Tras un larguísimo proceso de preparación, en el que, menos quedarse embarazado el director, ha pasado de todo, llega Guerra Mundial Z, la versión al cine de la novela de Max Brooks, aunque realmente quedan más bien poco del texto original en la versión que Marc Forster ha llevado a la pantalla. Claro que, como hemos dicho tantas veces, la mejor adaptación es la que, tras leer la novela, se olvida de ella y hace otra cosa: una película, concretamente. Aquí la operación quizá haya sido demasiado radical, pero lo importante es el resultado, y lo cierto es que éste es más que aceptable.
Guerra Mundial Z presenta como inconveniente tener nuevamente como asunto a los zombies, uno de esos temas recurrentes que durante este principio de siglo se ha hecho demasiado recurrente, incluso con series televisivas de fuerte impacto, como The Walking Dead. El mérito de hacer un filme que sabe a nuevo, entonces, está en cómo tratarlo. La forma en que Forster y sus guionistas han optado por contar esta historia distópica (otra antiutopía: el mundo parece regodearse imaginando –parafraseando el título del filme de Hal Ashby— las ocho millones de maneras de que se acabe la civilización humana) en clave de supervivencia sanitaria: el apocalipsis caníbal arrasa el mundo, y un antiguo asesor de la ONU en cuestiones médicas tendrá que viajar a diversos lugares (Corea del Sur, Israel, Gales) en busca de una pista que permita al Hombre hacer frente razonablemente a esta pandemia que amenaza seriamente con acabar con la especie humana.
Forster opta por no hacer sangre (nunca mejor dicho) cuando los zombies alcanzan sus objetivos alimenticios: se nos ahorra esa casquería que tanto agrada a ciertos públicos, y no digamos a algunos directores, esa pornografía de los higadillos desparramados que, ciertamente, no son estrictamente necesarios, y desde luego, son ya accesorios cuando hemos visto la anatomía interna humana “ad nauseam” (qué apropiado es, en este caso, este latinajo…) en tantos otros filmes sobre esta temática. Así las cosas, los zombies siguen siendo pavorosos, además dotados de una capacidad que, salvo error u omisión, no habíamos visto en otras aportaciones al subgénero: actúan a la manera de manadas o bandadas, con una especie de instinto natural que les hace funcionar en ocasiones como un solo organismo, en un hallazgo visual ciertamente notable. Ello permite escenas tan impactantes como su asalto al muro de Israel (dicen en un momento dado del filme algo así como “estos judíos, siempre levantando murallas…”), en la que los zombies se convertirán en improvisados e involuntarios “castellers” para escalar, unos sobre los hombros de otros, el inexpugnable bastión de hormigón armado, en una alegórica versión de la caída de las murallas de Jericó ante el sonido de las trompetas de Yahvé, aunque para la ocasión esas trompetas no sean sino los altavoces de los estúpidos refugiados intramuros a través de los que difunden sus inoportunos cánticos.
Con impecable ritmo narrativo, la película no decae nunca, ni siquiera en las escenas familiares del protagonista, con esa sensación sorda de peligro latente que recorre todo el filme, desde el primer al último fotograma.
Como suele suceder en estos casos, Brad Pitt pone el palmito y se lleva la pasta gansa, hasta el punto de que el resto del reparto (salvo algunos característicos veteranos, como David Morse, tan seguro como siempre, o secundarios europeos, como el peculiar rostro de Moritz Bleibtreu) es prácticamente desconocido. Eso sí, aparece, en un papel poco agradecido, Mireille Enos, de profesión sus series televisivas, en especial su atribulada policía de la muy interesante The killing.
Guerra Mundial Z -
by Enrique Colmena,
Aug 08, 2013
3 /
5 stars
Los zombies "castellers"
Uso de cookies
Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.