La caída del Muro de Berlín, en 1989, es uno de esos grandes acontecimientos que, quizá precisamente por haberse producido hace relativamente poco tiempo (en términos históricos, se entiende), aún no cuenta con una amplia filmografía que haya desarrollado en sus múltiples vertientes aquel suceso excepcional que ha marcado la Historia de la Humanidad del último medio siglo. En tiempos de luz menguante no se ambienta en ese momento exacto, sino en los meses previos, en ese mismo año de 1989, en Berlín, cuando el tiránico régimen comunista impuesto por la Unión Soviética en la llamada República Democrática Alemana (RDA) se resquebrajaba ante la política de liberalización impulsada por Mijail Gorbachov en la URSS (en un momento determinado uno de los personajes dice en la película “quién nos iba a decir que la contrarrevolución nos iba a venir de la Unión Soviética...”). Quizá la más conocida de las películas sobre la caída del Muro sea Good bye, Lenin (2003), de Wolfgang Becker, hecha en clave de comedia negra.
En tiempos de luz menguante está hecha “desde dentro”; quiere decirse que se puede reputar como una visión de la caída del régimen de la RDA que se hubiera hecho impulsada por los gerifaltes de la misma. No es el caso, por supuesto, pero sí resulta interesante, al menos en principio, esa mirada desde dentro. Los principales inspiradores del film nacieron y/o crecieron en la antigua Alemania del Este (el director, Matti Geschonneck, el guionista, Wolfgang Kohlhaase, el escritor en cuya novela homónima se basa la película, Eugen Ruge), pero no se puede decir que sea una película nostálgica de aquel régimen que está mejor en las vitrinas de la Historia que en plena vigencia, un régimen del que tuvimos una idea cabal de cómo se las gastaba en la escalofriante La vida de los otros (2006), que ponía en escena las felonías de los servicios secretos de la RDA, la temible Stasi.
Berlín, 1989, poco antes de la caída del Muro (que aconteció, como es sabido, entre el 9 y el 10 de noviembre de ese año). Se prepara el nonagésimo aniversario de uno de los popes de la RDA, Wilhelm Powileit; su nieto Sascha ha huido, ese mismo día, a la Alemania Occidental (RFA); llegan a la fiesta su hijastro Kurt, la ex de su nieto, su bisnieto, autoridades del gobierno para imponerle una alta condecoración, amigos, vecinos... Todo discurre, más o menos, como estaba previsto, hasta que se conoce la defección de Sascha a la RFA...
En tiempos de luz menguante es la típica película que promete más de lo que da. En principio, el tema es interesante, nada menos que una mirada hacia los estertores de un régimen, visto desde el prisma de los propios detentadores del poder, o sus aledaños, aunque también haya “versos sueltos”, como el nieto del patriarca. Es una mirada sobre la agonía de una forma de vida que impregnó la población de un tercio del territorio de Alemania durante más de cuarenta años, dos generaciones que solo conocieron una sociedad comunista que, idealmente, habría acabado con lacras como la pobreza y la explotación del obrero, y habría llevado al gobierno a la clase trabajadora; por supuesto, nada de eso fue así. Pero en cualquier caso, esa mirada pareciera haberse contagiado del tono mortecino que acompañó siempre al régimen de la RDA, que hizo de la pujante sociedad alemana oriental un pueblo temeroso de sus propios dirigentes.
Matti Geschonneck, el director, está curtido en multitud de series de televisión y telefilms; en principio, nada que objetar: hacer tele es un excelente campo de entrenamiento para foguearse en la filmación de productos audiovisuales. El problema es que, me temo, Matti no ha sabido dar el salto de lo que son rutinarios productos televisivos al uso hasta un film de envergadura, una radiografía de una clase política moribunda, una mirada hacia un fin de régimen que es a lo que se refiere, metafóricamente, el título, una luz menguante que es tanto la llegada del otoño y con ello la progresiva disminución de los días, como la inminente caída del Muro que haría que la RDA y, con ella, toda una forma de entender la vida, se diluyese como un azucarillo.
Porque En tiempos de luz menguante desaprovecha sus temas, fundamentalmente la visión de la RDA desde dentro, en una película que hubiera requerido más nervio, un acercamiento quizá algo más crítico a un momento histórico irrepetible, y que se queda en la espuma de los problemas personales de sus protagonistas: el viejo y su paranoia para con todo y con todos, de irreductible fidelidad a sus principios; su esposa, harta del viejo que no se muere ni a tiros; el hijastro, escindido entre el cariño a su mujer rusa, su idilio con una amiga de ésta y que, además, tiene una conexión sensual evidente, más allá del vínculo familiar, con su nuera. Todos ellos tienen sus secretos, sus deseos callados, pero no aportan gran cosa al tema troncal, la extinción por consunción de un régimen, de una forma de entender el gobierno, el poder.
Tampoco es precisamente muy sutil la metáfora central, la de esa enorme mesa ampliable que preside los acontecimientos en casa del viejo patriarca, y que “solo Sascha (el nieto) sabe montar”, por lo que, cuando este se fuga a Occidente, el montaje del mueble, y su posterior quiebra, será una analogía demasiado obvia de la propia RDA.
No es, con todo, una película deleznable: la visión interior del régimen aporta luz (en este caso “no menguante”) sobre su momento histórico y sobre el régimen comunista, aunque sea en tono melancólico, sesteante, un poco “fin de siècle”, con un cierto tono costumbrista de la época y el lugar, con esos edificios, esos paisajes cetrinos, feos, esa horrible arquitectura proletaria típica de los países de la entonces llamada “órbita soviética”. Con un ritmo demasiado lento, a ratos exasperante, hay fogonazos de interés, incluso estilísticamente hay imágenes impactantes, como el viejo protagonista tomando un baño de rayos UVA mientras porta unas raras gafas que le confieren un aspecto como de extraterrestre, quizá lo que en el fondo, metafóricamente, no dejaba de ser.
Con diálogos manifiestamente mejorables, con una planificación no precisamente excelsa, En tiempos de luz menguante, sin embargo, se beneficia de un interesante elenco interpretativo: el mejor, ese viejo sabio de Bruno Ganz, historia viva de la cinematografía germana y europea, icono en su momento del Nuevo Cine Aleman de Wenders, Handke, Hauff, Herzog, Schlöndorff; pero no le andan a la zaga el veterano (pero menos que Ganz) Sylvester Groth, o la estupenda Hildegard Schmahl. Película irregular, entonces, inferior a lo que se esperaba, pero aún así con apuntes de interés.
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