CINE EN PLATAFORMAS
[Esta película forma parte de la Sección “Arts” del ATLÀNTIDA MALLORCA FILM FEST’2024. Disponible en Filmin por tiempo limitado]
El cine que juega con el llamado “metraje encontrado” (“found footage” en el original inglés), utilizado para, a partir de un material concreto, hacer algo distinto, artístico, nos parece que tiene su culmen en My mexican bretzel (2019), de Nuria Giménez, en la que la directora catalana, a partir de cierto celuloide llegado a sus manos casi de carambola, construía una historia ficticia sobre imágenes de gente real, imaginando lo que no fue, pero podría haber sido. Por supuesto, cuando hablamos de “found footage” no nos referimos a lo que habitualmente se conoce con ese nombre en cine comercial, el “falso” metraje encontrado de pelis como El proyecto de la bruja de Blair o Monstruoso, sino de imágenes realmente tomadas y que, como en este caso, se utilizan para dar forma a un film.
Estamos ante lo que podría considerarse una especie de catarsis: la directora, Mona Achache, nacida en París en 1981 y con una carrera como directora desde 2004, concibió hace unos años la realización de una película sobre su madre, la escritora, fotógrafa y actriz Carole Achache, suicidada en 2016 en su casa. Cuando Mona se hizo cargo de la vivienda, encontró un ingente material de la vida de la madre, formado por miles de fotos, por cientos de bobinas de películas domésticas, por multitud de cintas de casete con audios de su progenitora, por centenares de cuadernos que su madre había ido escribiendo a lo largo de décadas, desde su primera juventud, en los que iba relatando cosas, algunas tremendas, que Mona desconocía absolutamente. Aquel impresionante material, que le descubría a la madre que no conocía, le hizo concebir este ciertamente interesante, a ratos desolador retrato, pero también homenaje y reconciliación, de Mona sobre su madre Carole.
Para ello Mona concibió hacer un docuficción, en el que la actriz Marion Cotillard interpretaría a Carole; a medias entonces entre el documental puro y la ficción o dramatización sobre los hechos ocurridos, la película encuentra pronto su tono en cuanto vemos que, lejos del típico y tópico documental académico, Mona Achache opta por el camino más complejo, más difícil, pero también, a la postre, más agradecido, del documental artístico, jugando con Marion como Mona, pero filmándola también en la (supuesta) primera entrevista antes de aceptar la diva hacer el papel, y también en numerosas ocasiones viéndola cómo prepara el personaje, cómo se aprende sus diálogos o monólogos. Estamos entonces en una suerte de metacine, en el que el cinematógrafo utiliza el propio cine para contar su historia, con frecuencia hecho como a fogonazos, a la vez que asistimos en buena medida al proceso de realización del documental, que se convierte así en parte del propio documental
Nos vamos enterando así, como a destellos, de la historia de Carole Achache, hija de la escritora Monique Lange y del historiador Jean-Jacques Salomon; Carole, que creció en un ambiente de exquisita intelectualidad, en el París de los años cincuenta, en un momento de gran efervescencia cultural, conociendo de primera mano a personalidades como Marguerite Duras, Jorge Semprún o Jean Genet; habla Carole en sus cuadernos de que este último abusó sexualmente de ella en su primera adolescencia, atrocidad a la que la propia Carole responsabilizará de su agitada biografía posterior: tras esos abusos, ya adulta, la mujer encontrará una ilusión en los hechos revolucionarios del Mayo Francés, para después pasar por varias etapas: la de adicta a las drogas, la del viaje a Nueva York, donde tendrá que dedicarse a la prostitución (aunque mayormente le traía al fresco lo de vender su cuerpo, pero no lo que ello suponía en cuanto a pérdida de libertad), para en los años ochenta volver a Francia, donde casará con Jean Achache, formando una familia al uso, con el que tendrá dos hijos, uno de ellos Mona, la directora del documental.
Estamos entonces ante un relato melancólico, nostálgico, sobre la madre de la directora o quizá sobre el recuerdo de la madre, reconstruido por la cineasta a partir del inmenso tesoro sentimental que supuso el hallazgo de ese arsenal de recuerdos. Es cierto que el film, a ratos, resulta un tanto pedante (bueno, el cine francés, en general, suele ser bastante pedante, lo que no significa que no tenga interés, ni mucho menos…), y que se echan en falta algunos rótulos que indiquen quién aparece en pantalla: no todo el mundo tiene que saber reconocer la cara de Marguerite Duras o de Marguerite Yourcenar, por ejemplo, o bien hacer algún tipo de alusión en off que las identificara. Pero con todo son peros menores a un documental artístico que, sin duda, es muy especial, peculiarísimo en su mezcla de documento sonoro y visual con el homenaje sentimental, emocional, que Mona Achache rinde a su madre, una mujer de existencia airada, una bohemia radical, quizá tópicamente bohemia y radical, pero sobre todo una mujer verdaderamente libre que hizo de su vida lo que quiso: incluso cuando se deslizó sin remisión por el camino de la autodestrucción, matarse fue una decisión absolutamente libre.
