Encrucijada de odios

Edward Dmytryk es un caso curioso (y doloroso) del Hollywood clásico: de orígenes ucranianos aunque nacido en Canadá y nacionalizado norteamericano a los 31 años, fue una figura emergente en el cine yanqui durante los años treinta y, sobre todo, cuarenta, considerándose entonces uno de los cineastas más interesantes de la época, del que se esperaba mucho. Su cine tenía una preocupación claramente social, como consecuencia de su ideología izquierdista, que Edward encauzó en los años cuarenta afiliándose al Partido Comunista. Perseguido por el Comité de Actividades Antiamericanas que lideró el senador McCarthy (en los hechos que la Historia conoce como “la Caza de Brujas”), Dmytryk sería uno de los “Diez de Hollywood”, personalidades del mundo del cine que se negaron a colaborar con el Comité y, por ello, fueron condenados al ostracismo profesional y, en el peor de los casos, a la cárcel, como le sucedió a Edward. Tras varios meses en prisión, el cineasta decidió colaborar y dio varios nombres de profesionales de Hollywood que eran también miembros del Partido Comunista.

A partir de entonces Dmytryk recuperó la libertad y la capacidad de volver a hacer cine, pero ya nada fue igual: los censores lo miraban con recelo, como esperando que volviera el comunista que creían seguía siendo; sus compañeros de Hollywood jamás le perdonaron la traición realizada; y él mismo tampoco se lo perdonó, así que su cine a partir de entonces, sin ser malo, sí dejó de estar pleno de ese aliento social, comprometido, inteligente, que le había dado fama, y pasó a ser otro más de las decenas de impersonales directores a sueldo de los estudios.

Encrucijada de odios, sin embargo, pertenece aún a su mejor etapa, la de mayor madurez de Dmytryk, y se inscribe plenamente en el cine negro americano de los años cuarenta, la mejor década (junto a los treinta y cincuenta del siglo XX) de este tipo de cine en Estados Unidos. Parte de la novela The Brick Foxhole, original del también guionista, productor y director Richard Brooks.

La película, ambientada en Washington, presenta una escena inicial en la que, solo con sombras proyectadas sobre una pared, asistimos a una violenta pelea entra varios hombres. Tras ella, sabremos que uno de ellos ha sido asesinado en esa pelea, que ha tenido lugar en una habitación de hotel. El capitán Finlay, de la Policía, es el encargado de investigar el crimen. Pronto se entera de que la víctima, un judío apellidado Samuels, ha estado confraternizando con un grupo de soldados desmovilizados tras el fin de la guerra. El policía se da cuenta de que en ese grupo de militares está la clave para desentrañar el asesinato...

Encrucijada de odios es un film de tesis: enuncia (y lo denuncia) el odio como motivación para el crimen, en este caso contra los judíos, aunque originalmente, en el libro de Brooks, el asesinado era homosexual y era matado por esa condición. Como el código Hays, la rígida censura que regulaba los contenidos del cine de la época, impedía que se presentaran en pantalla conductas homosexuales evidentes, Dmytryk se vio obligado a cambiar el objeto de ese crimen de odio por el de los judíos. En puridad sirve igualmente, pues el antisemitismo se ha cobrado a lo largo de la Historia millones de muertos, y no solo en el Holocausto, como sabemos; en definitiva, se trata de denunciar el crimen de odio, con independencia de quién sea el odiado. En ese sentido, cabe decir que el film es, fundamentalmente, una acre denuncia del fanatismo del odio.

Pero lo importante, al margen del mensaje, que llega nítido al espectador, es la atmósfera sofocante, cerrada, ominosa, que consigue Dmytryk en la película; incluso podría decirse que hay una nebulosa sensación de que en la motivación hay algo más que el antisemitismo, quizá como herencia de la verdadera naturaleza del asesinado en la historia literaria original. Utilizando con inteligencia una fotografía en blanco y negro de corte expresionista, jugando con luces y sombras como en la escena inicial, donde todo está contado a través de sombras sobre una pared, con una trama intrincada que requiere una actitud activa por parte del espectador, y unos estupendos diálogos típicos del mejor cine de Hollywood de la época, Encrucijada de odios se constituye en un notable “film noir”, en el que los personajes masculinos parecen tallados en piedra, son de una pieza, mientras presenta otros roles femeninos muy interesantes, como la puta que podría ser la coartada que salvara a uno de los militares, a costa de hundir su matrimonio, un personaje en la mejor tradición de las “vamps” del cine negro.

Narrada con frecuentes flashbacks en los que se apoya con solvencia Dmytryk para hacer avanzar la historia, resulta curioso que Encrucijada de odios tiene un título español que, ciertamente, mejora el original, Crossfire, que sería algo así como “Fuego cruzado”, no tan descriptivo, dramático y rotundo como el hispano. Es también una película seca, sobria, sin alardes, buscando la concisión y la sencillez expositiva de la historia, en la que tiene un papel determinante el juego que realizan los elementos manipuladores (como dos de los soldados, los encarnados por Mitchum y Ryan, pero también el policía) sobre otros militares débiles de espíritu, juguetes en sus manos.

En el apartado interpretativo nos gusta mucho Robert Young, cuyo personaje de policía flemático, sereno, sensato y deductivo está en las antípodas de este tipo de roles de la época, en la que los maderos solían ser mucho más sanguíneos. Curiosamente, esta obra podría llamarse “la película de los Roberts”, al estar protagonizada por 3 Roberts: el citado Young, más Mitchum y Ryan, ambos segurísimos y solventes en sus personajes. De ellas nos quedamos con la siempre estupenda Gloria Grahame, que hacía unos papeles de “mala” buenísimos.

La película contó con un presupuesto muy ajustado, apenas 250.000 dólares, pero que ciertamente dieron muy buen juego. De hecho la recaudación multiplicó por 10 esa cifra, y la película estuvo nominada a 5 Oscars, aunque no consiguió ninguno.

(06-06-2020)