Isósceles

Ignacio Nacho (nacido Ignacio Martínez García) es un autor y director teatral malagueño, además de actor, guionista y director cinematográfico, con una carrera en el cine todavía corta, generalmente en proyectos pequeños en medios económicos pero no exentos de interés; recordamos con agrado su comedia de enredo con irisaciones verbalmente eróticas de El intercambio (2017), donde sí que contó con algunos intérpretes de relumbrón, como Hugo Silva, Pepón Nieto, Rossy de Palma y Paco Tous, aunque se intuye que todos ellos estuvieron en el proyecto más por amistad que por cuestiones pecuniarias.

Ahora, con esta Isósceles, que recuerda, lógicamente, la figura del triángulo en el que dos de sus lados son iguales y el tercero desigual, nos parece que Nacho ha pretendido, con cierto éxito, rememorar uno de los títulos fundamentales del thriller psicológico, La huella (1972), la última película de Joseph L. Mankiewick, un diabólico juguete con inesperados giros de guion, con un único escenario y solo dos intérpretes, sucediéndose los golpes de timón en la historia, en un delicioso duelo de ingenios.

La película de Nacho discurre, en principio, por una senda similar, teniendo en cuenta que tendremos aquí también un único escenario, la casa del protagonista, y en este caso solo tres intérpretes, dos actores y una actriz, con continuos golpes de efectos y giros de guion, generalmente bien tramados, que conducen hasta un final en punta que se permite, ¡ay!, incluso una última frase que funciona a modo de epílogo entre lo cómico y lo patético.

Nada que objetar, por supuesto, a que Ignacio Nacho huelle la huella de La huella, si nos permiten el retruécano. No sería el primero; recordamos así a vuela pluma al menos dos films que han bebido muy evidentemente en aquel juguete mankiewiecziano, en concreto nos referimos a La trampa de la muerte (1982), vistoso artefacto de Sidney Lumet, y, por supuesto, a La huella (2007), el remake que Kenneth Branagh se permitió a cuenta del gran título de Joseph Leo, aunque sin llegarle ni a la suela del zapato. Lo importante en estas cuestiones no es tanto la originalidad como que el resultado sea atractivo. En el caso de este Isósceles nos parece que el conjunto es irregular, con cosas de interés y otras no tanto.

La historia se ambienta en nuestro tiempo, en la casa de Enrique, eminente psicólogo español, que recibe la visita de su antiguo compañero de universidad y amigo íntimo, Víctor, al que ha llamado para reconciliarse. Tras unos minutos en los que ambos se ponen al día sobre sus vidas desde que dejaron de frecuentarse, Enrique le suelta un escopetazo verbal que su amigo del alma, ciertamente, no se esperaba...

Entre las cosas que nos han interesado estaría el “tour de force” de hacer una película de hora y tres cuartos con un único escenario y que el espectador, en general, no se aburra, aunque es cierto que la introducción, con los dos amigos tanteando el terreno tras tan gran largo tiempo de incomunicación, resulta un tanto bostezante. Lo más interesante de la peli, a nuestro juicio, al margen del juguete de ingenio que es a lo que aspira ser, sería precisamente su mirada sobre los sentimientos, sobre la relación de pareja, sobre el amor y su capacidad cambiante, también sobre la posibilidad de amar a dos personas a la vez (y no estar loco, como decía la canción...), pero también de la rutina como forma de matar el amor, en una mirada escéptica sobre lo que el paso del tiempo puede hacer sobre el cariño. Pero también habrá lugar para creer que el amor profundo no admite reproches, ni tiene derecho a exigir reciprocidad, se ama con visceralidad, con generosidad, sin esperar que te amen. Film finalmente romántico, quizá sean esas estimulantes apreciaciones, en un sentido u otro, lo más valioso de esta película ciertamente extraña, que sin embargo adolece de otros defectos que hacen que el resultado diste de ser redondo.

Porque esta historia finalmente romántica, como decíamos, está hecha a base de diálogos de cierto nivel intelectual, pero con frecuencia aburridos, con tendencia a incluir (por aquello de que los protagonistas masculinos son licenciados en Psicología) palabras de la jerga psicoanalítica, lo que no ayuda demasiado en una obra en la que los intérpretes están permanentemente hablando. Esos diálogos incluyen también palabras imposibles de oír en un diálogo realista entre dos amigos: “fornicar”, “evacuar el vientre”, incluso “felación”, son inimaginables en cualquier conversación informal, como las que aquí se mantienen. Ese error descoloca al espectador, al ser poco realista y sacarlo de situación.

Formalmente hablando, Isósceles sale razonablemente airosa del envite que supone ese único escenario; aunque las primeras escenas, solo con los dos amigos, se resuelven con demasiado frecuencia con el cansino plano/contraplano, pronto entramos en una fase en la que lo que menudean son los planos secuencia, y ahí Nacho se muestra como virtuoso realizador. Por otro lado, hay cierta tendencia al subrayado, con algunos planos extraños, cenitales, pero también contrapicados, que parecen buscar una cierta artificiosidad.

Comedia negra con toques de humor inteligente, pieza de cámara con un “strip-tease” emocional de los tres intérpretes, juego de “matrioshkas” o muñecas rusas, una dentro de la otra, Isósceles termina siendo, a nuestro juicio, una obra apreciable aunque irregular, que confirma el buen hacer de Nacho como guionista y director, si bien parece claro que debería pulir algunos defectos para que sus próximas películas sean más consistentes y sólidas.

Buen trabajo actoral, en especial de Salva Reina, aquí en un registro distinto al habitual, lo que tanto se agradece, porque lo cierto es que lo veíamos en los últimos tiempos muy encasillado en el tipo “Jozé”, el enfermero “grasioso” y marrullero que le dio fama en la serie Allí abajo. También Mara Guil, que siempre está bien, hace un trabajo muy notable. A Ignacio Nacho, como actor, lo vemos sin embargo menos entonado, menos creíble.

(08-03-2023)