Hay algo hipnótico en las imágenes de la película, en un documental muy trabajado, muy artístico, con un montaje extraordinario, pura orfebrería. Hay también, y sobre todo, un espléndido trabajo de Marion Cotillard, en el que la veremos cómo transita desde su propia persona de actriz al personaje de Carole Achache, cómo va haciendo suyo el rol a base de vestirse con su ropa, ajustarse sus gafas, ponerse la peluca que la aproxima a la imagen de la madre de Mona, incluso tocar, convertir en propios objetos banales de uso diario, como el bolso, o la cartera de la mujer ya difunta que, sin embargo, revivirá ante nuestros ojos, con su cuerpo, con su cara, a lo largo del film. Así, Marion se entregará totalmente al personaje, intentando reproducir el desmesurado temperamento de Carole; la vemos entonces no solo interpretando el papel, sino también preparándoselo, repitiendo las frases de su rol, memorizándolas, con lo que se consigue un extrañamiento muy curioso, contemplando al personaje y a la actriz a la vez en pantalla. Brilla especialmente la eximia Cotillard en la confesión a tumba abierta sobre su doloroso pasado, en plano secuencia y en primer plano, en un tremendo esfuerzo artístico, como también en la escena en la que, frente a Mona Achache (la hija de su personaje, la directora de la película), consigue unos momentos de inusitada tensión dramática, terminando en los brazos de su hija/directora, ambas tan bañadas en lágrimas como el propio espectador.
Es el film también muy crítico con el abuso y la violación de las mujeres a lo largo de la historia, aquí ejemplificado en la denuncia de que las tres mujeres que, en algún momento, protagonizan la película, fueron objeto a lo largo de su vida de agresiones sexuales, a veces incluso de forma continuada, con frecuencia también dentro de su entorno familiar o afectivo; así, Monique Lange, la abuela, en los años cincuenta, fue violada en Pamplona, durante los sanfermines, por una cuadrilla de hombres (¿les suena? Los de la llamada “Manada” no inventaron nada…); Carole, a su vez, en los sesenta, fue iniciada en el sexo aún preadolescente por Jean Genet, amigo de la familia y hacia quien la mujer manifiesta sentimientos encontrados; la propia Mona, la directora, sería “visitada en su dormitorio”, en Marrakech, a principios de los noventa, cuando apenas era también una preadolescente, por Amir, el amante de su padrastro Juan Goytisolo. Así que la película es, también, un nuevo aldabonazo contra la intolerable violencia sexual contra las mujeres, que (a la vista está) se perpetúa a través de las generaciones, reproduciendo constantemente un crimen que no parece tener fin.
Como curiosidad, resulta peculiar que todos (y cuando decimos todos, son todos…) los hombre en la vida de Monique y de Carole (ya no en la de Mona) se han llamado Jean, o su equivalente en otras lenguas; veamos: el esposo de Monique y padre de Carole se llamaba Jean-Jacques Salomon, y la posterior pareja de Monique, decenios más tarde, sería el escritor Juan Goytisolo; el hombre que inició a Carole en el sexo tan tempranamente fue Jean Genet; el primer amor ya de adulto de Carole, con el que se fue a Nueva York, se llamaba también Jean; y su marido, con el que casó ya en los ochenta, de vuelta a Francia, era Jean Achache…
Dos escenas culminan bellísimamente, tristemente, lánguidamente, esplendorosamente, este documental artístico: en la primera, Mona, en su papel de hija de Carole, narra cómo fue encontrada su madre en la biblioteca de su casa, colgada de la estantería, mientras vemos en pantalla, sobreimpresionada, sobre el fondo atiborrado de libros de los estantes, la figura de un funambulista, en blanco y negro, el mismo que, tiempo atrás en el documental, hemos sabido que fue el amor absoluto de Genet, y cuya caída sin red desembocaría en su posterior suicidio, por ahorcamiento, al quedar imposibilitado de volver al alambre; la segunda, ya al final, nos presenta el estudio de Carole, ya vacío de todo menos de una imagen fotográfica de ella, en blanco y negro, que siluetea su figura, desnuda y de espaldas, arrodillada; la foto, a tamaño natural, parece apoyada sobre la pared; el fondo en plano general de esa oficina vacía transita despaciosamente mediante un encadenado hacia un paisaje marítimo, la arena de la playa en primer término, el mar al fondo; Mona entra en plano, también de espaldas, y se pone de rodillas junto a la foto de su madre, ambas hipotéticamente mirando al mar, quizá el de su amado Marrakech; en un gesto afectuosamente protector, Mona se quita la rebeca y se la echa sobre los hombros a la desnuda silueta fotográfica de su progenitora; poco después, inclina la cabeza sobre el hombro de Carole…
(21-07-2024)
95'