CINE EN PLATAFORMAS
ESTRENO EN MOVISTAR+
El contacto de Reyes Gallegos Rodríguez con el cine, hasta donde sabemos, surgió a raíz de formar parte del equipo de localizaciones de la serie de Movistar+ El hijo zurdo, dirigida por Rafael Cobos, hasta entonces conocido fundamentalmente por ser el talentoso coautor de la mayoría de los films y series de Alberto Rodríguez. Reyes también había hecho ya algunos pinitos en el campo del audiovisual, como prolongación obvia de su trabajo como arquitecta y urbanista, su faceta profesional, desempeñándose como profesora en la Universidad de Sevilla.
De aquel encuentro de Gallegos y Cobos en El hijo zurdo nos parece que viene este interesante, modesto, pero sin duda muy apreciable documento (casi más que documental...) que es Ellas en la ciudad, un film que busca realizar un cálido acercamiento a las mujeres que, cuarenta o cincuenta años atrás, consiguieron que los humildes barrios obreros entonces recién construidos en Sevilla fueran algo más que unas desoladas moles de hormigón, unas frías construcciones hechas en medio de la nada en las que no había ni los más elementales servicios.
Esas mujeres (Nati, Victoria, Juana, Toñi, Mina, entre otras muchas) fueron las que infundieron vida y sentido humano a aquellas nuevas obras producto del gigantismo típico del desarrollismo del régimen franquista de los años sesenta y principios de los setenta, cuando el modelo de ciudad en Sevilla viró sustancialmente desde el tradicional de los patios sevillanos hacia las nuevas barriadas, en la periferia de la urbe, a donde se trasladarían las nuevas generaciones que fundaban nuevas familias. De esta forma surgieron enclaves casi extramuros de la ciudad como los barrios Alcosa, San Diego y La Oliva, barrios dotados con miles de viviendas pero sin (literalmente...) ningún servicio: ni colegios, ni tiendas, ni ambulatorios, incluso con un transporte público tan demorado que, con la gracia exagerada de los andaluces, se decía que se tardaba más en ir al centro de Sevilla que a Madrid...
A esas mujeres anónimas es a las que rinde un sentido homenaje este documental ciertamente necesario, desde un punto de vista antropológico, pero también social, por cuanto nos habla del poder de la voluntad, de la tenacidad de aquellas mujeres que, casi siempre sin formación ni estudios, y en ausencia de sus hombres (que trabajaban, literalmente, de sol a sol), no solo sacaron adelante a sus hijos, sino que, además, se convirtieron en las esforzadas activistas cívicas que consiguieron que sus barrios, los lugares donde moraban, fueran algo más que meros arrabales-dormitorios para convertirse en zonas “vivibles”, donde cosas tan simples como comprar una barra de pan o que los niños fueran al cole y después al instituto eran imposibilidades metafísicas.
El documental se inicia con la directora hablando en off, confesando hasta qué punto el urbanismo actual la hacía infeliz, y cómo la búsqueda de otros caminos, como hablar de la gente anónima que supo “hacer barrio” medio siglo atrás, le descubrió una hermosa realidad que entendió que debía ser compartida con otros. Ese, evidentemente, ha sido el motor de este muy estimable documental, que se apoya, como decíamos, en un medido guion escrito a cuatro manos con Rafael Cobos, que evidentemente ha puesto el conocimiento cinematográfico para que el film resulte ameno, a ratos incluso intrigante, siempre atractivo. Con buen criterio, Gallegos y Cobos dan la palabra fundamentalmente a aquellas heroínas anónimas que ahora, medio siglo después, con setenta y tantos u ochenta y tantos años encima, echan la mirada atrás, y nos cuentan, con sus propias palabras (a la vez de la calle pero también con la pátina cultural que ellas mismas, con su tesón, se procuraron), cómo fueron aquellos inicuos inicios en La Oliva, en Alcosa (que tomó su nombre, como bien recuerda una de las protagonistas, de su constructor, el valenciano Alfredo Corral), en San Diego, además de otros barrios igualmente populosos y trabajadores, como Pino Montano o el Polígono de San Pablo. Estragadas por el paso del tiempo, ataviadas con sus batitas o sus “tontitos”, con su ropa humilde y modestamente acicaladas para salir en la pantalla, ellas nos hablan entrañablemente de aquellos tiempos horribles en los que luchar por lo evidente era como pedir la luna, de cómo consiguieron colegios, o institutos, o servicios médicos, o transportes urbanos dignos de ese nombre, o escuelas para adultos, a base de cortar calles, de manifestarse incesantemente, de luchar sin perder la fe en conseguir sus tan justos objetivos. También nos enteramos de cómo aquellas heroínas, cuando se abrió el primer colegio y no tenía vallas, ellas mismas, durante el recreo, se colocaban como verjas humanas, las manos tomadas las unas con las otras, para que sus hijos tuvieran un espacio acotado en el que poder jugar con seguridad; o cómo, echándole más valor que el Guerra, cuando llegó la epidemia de droga que asoló la ciudad (y el mundo...) durante los años setenta y, sobre todo, ochenta, tomaron posesión de los bancos de los parques de sus barrios para que no pudieran aposentarse en ellos los torvos camellos de turno para su siniestro comercio de muerte.
Así que se entiende perfectamente que Gallegos (y con ella, Cobos, que actúa aquí, además de cómo coguionista, como productor ejecutivo), se hayan sentido tan concernidos en contar esta historia que parece pequeña pero que, en realidad, es grande, incluso enorme: la fuerza de voluntad de un buen número de mujeres que, contra toda esperanza, fueron capaces, cuando la dictadura aún existía, o después, cuando persistía atrincherada en las instituciones, de darle la vuelta a los desangelados mamotretos de cemento y acero para convertirlos (sin magia potagia, sino con su titánico esfuerzo) en espacios habitables, en sitios con alma, en lugares que ellas solas (porque los maridos bastante tenían con el “de sol a sol”) fueron capaces de dotar de humanidad.
Como siempre tiene que haber un pero, Reyes Gallegos se adorna, especialmente durante la primera parte del documental, con el recurso de la pantalla partida, que aquí, la verdad, no tiene mayormente sentido. Pero es una pega menor, propia de una cineasta bisoña que aún no sabe que los recursos fílmicos deben usarse cuando proceden, y no gratuitamente. Mucho mejor es la utilización reiterada de algunas de esas mujeres caminando con el carro de la compra, como metáfora de su lucha, de su esfuerzo callado y diario, de su brega para hacer de un erial un lugar habitable y habitado.
Una de estas entrañables heroínas, ya casi al final del documental, pronuncia una frase que resume no solo el espíritu de aquellas mujeres indomables, sino también la necesaria actitud de la que debería tomar nota las generaciones venideras: la vida es como una bicicleta; si dejas de pedalear, te caes...
¡Qué verdad es...!
(12-06-2025)
70'