Los de DC Comics están que se salen: a las sagas de Batman y Supermán, más sus esquejes televisivos (Smallville y Supergirl, entre otros), añade ahora otro éxito de taquilla (no tanto de crítica, como veremos) con este Escuadrón Suicida que lleva a la pantalla a los antivillanos por excelencia. La idea de su creador, John Ostrander, era retorcer el concepto de superhéroe proponiendo que los que tienen que luchar contra los malos sean casi tan malos como éstos, y mejor aún, bajo el mando de una más mala todavía. En principio se agradece algo de oxígeno en el mentecato universo de tíos enleotardados, todos más buenos que el pan (aunque en los últimos tiempos empiezan a tener también sus cositas…) y con unas capacidades taumatúrgicas que lindan con (o entran de lleno en) el milagro.
Así que la idea no era inicialmente negativa. Otra cosa es que el guión de David Ayer sea nefasto: incoherente, confuso, ajeno a conceptos como la concordancia argumental… uno de los peores libretos que se han hecho en los últimos tiempos, tanto más penoso cuanto que se le supone un tono sólido al ser una megaproducción de 175 millones de dólares de presupuesto. Parece que Ayer ha estado más interesado en que no se le vaya de las manos un aparatoso blockbuster como éste, pero el problema es que el filme nacía ya tocado del ala con un guión tan endeble.
Así las cosas, la primera hora es para bostezar: he conocido mejillones más entretenidos que estos merluzos, estos siete del patíbulo (incluimos al oficial de los Navy Seals al mando y a su escudera japonesa de carácter digamos “cortante”) que habrán de enfrentarse a una bruja a la que no le falta más que la escoba; eso sí, tiene medidas de miss, no de hechicera con verruga…
Menos mal que la segunda parte, cuando ya se entra en faena, al menos se convierte en una historia entretenida. La diversión la pone el personaje “destroyer” de Harley Quinn, una tipa absolutamente pirada del que Margot Robbie hace una auténtica creación, comiéndose con papas al resto del reparto. Por cierto, error de casting que la megaestrella Will Smith esté como uno más en el equipo (aunque ya se encarga él de tener más papel…): los astros como él no pueden ser uno más, entre otras cosas porque cobra él solo más que todos los otros juntos, y eso pesa a la hora de rodar… Además, Smith no tiene (o no aparenta tener, que en cine es lo mismo) parte oscura, no le va hacer villanos; no te crees que el héroe de Independence Day, el joven optimista de El príncipe de Bel Air o el atormentado personaje de Siete almas sea capaz de descerrajar un tiro a sangre fría a cualquier infeliz a cuya cabeza se le haya puesto precio. Más error de casting: Joel Kinnaman, que debe ser el bragado oficial de los Navy Seals al mando de esta recua de “freaks”, parece estar constantemente a punto de echarse a llorar. Por supuesto, no estamos por la perpetuación de los tópicos esquemas machistas del héroe de turno, pero a un personaje como éste, sea hombre o mujer, se le presupone una entereza cuando tiene que enfrentarse con archimalvados sin cuento (bueno, con mucho cuento…).
Fiasco crítico, que no de taquilla: el primer fin de semana en USA-Canadá (que actúa, como el cinéfilo sabe, como una unidad de mercado cinematográfico) se ha saldado con 133 millones de dólares de recaudación, por lo que nos tememos que habrá secuelas a troche y moche. Pero, por favor, a ver si alguien pone orden en los guiones y consigue evitar tanto bostezo, que se nos va a desencajar la mandíbula…
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