El cine de terror de corte independiente nos sorprende de vez en cuando con nuevas propuestas, y aunque no siempre esas sorpresas terminan bien, al menos se agradece el intento de originalidad. El cineasta irlandés Billy O’Brien, cuya filmografía hasta ahora ha discurrido mayormente por los campos del fantaterror, con dos largometrajes de ficción, Experimento mortal (2005) y Scintilla (2014), aparte de varios cortos y alguna TV-movie, sitúa la acción de este su nuevo filme, I am not a serial killer (basado en la novela homónima de Dan Wells) en Minnesota, a pesar de que la producción es exclusivamente anglo-irlandesa.
En ese ámbito, esa zona geográfica y social que solemos llamar la América profunda, nuestro protagonista es un adolescente problemático porque cree ser un asesino en serie en potencia que, sin embargo, tiene rígidos códigos de conducta para no llegar a comportarse como tal. No se sabe si el hecho de que asista y ayude a su madre y su tía, que son las personas que realizan la preparación de los cadáveres para su posterior enterramiento, tiene que ver en esa obsesión por la que es tratado por un psicólogo que resultará tener un trato algo más que profesional con su progenitora. Pero en el pueblo empiezan a producirse una serie de horribles asesinatos en serie, en los que el criminal descuartiza a los cadáveres para extraerles determinados órganos. Así que el adolescente, asesino en potencia, se dedicará a intentar parar los pies al asesino en pleno ejercicio de sus funciones…
Película extraña y un tanto esquinada, termina siendo un duelo entre el adolescente que no quiere ser un asesino y el viejo que lo es en tanto ello le permite seguir cuidando de su amada, frágil esposa. Este duelo desigual, curioso y que bebe en fuentes como La ventana indiscreta (1954), de Hitchcock, aunque por supuesto esté a años luz del maestro inglés, termina sin embargo en una resolución poco coherente y que juega al monstruito con pinta de alien, en un final decididamente insatisfactorio y que no mantiene el tono raro y desasosegante que se consigue a ráfagas en el resto del relato. O’Brien filma aseadamente, sin mucho estilo, de forma algo televisiva, pero es cierto que, en general, la película se sigue con razonable tensión, que es a lo que aspiraba. Sin ser para tirar cohetes, se agradece esa cierta originalidad argumental de hacer que un posible “psycho-killer” sea el improvisado detective que habrá de actuar para acabar con la masacre que asuela el pueblo.
Protagoniza el que fuera niño prodigio Max Records, recordable en Donde viven los monstruos (2009), de Spike Jonze, aquí ya adolescente, y cuya expresión tirando a hierática conviene a este personaje bipolar fascinado por la muerte y por la capacidad de infligirla, y a la vez también decidido a terminar con la matanza que ejecuta alguien al que, secretamente, admira y envidia. Pero el que como era de esperar está espléndido es Christopher Lloyd, el inolvidable Dr. Emmett Brown de la trilogía iniciada con Regreso al futuro (1985).
Premiada en varios festivales especializados en terror y cine fantástico, como Sitges, Bilbao, Molins de Rei y Estrasburgo, a nuestro entender I am not a serial killer resulta ser una atractiva propuesta cinematográfica que, sin embargo, no termina de ser la gran película que podría haber sido en otras manos y con un desenlace más entonado.
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