CINE EN PLATAFORMAS
ESTRENO EN PRIME VIDEO
Tras experimentar con otros géneros, como el fantástico, en Wonderstruck. El museo de las maravillas (2017), o el thriller de denuncia social, en Aguas oscuras (2019), experimentos saldados con (a nuestro juicio) sendos fracasos, Todd Haynes vuelve al territorio donde mejor se desenvuelve, el drama puro y duro, un drama siempre irisado de temas y estilos controvertidos, turbios. Una vez que Haynes dejó atrás su etapa de director militantemente gay en films como Poison o Velvet Goldmine, encontró su tono en Lejos del cielo, tan Douglas Sirk, pero también en el drama/thriller lésbico Carol, adaptando a una novelista tan sugerente pero también heterodoxa como Patricia Highsmith, e incluso en el extraño biopic de Bob Dylan, I’m not there, con nada menos que seis intérpretes, cinco varones y una mujer, encarnando al mítico autor de Blowin’ in the wind.
Ahora, con esta Secretos de un escándalo (qué horrible, sensacionalista título español para el original, May December, que no es una maravilla, pero al menos no parece el titular de un programa de Sálvame –o como se llame ahora en Netflix, que ya les vale...), Haynes vuelve a dar en la diana, en un territorio, el de la ambigüedad moral, que le va como anillo al dedo. La historia está muy libremente inspirada en un caso real, el llamado “escándalo Mary Kay Letourneau”, quien en los años noventa fue hallada culpable de un delito de violación, al haber mantenido relaciones sexuales con un chico de 12 años, Vili Fualaau, norteamericano de ascendencia samoana, alumno suyo, al ser Mary Kay profesora de Secundaria. Aquel escándalo, que conmocionó a la sociedad yanqui de la época, no se quedó ahí, sino que Letourneau tuvo un hijo de Vili como resultado de esas relaciones sexuales, y tiempo después otro más, en la cárcel, cuando fueron descubiertos, de nuevo, en plena coyunda carnal, siendo él todavía menor de edad. Cuando Mary Kay salió de la cárcel, siendo ya adulto Vili, se casaron, durando ese matrimonio 14 años, hasta 2019, muriendo la mujer al año siguiente.
Haynes adapta libremente esa historia, aunque manteniendo lo fundamental: profesora treintañera tiene sexo completo con menor, engendra un hijo y, tras salir de la cárcel, ambos casan y se mantienen como una más o menos idílica pareja. Con esos mimbres, el director y sus guionistas imaginan que una productora independiente acuerda con el matrimonio la filmación de una película en la que ellos serán interpretados por actores y actrices profesionales, de tal modo que Elizabeth, la actriz que interpretará a Gracie Atherton-Yoo, que es como se llama aquí la maestra en cuestión, convivirá con ellos durante cierto tiempo para familiarizarse con ambos y con su familia (el matrimonio tiene 3 hijos, una adulta universitaria y los otros dos ya frisando la mayoría de edad). Inicialmente la relación de Elizabeth con Gracie y su marido, Joe Yoo, de origen surcoreano, es estupenda, todos ponen buenas caras, pero conforme va avanzando la historia empiezan a apreciarse ciertas tiranteces entre ellos...
A nuestro juicio, May December (nos negamos a llamar a la película por el horroroso título que le han endilgado en España) es un film irregular pero estimulante, muy apreciable sobre todo en algunos parámetros, como el proceso de mimetización que, paulatina y taimadamente, va realizando Elizabeth, la actriz que hará de Gracie, buscando acercarse a ella, pero sobre todo buscando sentir lo que ella; esa línea narrativa es muy interesante, evidente por ejemplo en la escena en la que la actriz se encuentra en el lugar donde sorprendieron a Gracie y al pequeño Joe Yoo en apasionada coyunda carnal, pistoletazo de salida de aquel escándalo que sacudió Norteamérica: Elizabeth, dejada a solas por el dueño de la tienda de mascotas, se coloca en el lugar donde encontraron a Gracie con Joe Yoo y empieza a imaginar su placer, busca acercarse al personaje en un proceso de identificación ciertamente turbador; un paso más dará cuando, de la simulación de esa escena pase a otra en la que (¡atención: spoiler!) Elizabeth seduce (quizá como hizo 20 años atrás Gracie) a Joe Yoo y ambos copulan apasionadamente, en lo que parece una búsqueda por parte la actriz de experimentar nuevas sensaciones que la acerquen al papel que se dispone a encarnar. Un ciertamente controvertido “método” de composición del personaje, que confirma que, como dice Elizabeth cuando acude al instituto al que asiste la hija melliza de los Atherton-Yoo, le atraen las zonas morales ambiguas, todo ello tras hablar con una franqueza inusitada, a preguntas de uno de los adolescentes “salidos” de la clase, sobre las escenas de sexo en las que ha intervenido en el rodaje de sus películas.
