ESTRENO EN MOVISTAR+.
Rafael Cobos (Sevilla, 1973) era hasta hace bien poco “el guionista” de Alberto Rodríguez, por aquello de que había sido su colibretista habitual desde casi los inicios de la carrera de Alberto (en concreto desde 2005 con 7 vírgenes, el tercer largo de Rodríguez y segundo en solitario); aunque había intervenido también en el guion de otros films, como Toro o Las gentiles, en general su nombre se asociaba al del notable cineasta de El hombre de las mil caras. Como una evolución natural, Cobos, con buen criterio, y sin abandonar la escritura cinematográfica, está pasando al terreno del control total del producto audiovisual: ya lo hizo como “creador” o “showrunner”, en comandita con Rodríguez, de La peste. La mano de la Garduña, la soberbia continuación de la extraordinaria miniserie La peste, de Alberto, y ahora da el salto como creador en solitario (bien que con el experimentado Paco R. Baños como codirector de 4 de los 6 episodios) de esta miniserie de 6 capítulos, El hijo zurdo, de la que adelantamos que nos ha dejado un sabor agridulce, aunque a la postre más positivo que negativo.
La serie se ambienta en nuestros días, en Sevilla, en una Sevilla en general alejada de las postalitas de rigor, aunque aparezcan episódicamente algunas de las imágenes típicas de la Sevilla inevitable, como la Torre del Oro y varios de los reconocibles puentes de la ciudad, pero también algunos barrios digamos chungos... Conocemos a Lola, una mujer de clase alta, casada con Rodrigo, ambicioso político cortito de escrúpulos que es la mano derecha (y amante...) de la alcaldesa de la ciudad, a la que aspira a suceder cuando ésta dé el inminente salto al gobierno de la comunidad; a Lola la llaman de comisaría: su hijo Lorenzo, de 17 años, ha sido detenido por dar, junto a otros, una paliza a un chico marroquí. Incrédula, Lola, que es zurda pero tiene el brazo izquierdo escayolado al rompérselo cuando se cayó durante una borrachera (nos enteramos que es alcohólica y también que está permanentemente empastillada), acude a comisaría, donde conoce a Maru, la madre del llamado Loco, amigo de Lorenzo, ambos de extracción muy humilde; la mujer, de hecho, trabaja como limpiadora. Lola consigue que liberen a Lorenzo en comisaría cuando revela que el padre del chico es el influyente Rodrigo, pero de vuelta a casa, cuando el adolescente no consigue que su madre le crea en cuanto a que él no golpeó al marroquí, se lanza del coche en marcha y huye sin que la madre pueda alcanzarlo...
Tiene El hijo zurdo varias virtudes y también algunos defectos. Empezaremos por los primeros: gusta el estilo, que recuerda poderosamente la clase del cine de Alberto Rodríguez, del que, parece evidente, Cobos ha aprendido, y mucho. Gusta el look de la miniserie, perfecto en todos sus aspectos formales: la matizada fotografía de la boliviana Daniela Cajías, adaptada al tono oscuro y sombrío de los primeros capítulos, para ir aclarándose hacia el final, cuando, tibiamente, parece atisbarse en el horizonte algo parecido a la esperanza; la hermosa, melancólica música del maestro Julio de la Rosa, que demuestra por qué tiene ya en su carrera todos los premios habidos y por haber (Goya, Carmen, Feroz, CEC, ASECAN...)... Gusta el tema, un drama intergeneracional sobre la (in)comunicación entre madre e hijo, que degenera en una rebelión más allá de la típica de la adolescencia, cuando se buscan referentes externos al no existir los internos: el padre desconectado, solo atento a su carrera política; la madre, ninguneada en sus aspiraciones vitales de juventud, abandonada a una desidia suicida; la hermana mayor, doña Perfecta, el espejo en el que le es imposible mirarse. Se aprecia el gusto de Cobos por los símbolos, cargados de significado: ese avión comercial que Rodrigo ve intermitentemente, un avión milagrosamente suspendido en el cielo, quizá una metáfora sobre su propia vida, una continua huida hacia ninguna parte; esa escayola de la que Lola es liberada y con ello recupera su brazo izquierdo, su peculiaridad, la que la hace distinta, como le ocurre también a su hijo, igualmente zocato... Gusta la relación de Lola con Maru, dos mundos tan distintos, inicialmente renuente la rica, con ese escrúpulo del que lo tiene todo y recela de quien no tiene nada, pero en la que, poco a poco, y como un elemento más de su vuelta a lo que podríamos llamar una vida más o menos normal, habrá un acercamiento entre dispares, al final dos mujeres, dos madres atribuladas por las andanzas de los hijos desafectos.
