El cine lituano es de los más modestos de las repúblicas bálticas. Su producción audiovisual apenas supera el medio millar de títulos desde el comienzo del cine. Tampoco se puede decir que la calidad brille en esa menguada producción. El verano de Sangaile es buena prueba de ello. Consiguió todos los premios habidos y por haber en su país, e incluso en algunos festivales de segundo orden, y hasta el premio a la mejor dirección en Sundance, que se ve que ese año estaba cortito con sifón.
Porque si la mejor dirección de Sundance de 2015 fue la de la realizadora Alante Kavaite en esta película, entonces es que esa edición debió ser bastante endeble. Porque, digámoslo ya, El verano de Sangaile es una de esas petulantes, fatuas obras, que pretenden ser más grandes que la vida, y, como suele suceder en estos casos, terminan siendo mucho más pequeñas que la vida y que cualquier otra cosa.
Adolescente que frisa la mayoría de edad, en la Lituania actual: está fascinada por las acrobacias que se realizan en el aeródromo cercano a su casa, aunque padece de vértigo. Cuando una de las azafatas del evento acróbata le pone en bandeja un vuelo de regalo, lo rechaza. Pero la azafata busca con esa treta acercarse a ella más allá de la amistad: entre ambas se entrelaza entonces un nudo sentimental, sexual.
Empanada mental podría ser un buen título para este filme, que juega a muchas bandas, pero a ninguna bien. Habla de sexo sáfico, desde luego, con un tratamiento formal tan relamido y empalagoso que recuerda películas como aquel Bilitis de David Hamilton (aunque sin el preciosismo del fotógrafo y realizador británico). Habla también de problemas generacionales, materno-filiales, con madre que añora sus esplendorosos tiempos de prima ballerina, y lo paga en dureza con su hija, que a su vez lo canaliza a través de continuas autolesiones. El vértigo es otro de sus problemas, tal vez como trasunto de su dolor como hija, lo que le infunde un miedo a volar que no será sino la metafórica barrera que deberá vencer para hacerse con los mandos de su vida… Eso además de un tratamiento formal que a ratos parece jugar a la evanescencia y otras tiene tintes bressonianos, que ya son tonos dispares. Y el juego numérico con el 17, y algunos onirismos de pitiminí… demasiados temas, demasiadas estéticas, demasiados estilos. No hay progresión dramática, los personajes están pintados como a brochazos, el eje argumental da bandazos constantemente… Vamos, lo que se dice una “obra maestra”.
Alante Kavaite tiene una todavía muy corta carrera como guionista y directora. Aunque aquí parece que la ha venido a visitar un santo, por el impacto que ha tenido una nadería de este calibre, tengo para mí que su carrera no va a ser larga: con lo aquí demostrado, desde luego, no puede llegar muy lejos, lo diga Sundance o el sursuncorda.
88'