Cuando se escriben estas líneas, en 2019, Marco Bellocchio está próximo a cumplir los ochenta años y lleva casi sesenta dirigiendo cine, desde aquel primer corto que dirigió a comienzos de los años sesenta, La colpa e la pena (1961). Desde entonces ha tenido una trayectoria ciertamente desigual, siendo en sus primeros años uno de los adalides de los nuevos cines, un renovador de la cinematografía italiana, con unos postulados no demasiado lejanos a los de la Nouvelle Vague francesa, y con una postura política muy radical, de denuncia de los poderes establecidos y de apuesta por regímenes de corte ultraizquierdista.
En esa primera etapa destacó con películas iconoclastas y rebeldes como Las manos en los bolsillos (1965), China está cerca (1967), cuando el maoísmo parecía la nueva Arcadia feliz, y aún no se habían producido (o no se conocían en Occidente) los desmanes de los seguidores del Libro Rojo, y esta En el nombre del Padre (1971), que incide en una de las líneas argumentales fundamentales en el cine de Bellocchio, tanto en aquella primera etapa como en posteriores, el anticlericalismo.
Todavía hizo algunos títulos más en los que se denunciaba a los poderes fácticos, como Noticia de violación en primera página (1972), Marcha triunfal (1976), que cargaba contra los militares, y Salto al vacío (1980), en el que el objeto de su diatriba sería la justicia. A partir de ahí, con el desinflamiento generalizado del cine de corte político, Bellocchio ensayará varias líneas, como la erótica “con contenido” en El diablo en el cuerpo (1986), para posteriormente caer en un cierto olvido, aunque siguió haciendo cine, aunque este limitaba generalmente su exhibición a su propio país, Italia. Con la llegada del siglo XXI ha conseguido reverdecer, siquiera parcialmente, sus éxitos anteriores, con films como La sonrisa de una madre (2002), Vincere (2009) y Sangre de mi sangre (2015).
Pero a principios de los años setenta Bellocchio rodó uno de sus filmes más controvertidos, al menos en aquella época, este En el nombre del Padre (no confundir con su homónimo posterior, dirigido por Jim Sheridan e interpretado por Daniel Day-Lewis), en el que realiza una durísima crítica sobre la institución de la Iglesia y de la enseñanza religiosa.
Italia, finales de los años cincuenta. Un chico de natural rebelde es internado en un colegio católico. El joven se encontrará entonces en un ambiente de sorda represión que le estimulará en su postura opositora.
Película militantemente anticlerical, es un buen exponente del radical cine de su época, un cine poco dado a los matices y mucho al panfleto ideológico. En esa efervescencia política radica curiosamente tanto lo mejor como lo peor de este film, tantos años después: lo mejor, por lo que de original, de fresco, de auténtico tiene una denuncia de este corte, sin ataduras ni pelos en la lengua; lo peor, porque carece de sutileza y se abona al brochazo de grueso calibre.
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