El cine contra los desmanes de las grandes corporaciones tiene una larga tradición en USA; en otros países no tanto, no sabemos si porque esas otras cinematografías son más pacatas, o simplemente porque no tienen tantas (quizá ninguna...) corporaciones. En cualquier caso, ese tipo de cine de denuncia del poderoso siempre tiene un plus inicial de interés: no es fácil contar historias verídicas en las que el Goliat que habitualmente corta el bacalao, con recursos, económicos y de todo tipo, cuasi ilimitados, es puesto de rodillas por el David de turno. Algunos films de este tipo, como Erin Brockovich (2000), de Steven Soderbergh, han conseguido incluso un Oscar (concretamente para Julia Roberts, cuya carrera relanzó tras su descubrimiento en Pretty Woman), o fueron candidatos a esos premios, como El dilema (1999), de Michael Mann, que tuvo 7 nominaciones a la preciada estatuilla.
La mención a Erin Brockovich no es ociosa: de hecho, su tema es parecido. Como en la película de Soderbergh, Aguas oscuras trata de una gran empresa que contamina gravemente el medio ambiente y cómo un abogado se enfrenta a esa poderosa compañía. La historia comienza con un breve prólogo datado en 1975, cuando tres jóvenes, dos chicos y una chica, se bañan de noche en un lago, siendo ahuyentados por los tripulantes de una lancha que está arrojando un sospechoso producto al agua. Veinte años más tarde, el prestigioso abogado Rob Bilott acaba de ser nombrado socio del pujante bufete Taft Abogados; recibe la visita de un campesino de rudas maneras, procedente de Virginia Occidental, donde él se crió, que le requiere para que vea una serie de cintas de vídeo sobre los desmanes medioambientales que están provocando los vertidos de una fábrica de la corporación química DuPont, colindante a su pequeña explotación agraria. Bilott intenta derivar el caso a otro colega de la zona, pero, por la vecindad del campesino con su abuela, decide investigar un poco; pronto se da cuenta de que DuPont posiblemente esté implicada en un descomunal caso de envenenamiento masivo a escala planetaria...
El problema de Aguas oscuras es que quizá no haya sido Todd Haynes el cineasta ideal para llevarla a buen puerto. Por supuesto, Haynes hace un trabajo correcto, pero desde luego también muy desganado. Este tipo de historias basadas en hechos reales, en las que alguien pequeño (aquí no tanto: Taft Abogados era y es un pujante bufete USA, curiosamente dedicado a la defensa de empresas químicas, qué paradoja...) se enfrenta quizá sin esperanza contra alguien muy, muy poderoso, requiere de elementos guionísticos y de puesta en escena que prendan en el espectador, requiere que, sin banalizar la historia, la convierta en amena, en atractiva.
No se puede contar una trama como esta con un protagonista que a ratos parece medio catatónico, un hombre que debía de tener una fuerza interior descomunal para afrontar un proceso titánico como este, y que sin embargo apenas parece capaz de atarse los cordones de los zapatos. En este sentido, la elección de un balbuciente Mark Ruffalo tampoco nos ha parecido la mejor de las decisiones: Ruffalo siempre fue un actor poco dúctil, nada carismático, con escasa capacidad para transmitir emociones, como de hecho ocurre en este caso, en el que las escenas en las que aparece con otros intérpretes de mayor voltaje actoral, como Tim Robbins, y no digamos Anne Hathaway, lo relega al nivel de actor aficionado.
No era, efectivamente, Haynes, el cineasta adecuado para este empeño. Todd se ha demostrado, además de un efectivo director de cine militantemente gay (recordemos Poison y Velvet Goldmine), como un más que interesante narrador de melodramas, como el muy sirkiano Lejos del cielo (2002) o el no menos highsmithiano Carol (2015); pero cuando se sale de esa zona de confort, como cuando afrontó la fantasiosa (más que fantástica, que es lo que quería ser) Wonderstruck. El museo de las maravillas (2017), petardea clamorosamente. Algo así pasa aquí, donde la historia hubiera requerido una mano experta que consiguiera prender la atención del espectador, que pronto empieza a rebullirse en su asiento cuando la acción apenas avanza, cuando se le empieza a bombardear con abstrusos términos técnicos, tanto de tipo químico como jurídico, en una película a la que, además, le sobran veinte minutos o más, y donde es difícil de creer que una firma de abogados como Taft, con tantos intereses creados con las empresas más importantes de Estados Unidos (vale decir, entonces, del mundo), se prestara a dedicar recursos sin tasa en un caso de muy dudosa rentabilidad económica y con unas posiblemente desastrosas consecuencias en términos de reputación entre sus pares y no digamos entre sus poderosos clientes.
Película valiente por su tema y su denuncia (nada menos que el envenenamiento masivo del mundo a través de un producto tan popular como el Teflon, con numerosas aplicaciones, como por ejemplo antiadherente en sartenes), sin embargo su plasmación cinematográfica, a nuestro juicio, deja mucho que desear. Para este viaje quizá hubiera sido mejor un documental. El cine narrativo tiene sus códigos y también sus mandamientos, y el primero de ellos, definido por Hitchcock, era “no aburrir”. Pues, lamentablemente, Aguas oscuras aburre, con una realización plana, chata, sin brillantez ni momentos álgidos.
Solo raras veces la película consigue, a nuestro parecer, transmitir nítidamente el mensaje que quiere hacer llegar al público; a veces lo logra de forma indirecta, como esa referencia al bebé que nació con un solo orificio nasal, cuya recurrencia final cerrará el círculo de las barbaridades cometidas por DuPont con sus vertidos cuando ya conocía de la atroz morbilidad que podían causar. Pero, en general, una película que debería galvanizar al espectador con su denuncia del daño físico realizado a una comunidad, incluso probablemente a toda la vida, humana y no humana, del planeta, no tiene la fuerza necesaria, no engancha casi nunca. Una pena.
Ruffalo ya ha quedado suficientemente glosado en su incapacidad para transmitir. Hathaway, que es mucho mejor intérprete, le da sopas con honda, como Robbins, Bill Pullman y prácticamente el resto del elenco. Aún así, todos ellos dan la impresión de estar por debajo de sus posibilidades. Como muestra del escaso interés que ha despertado el film, aparte de su menguada recaudación mundial (poco más de 12 millones de dólares, una bagatela para un empeño de estas proporciones), valga como barómetro su ausencia total de premios como los Globos de Oro y de nominaciones a los Oscar, con lo que les gusta a los académicos un buen thriller de denuncia de las malvadas corporaciones...
(31-01-2020)
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