano, quedando delante la propia pretensión de ser sádico o morboso. El tiempo, que suele poner todas las cosas en su sitio, hace que hoy esta película, en su momento piedra de escándalo, sea visible casi para ursulinas.
Lo mejor de la película es su reparto, al frente del cual aparecen dos de los mejores actores del cine europeo de la segunda parte del siglo XX, Michel Piccoli, un duro que dejaba traslucir a veces cierta ternura, y Romy Schneider, la musa de toda una generación, capaz de pasar del pastelero Sissi a la patética Muerte en directo. Junto a ellos figura también Andréa Ferréol, la siempre notable secundaria de La grande bouffe (La gran comilona) o Zoo.
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