Pelicula:

Ciertamente no se entiende qué vio Todd Haynes en esta historia para encargarse de llevarla a la pantalla. Nada en su carrera hacía pensar que una trama como ésta podría atraer a un cineasta tan peculiar como el angelino, un director que se inició en el underground militantemente gay con films tan impactantes como Poison (1991) o Velvet Goldmine (1998), para después pasar a homenajear el cine de Douglas Sirk en el melodrama Lejos del cielo (2002), siguió con otro tributo, en este caso a Bob Dylan, en su poliédrico I’m not there (2007), siendo lo último que había hecho hasta ahora la adaptación del clásico lésbico de Patricia Highsmith, Carol (2015).

Pues ahora cambia el tercio de forma abrupta y nos narra esta historia que pareciera un cuento de hadas, y que se desarrolla en dos espacio-tiempo distintos. En 1977, en Minnesota, un niño de 12 años tiene sueños recurrentes con lobos que le atacan; su madre ha muerto recientemente y ha sido adoptado por su tía; tras el descubrimiento de cierto libro en su antigua casa, pierde el sentido del oído por la caída de un rayo mientras intentaba hablar por teléfono. En 1927, en Nueva Jersey, una adolescente sordomuda sueña con reencontrarse con su madre, una diva del teatro y el cine, para lo que viaja hasta Nueva York, pero allí la mujer, endiosada, la rechaza…

Lo cierto es que la película tiene cosas curiosas, como el hecho de que toda la parte ambientada en 1927 carezca de diálogos, estando rodada a la manera del cine mudo; como la protagonista es sordomuda, los intertítulos típicos del cine de esa época se resuelven con anotaciones manuscritas en libretas que enseñan a la chica para hacerse entender. Los dos espacio-tiempo están bien definidos tanto por la fotografía (blanco y negro para 1927; color, aunque algo desvaído, como corresponde a la época, para 1977) como por la ambientación (muy lograda en ambos casos: el envarado vestuario de finales de los años veinte, el “casual wear” de finales de los setenta).

Pero el film peca de reiteración en su recurso a las anotaciones manuscritas; aunque el tema de la sordera (o sordomudez, en su caso) es evidente que tiene un papel fundamental en la película, tanta notita para hacerse entender (cuando el espectador se está enterando perfectamente) no hace sino poner palos en la rueda de una narrativa fluida, haciendo caer a la historia en ese pecado de la morosidad, en el ritmo cansino, incluso en el metraje excesivo: con un cuarto de hora menos nos habríamos enterado igualmente de toda la historia y hubiera sido mucho más amena

Ello aparte de que las dos tramas que confluyen son bastante insustanciales, y la resolución final, lejos de la supuesta maravilla del título español, no deja de ser un cierto fiasco, el ratón que parió la montaña. Habrá que achacarle su parte de culpa al guionista Brian Selznick (por cierto, pariente lejano del famoso productor de Lo que el viento se llevó, David O. Selznick, uno de los grandes nombres del Hollywood clásico), que adapta su propio libro ilustrado Wonderstruck, publicado en 2011. Pero el problema de Brian, como ya quedó de manifiesto en La invención de Hugo (2011), que Scorsese llevó al cine partiendo de otra de sus novelas, es que sus historias, aparte de marcianas (lo que se le podría aceptar), son inconsistentes y, sobre todo, tirando a aburridas, no prenden en el espectador. Así las cosas, estas dos historias que parecen encaminadas a cruzarse, solo mantienen el interés en la medida que el espectador espera que se le aclaren las incógnitas que, más mal que bien, va planteando Selznick como guionista y Haynes como realizador.

Así las cosas, Wonderstruck. El museo de las maravillas queda como una obra menor, no precisamente inspirada aunque tampoco totalmente falta de interés. El retrato de los niños, ambos sordos (uno de nacimiento, el otro por accidente), la búsqueda de sus referentes paternos como eje de sus vidas, un camino iniciático que les llevará, como a la Dorothy de El mago de Oz, pero en clave realista, a recuperar o reencontrar sus confortables modelos paternos (aunque tengan la figura de su hermano o su abuela), son agradables y con un punto feérico, como de cuento de hadas moderno, que no molesta. Pero ciertamente no era lo que se esperaba de un cineasta que, generalmente, es mucho más combativo y estimulante cuando toca temas adultos que le atañen o le interesan directamente. Para hacer cine infantil o juvenil ya hay un ejército de buenos profesionales. Sería bueno que los autores se dedicaran a lo suyo…

Entre los intérpretes me quedo, como cabría esperar, con Julianne Moore, estupenda como siempre, en su doble papel, el de la diva de cara amable pero corazón negro, en un registro que icónicamente recuerda quizá a una Lillian Gish, la musa de Griffith, y el de la abuela sorda y amorosa. Pero también con el jovencísimo protagonista, un Oakes Fegley de nombre más bien imposible, un chico de rara sensibilidad para transmitir emociones, como un Haley Joel Osment o un Jacob Tremblay. También la chica Millicent Simmonds promete, máxime cuando es su primera aparición ante una cámara.


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116'

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Wonderstruck. El museo de las maravillas - by , Jan 11, 2018
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El ratón que parió la montaña