Genezis

El cine húngaro se puede resumir, un tanto groseramente, en cinco nombres: Miklós Jancsó es el clasicismo de la etapa comunista, aunque no fuera precisamente un fan irredento del régimen; István Szabó sería la primera rebeldía clara contra el sistema opresor de la hoz y el martillo, con Oscar incluido (por Mephisto); Béla Tarr, el estilismo depurado, la erudición hecha plano-secuencia; Kornél Mundruczó, el eclecticismo, el gusto por la imagen epatante; y muy recientemente, László Nemes, que ha revolucionado el cine de su país (y europeo) con su percutante El hijo de Saul, aunque su segunda película, Atardecer, ha hecho enfriar las expectativas en él depositadas.

El director de esta Genezis, Árpád Bogdán (estos húngaros, qué de tildes se gastan...), hace con esta su segunda película, tras Boldog új élet (2007), inédita en España. Su nueva película no está exenta de interés, si bien, a nuestro juicio, no termina de dar en la tecla de lo que se nos quiere contar. Narrada en tres capítulos concatenados, relativos a otras tantas personas aquí retratadas, el primero trata de Ricsi, un niño gitano que, de la noche a la mañana, ve como todo su mundo se viene abajo cuando un grupo de “skinheads” o similares asaltan su vivienda y matan a todos los miembros de su familia, incluida su madre; el segundo habla de Virag, una “teen” que divide su tiempo entre ejercer como tiradora con arco y su amor por los animales; se enamorará de un chico y se quedará embarazada de él; el tercer capítulo será el de Hanna, una abogada a la que se le encargará la defensa del chico de la segunda parte de la película, el novio de Virag, que fue uno de los que atacaron el poblado gitano de Ricsi...

Como vemos, Genezis es, en el fondo, una única historia contada a partir de tres de sus protagonistas, realmente la historia del chico y su familia asaltados vilmente por una panda de descerebrados, historia de la que salen ramificaciones de las dos mujeres también aquí reflejadas, la que tiene miedo a estar encinta, y la que perdió a su hija en accidente y se encuentra herida de por vida.

Muestra Bogdán una evidente voluntad de estilo en su película. Algunas angulaciones rebuscadas hablan de un cineasta que no tiene intención alguna de pasar desapercibido; por momentos, es cierto, su forma de rodar recuerda el cine de Nemes, con la cámara fijada en un personaje y las cosas ocurriendo a su alrededor. Esa fórmula la usa sobre todo Bogdán en el primer episodio, el relativo al pequeño gitano Ricsi, con elipsis de imagen que, sin embargo, restallan auditivamente, en un recurso muy interesante.

Pero lo cierto es que algo falla en el conjunto para que Genezis no termine de redondear la atractiva propuesta que en principio presenta. Gustan las disquisiciones, siempre exclusivamente con imágenes, sin diálogos, sobre las relaciones materno-filiales, sobre el miedo a ser madre, sobre la pérdida horrísona de la prole, sobre la orfandad, sobre el desconocimiento del ser amado. Pero la forma en la que se nos cuenta peca de alambiquismo, de cierta pedantería cultista que, finalmente, deja inerte la explosividad moral de su material.

Por supuesto, Genezis no es una mala película: tiene interés, aunque el conjunto no termine de funcionar, dejado el espectador de la mano de Dios, o del demiurgo, hasta que a este le place. Pero hay en Bogdán un cineasta con personalidad, un director al que habrá que seguir porque (como ya ocurrió con su compatriota Mundruczó, que comenzó con un disparate divertido a su pesar como Johanna, para ya en su último trabajo, Jupiter’s Moon, presentar un film muy sólido) apunta maneras de cineasta con eso que los críticos solemos llamar “mundo interior”, y que en el fondo no es sino la constatación de que tiene capacidad de crear y (lo que es más importante) que esa creatividad (nos) interese a los demás.

Los intérpretes, todos desconocidos en Occidente, bien. En especial nos quedamos con el pequeño Milán Csordás, en su primer papel ante una cámara, un niño con una rara capacidad para transmitir emociones.