Pero también observamos algunos errores, que no seríamos objetivos si no los mencionáramos: la escasa duración de cada episodio de la miniserie, unos 20 minutos, con lo que apenas hay tiempo para entrar en materia, yéndose cada capítulo en un pispás, sin dar lugar a que el espectador pueda conectar, pueda empatizar con esta mujer atribulada ni con su familia tirando a desestructurada. Se entiende que Movistar+ exigiera, probablemente, una miniserie de al menos 6 capítulos, para darle al producto la duración mínima que se considera estándar para un audiovisual como éste, pero nos hubiera parecido mucho más lógico una miniserie de 3 capítulos de 40 minutos, en los que el espectador puede entrar y concentrarse, en los que poder desarrollar más adecuadamente el arco dramático correspondiente. En cualquier caso, la decisión estratégica está tomada y no hay vuelta atrás. También nos han llamado la atención algunas cuestiones, como el tono ascendente de la miniserie, que empieza un tanto floja, con algunos lugares comunes al uso (la madre que se entera de que su hijo es un sociópata, cuando no un nazi racista, y que se entera porque quizá no quiso enterarse antes, cuando estaba en proceso, en riesgo de ello), para, poco a poco, ir encontrando su camino, su voz, su tono, rematando en un último episodio modélico, donde todo confluye, donde (tibiamente, pero es que no había otra forma) parece que la esperanza se abriera camino. Como le dice Maru a Lola, cuando apalizan a Lorenzo y tiene que volver a aprenderlo todo: qué suerte has tenido... es como en el instituto, si te va mal un año, repites, pero puedes empezar de nuevo... como tú ahora...
Historia de un reseteo, entonces, este El hijo zurdo es irregular pero sin duda estimulante, un oasis entre tanto thriller truculento como suele inundar la programación de las plataformas, una historia de verdad sobre seres humanos de verdad, aunque es cierto que algunos (el político ambicioso que solo piensa en su carrera) suene un poquito a estereotipo. Pero el conjunto es positivo, un relato punzante con un final esperanzado, una historia depresiva en cinco de los seis capítulos, quizá lo adecuado para que esa esperanza en el último capítulo, aun siendo leve, sutil y difuminada, sea estruendosa por comparación con la trama anterior. Se agradece mucho que el retrato de las clases bajas no sea, como es también tan habitual en las series al uso, el de gente canallesca, el de delincuentes natos, sino, como Maru, una trabajadora incansable, una luchadora vital.
Buen trabajo actoral en general, con una María León que ensaya atinadamente un tono distinto al suyo habitual, generalmente tan dicharachero: aquí es la madre empastillada, medio lela por ello, que habrá de enfrentar un brutal reinicio de su vida si quiere volver a ser quien realmente es, esa mujer zurda, esa mujer especial, como especial es su hijo, el hijo zurdo. El papel del chico, por cierto, lo hace el jovencísimo Hugo Welzel, todavía de escasa experiencia ante la cámara, pero ciertamente nos parece que tiene madera, como la actriz que hace de su hermana, Numa Paredes, hija de Mercedes Hoyos, de la que hay que decir, como el refrán castellano, aquello de “dichosa la rama que al tronco sale”, porque la joven, todavía tan inexperta, da toda una lección de seguridad y saber estar. Por supuesto, Tamara Casellas está soberbia, en un personaje, el de la madre de clase humilde, en el que podría haberse pasado de rosca a poco que hubiera cargado las tintas.