Un antiguo chiste racista (aunque, mirándolo bien, también podría considerarse antirracista...) decía aquello de que la diferencia entre un moro y un árabe era que el primero era pobre y venía en patera, y el segundo era rico y venía en jet. La línea de argumentación de este notable cortometraje, Foreigner, no es exactamente esa, pero no está demasiado alejada.
La acción se inicia en un complejo vacacional en la costa de la provincia Cádiz; no se dice en ningún momento, pero sabemos que está en la zona de Conil. Un grupo de mujeres y hombres está disfrutando de una comida al aire libre en lo que parece la residencia de verano de alguno de ellos, con sus invitados correspondientes. Uno de estos es inglés, recién llegado de la rubia Albión, y en deferencia hacia él, casi todos hablan en su lengua, y los que no la conocen son traducidos por los anglohablantes. En un momento dado, uno de los comensales invita al británico a su lancha, fondeada cerca. Ya en la playa, ambos se lanzan al agua para llegar hasta la embarcación. Extasiado con la belleza de los fondos marinos, el inglés es arrastrado por la corriente y se encuentra de buenas a primeras considerablemente alejado de donde está su anfitrión, que intenta, en la lejanía, poner la lancha en funcionamiento para rescatarlo, pero el motor no va; a gritos, el hombre le dice que va a buscar ayuda...
Foreigner funciona, de alguna manera, como un cuento, como un cuento cruel: el blanquito, habitante del Primer Mundo, sin problemas más allá de qué ropa ponerse para salir por la noche o dónde ir de vacaciones el próximo verano, habrá de enfrentarse a una riesgosa aventura en la que tiene todas las de perder, y donde, por carambolas del destino, aquellos que nada tienen, salvo el coraje de buscar una vida algo mejor que la que padecen, serán su sostén, su salvavidas. Y, en el plano final, en una frase oída en off, absolutamente descorazonadora (pero tan real, tan certera), el salvado podrá pasar involuntariamente por salvador, hasta con ribetes de heroicidad.
Rodada con los estándares de calidad de un largometraje costeado, con una filmación firme y sin fisuras, Foreigner es un aldabonazo en nuestras conciencias de seres que miramos hacia otro lado, para quien la posibilidad de ahogamiento de uno de los nuestros, de un occidental, es una auténtica tragedia, mientras que la muerte de cincuenta inmigrantes en una patera son treinta segundos en algún telediario. Carlos Violadé (Sevilla, 1977), arquitecto de profesión, pero también director, productor y guionista, hace con este su cuarto cortometraje, tras Todos los días amanece (2007), Tres (2011) y No tiene gracia (2013). Tiene Violadé buena mano como cineasta, tanto para los temas como para su desarrollo cinematográfico. Foreigner impacta por su desolador fondo, con una forma irreprochable que le revela como un cineasta seguro y competente, llamado con toda probabilidad a mayores empeños. Su cine tiene intención, formalmente es muy estiloso y remata muy bien: si en el trasvase al largometraje (ya anunciado, aunque cuando se escriben estas líneas parece que no ejecutado aún) mantiene esas mismas características, le auguramos un (gracias, Aranda) brillante porvenir.
Foreigner ha sido nominado al Goya al Mejor Cortometraje de Ficción 2020, y lo cierto es que nos parece que tiene muchas papeletas para llevárselo...
(05-12-2019)
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