Ese proceso de velada identificación, como decimos, nos parece de lo mejor, lo más intenso, también lo más amoral, en el sentido de que no busca ni la moralidad ni la inmoralidad, solo intenta reproducir para la cámara lo que pudo sentir Gracie 20 años atrás cuando se acostó con un niño de la edad de su hijo mayor. Pero también nos parece interesante la percepción de los Atherton-Yoo sobre la supuesta aceptación de la que gozan en la comunidad de Savannah en la que están radicados, una aparente aceptación que veremos no es tan clara, ni mucho menos; el personaje de Gracie, que se mueve entre la vulnerabilidad más absoluta y la seguridad más pasmosa, es también muy sugestivo, un personaje a la vez celoso y fascinado por el hecho de que otra persona, una actriz, vaya a interpretarla ante las cámaras en una versión en la que secretamente teme que se la juzgue y que el veredicto (otra vez...) no sea benévolo.
Pero también hay otras cosas en May December más endebles, como el personaje de Joe Yoo, el niño estuprado (como sabemos, aunque exista consentimiento por parte del menor, si la edad de este es menor de 14 años, el sexo entre adulto y niño se considera estupro), que ahora, ya adulto, resulta bastante incoherente, casi tan inmaduro como cuando se dejó seducir (o sedujo él, que eso no queda demasiado claro...), un personaje flácido, poco perfilado, en el que parece que los guionistas no han puesto mucho interés, un rol que en la película está siempre en función de los dos personajes femeninos fuertes, Gracie, la que fue y es su amor (aunque ya vemos en el film que empieza a haber grietas importantes en su relación), y Elizabeth, que para él supondrá una especie de reedición de aquellos hechos de su infancia que, evidentemente, le marcaron de por vida.
No digamos ya la escenita de Joe Yoo y su hijo en el tejado, fumando marihuana y con crisis emocional por parte del padre, hecha con bastante desgana, como para justificar las dudas que empiezan a corroerle, como si, vista su relación dos décadas después de que empezara, el que fuera niño envuelto en aquel escándalo nacional empezara a considerar que quizá aquello no estuvo bien y eso le ha encauzado vitalmente en una determinada dirección de la que no sabe cómo escapar.
Interesante nos ha parecido la sugestiva metáfora de las mariposas monarca, insectos en peligro de extinción a los que Joe (como otras personas con las que forma una comunidad virtual a lo largo de todos los USA) cuida durante su fase de larva para después dejarlas en libertad una vez que se ha roto la crisálida y el esplendoroso animal ya puede volar por sí mismo; metáfora, por supuesto, de él mismo, de alguien que debió ser cuidado en su infancia, en su adolescencia, para que su vida adulta no resultara sesgada, como es el caso, sujeto permanente de una historia conocida por todo el país, y, por ello, objeto de un continuo e intolerable escrutinio moral.
En ese sentido, Haynes, con buen criterio, no emite veredicto alguno sobre el sentido ético, o no, de lo sucedido entre la maestrita rijosa y el niño caliente cual palo de churrero, ni de los eventos posteriores; el arte, ya lo sabemos, no tiene por qué tener una mirada moral, que corresponde en todo caso a los espectadores, y mucho menos punitiva, que pertenece al ámbito judicial. Queda, en cualquier caso, la impresión de que el director vuelve a los terrenos en los que mejor se desenvuelve: como el propio personaje de Elizabeth, también Haynes se mueve como pez en el agua en las procelosas zonas morales ambiguas; y no solo, desde luego, por la relación pedófila que dio pie a toda la historia, sino por la actitud de la actriz que encarnará a la maestra pederasta, una actitud en la que ninguna barrera será lo suficientemente alta como para que ella no la supere, en aras a la interpretación perfecta.
Notable trabajo de Natalie Portman en el papel principal, el de la actriz que interpretará a Gracie en la supuesta película a rodar; Portman actúa también como productora ejecutiva, y ella impuso, con buen criterio, a Julianne Moore como la mentada Gracie, que está espléndida, como siempre, en un personaje vidrioso donde los haya, firme y delicado a la vez, rocoso y maleable. Charles Melton, que incorpora a Joe Yoo, nos parece bastante menos entonado, aunque haya tenido algunos premios por su interpretación.
Eso sí, la banda sonora de Marcelo Zarvos, que ha utilizado como base e inspiración una antigua del gran Michel Legrand, nos parece totalmente inapropiada para el film, como si correspondiera a otro (en puridad es así, concretamente a la famosa El mensajero, de Joseph Losey, que musicó en 1971 el compositor francés). La escasa correspondencia de este “score”, con un siempre estridente piano, con el tono y la esencia del film de Haynes, nos parece un error de bulto de difícil comprensión y, desde luego, escasamente disculpable.
(26-02-2024)
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