En la segunda película como director de Vicenta Aranda, Fata morgana, rodada en 1965, figuran dos de los temas fundamentales que aparecerán a lo largo de su filmografía, sexo y crueldad. El marco político y cultural es semejante al de su primera obra: desarrollismo, tecnocratismo, importación de divisas pero no de ideas. El filme gira sobre tres ideas dominantes: la atracción de la víctima hacia su asesino, la compulsión erótica que desprende la publicidad y la psicopatología producto de la muerte del amado.
Sobre la primera se nos ofrecerán los preparativos de la conferencia, la charla misma y los discursos del profesor, que llegará incluso a acosar a la protagonista, Gim, proponiéndole relaciones. En su conferencia muestra fotos del alevoso asesinato de una sosias de Gim, muerta años atrás a manos de un desconocido agresor.
La segunda idea que anima el filme es más interesante desde la perspectiva sexo/crueldad. En el marco de una ciudad desolada por una innominada catástrofe que se cree próxima, los hombres desarrollan una necesidad imperiosa de hacer suyo ese objeto de deseo perenne que es Gim en todos los carteles publicitarios, anunciando prácticamente de todo, ofreciéndose ella misma como sugerente medio hacia el producto expuesto. Un grupo de chicos, no lejanos a la categoría de zombis, recortan la figura de Gim de un gigantesco anuncio; curiosamente, al cortar la figura se dejan en el cartel uno de los pechos de perfil de la bella. Los chicos deambularán por toda la ciudad con su recortada Gim en ristre, anunciando "urbi et orbi" el motivo de su obsesión. Otros varones lo harán de otra forma: varios hombres salen al paso de la modelo para ofrecerle su coche, seguridad económica, todo lo que supuestamente Gim puede desear; a todos rechazará ella.
El propio profesor, en la reveladora escena del parque, confirma que está también hipnotizado por esta fascinación colectiva hacia la modelo. Allí, en su elaborada y compleja maniobra de seducción, se incluirá una escena que podría interpretarse sin necesidad de gran imaginación como un metafórico coito: el profesor y Gim montan, dentro de los juegos infantiles del parque, en una especie de rueda que gira sobre sí misma, una atracción muy común. Pero el profesor es el que desarrolla todo el gasto, quien va impulsando la rueda, cada vez con mayor velocidad: Aranda nos da los rostros de ambos en primer plano, alternativamente, con el fondo borroso por la rapidez del movimiento, cada vez ms sonrientes, plácidos y satisfechos. Hay una auténtica pulsión erótica en este movimiento frenético, en este acto de sexo sin sexo, probablemente el coito más intelectual que se haya filmado jamás.
La tercera idea que domina la película combina también sexo y crueldad: la patología psíquica la desarrolla el personaje colateral de Miriam, una mujer que ha estado en Londres en los momentos de la ignota catástrofe, donde ha perdido a su amor, Jerry. Conoceremos algunos detalles de esa historia justo cuando la mujer seduzca a Álvaro: veremos entonces, alternativamente a los planos amorosos de ambos, la frenética carrera de la chica por un túnel o pasadizo de blancura espectral, donde encuentra a su novio, cuya cara ha desaparecido extrañamente. Desde el exterior, unos hombres vestidos con trajes especiales, quizá de tipo antirradiactivo, derriban un muro, que cae al mismo tiempo que la salud mental de la chica. A partir de ese momento, Miriam utilizará un curioso puñal que parece semejar un pez, pero que también tiene inequívocas reminiscencias fálicas (la cabeza del animal, separada del cuerpo por las agallas, semeja con total verosimilitud el glande de un pene) para matar a Álvaro, en quien cree encontrar, en su locura, al novio desaparecido. El pez-falo vendrá a sustituir la relación erótica de Miriam con su novio muerto, y se constituirá, al tiempo, en una suerte de plasmación de su complejo de castración, en una reiterada forma de vengarse de los hombres que tanto daño le han hecho.
Fata Morgana es una película muy extraña en el panorama cinematográfico español de mediados de los sesenta. Tal vez a su pesar se convirtió en el estandarte de la que se dio en llamar Escuela de Barcelona, de tan efímera vida, pero lo cierto es que su estilo críptico le ahorró problemas con la censura, pero también la convirtió en invisible para un público escasamente interesado en un cine tan intelectualizado como éste, que evidentemente se adelantó a su tiempo.
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