ESTRENO EN FILMIN.
En 2022, la prestigiosa revista cinematográfica británica Sight & Sound publicó su encuesta decenal sobre las mejores películas de la Historia del Cine, como viene haciendo desde 1952. Tras el sondeo de más de 1.600 especialistas en cine (críticos, programadores, académicos y otros profesionales similares), el film que consiguió concitar la mayoría de los votos fue esta casi desconocida cinta belga, de intrincado título, Jeanne Dielman, 23, quai de Commerce, 1080 Bruxelles. Hasta entonces ese privilegiado lugar había sido ocupado por films tan ilustres y tan (re)conocidos como Ladrón de bicicletas, Ciudadano Kane o Vértigo, y la polémica elección causó asombro, entre otras cosas por la escasa difusión que esta película tuvo en su momento, pero también con posterioridad. De hecho, muchos cinéfilos desconocían la mera existencia de esta obra de la cineasta belga Chantal Akerman.
Con independencia de ello, e intentando abstraernos (si ello es posible...) del motivo por el que el film se ha puesto de actualidad (ha sido estrenado por primera vez en salas de cine en España en 2023, cuando en su momento, en 1975, no se estrenó, ni posteriormente tampoco, y ha sido presentada con todos los honores en el catálogo de la exquisita plataforma Filmin), lo cierto es que, en nuestra opinión, estamos ante una película sin duda rompedora, interesante, aunque su estilo prácticamente carente de elipsis pueda, lícitamente, causar rechazo en el público, incluso en el espectador activo que guste de apuestas complejas como esta.
La historia se ambienta en el mismo tiempo de su rodaje, a mediados de los años setenta del pasado siglo XX; conocemos entonces a la Jeanne Dielman del título, que obviamente vive en la dirección postal que se indica en el título del film. Es una viuda joven, rondando los cuarenta años; tiene un hijo adolescente, Sylvain, que va al instituto. Su vida es una rutina perfectamente organizada; la veremos fregar los platos, hacer la cama, preparar la casa, limpiar el baño, cocinar, ir a por los recados... pero también vemos que periódicamente recibe hombres en su casa, todos ya clientes consolidados, con los que practica mero sexo a cambio de una retribución dineraria... pero esa rutina, un día, parece resquebrajarse...
Chantal Akerman (Bruselas, 1950 – París, 2015) fue una cineasta belga ciertamente peculiar; su cine bebió en las influencias de la Nouvelle Vague, pero a la vez desarrolló una serie de temas y un estilo muy peculiar, que con frecuencia huía del habitual montaje corto y rápido para prolongarse en larguísimos planos secuencia, siempre con cámara fija, prácticamente sin movimiento. Su filmografía como directora, muy extensa, abarca un total de 48 títulos, entre cortos y largos de ficción, series televisivas y TV-movies, empezando en 1971 y cerrándose el mismo año de su muerte, 2015, acontecida por suicidio, tras una grave depresión.
Jeanne Dielman... fue su segundo largometraje de ficción, tras Je tu il elle (1975), y presenta el día a día de una mujer de mediana edad, y cómo la rutina diaria la llevará hasta el crimen, quizá hasta la locura. Decididamente feminista, Akerman expresó en este su segundo título la alienación que supone para la mujer la repetición una vez tras otra, un día tras otro, un mes tras otro, un año tras otro, de las mismas y repetitivas tareas; para que el espectador fuera consciente de esa alienación, de esa psicosis depresiva que supone, a la manera de Tántalo o de Sísifo, reproducir todos los días exactamente los mismos gestos, los mismos actos, casi decir las mismas palabras (o casi ninguna, como ocurre con su hijo adolescente), Akerman optó por una decisión que entonces era arriesgada, pero nos tememos que hoy, en la tercera década del siglo XXI, lo es aún más, mostrar esas tareas filmadas de punta a cabo, sin ahorrarnos ni un plato en el fregado, ni una cucharada en la ingesta de la sopa, ni un gramo de carne amasada para preparar la cena, ni un trayecto de ascensor desde el piso bajo hasta aquel en el que se encuentra el hogar de la protagonista; es lo que podríamos llamar un cine “sinestésico”, que busca provocar, mediante sensaciones, una impresión de incomodidad, de desasosiego, en el espectador. Solo en las escenas en las que recibe a los clientes puteros, Akerman, pudorosamente, las da solo con un plano en el que ambos entran en el dormitorio y, apenas unos segundos después, aparecen por esa misma puerta tras haber realizado ya el coito, un tiempo tan escaso con el que aparentemente la cineasta nos está diciendo que esa “tarea” (por llamarla de alguna manera), para la protagonista, es trivial, banal, le ocupa pero no le preocupa. Esa mirada hacia la prostitución encubierta, la prostitución que se realiza como otra tarea doméstica más, como cocinar o limpiar, está presentada por la directora como un elemento más de la vida cotidiana, no aparece ni rastro de pesar alguno por parte de la mujer (en un tiempo en el que, ciertamente, tal actividad era tabú para una “familia decente”), pero tampoco ella manifiesta ni asco ni ningún sentimiento, en un sentido u otro; para que nos hagamos una idea, mientras folla con un cliente, tiene una olla puesta al fuego en la cocina... Curiosamente, cuando con el último putero ella parece experimentar lo que podría ser un orgasmo, ese brusco cambio en sus rutinas quizá sea el catalizador que la lleve, finalmente, a acabar con todo.
Seguramente no se había hecho nada igual en cine comercial hasta Jeanne Dielman..., y ese ciertamente es un valor a tener muy en cuenta: el cine, en tanto que arte, tiene no solo el derecho, sino la obligación de explorar, de indagar nuevos caminos. Akerman se puso a ello, y aunque ver a su protagonista fregar un cuarto de baño durante cinco minutos puede ser exasperante, ciertamente consigue el efecto que deseaba, consigue que el espectador, como la protagonista, sea consciente de lo que supone vivir así. Film a su manera existencialista, a su manera también feminista, Jeanne Dielman... presenta el realismo a todo trance en el tratamiento de la narración como manera de expresar un estilo, lo que se ha dado en llamar por los expertos en Akerman el “hiperrealismo de la cotidianidad”.
Con una comunicación casi nula o, en algunas ocasiones, llena de banalidades y lugares comunes, siempre premeditadamente recitadas sin entonación, como si fueran salmodias, como una forma más de la monotonía del día a día, podríamos decir que el film busca ser, a la manera del pintor Antonio López, una reproducción exacta de la realidad, de la que se pueden extraer consecuencias. Hay también, por supuesto, una cierta mirada estoica, incluso senequista, de la vida diaria, pero también un elogio “sotto voce” de la dureza no solo física, sino mental, de esas tareas domésticas tan frecuentemente (al menos antes...) menospreciadas, tareas que hace medio siglo eran prácticamente privativas de la mujer; unas tareas cuya perfección nos será mostrada reiteradamente, hasta que el efecto repetitivo (entre otras razones, tal vez como el descubrimiento del puro goce sexual al margen de esos trabajos), empiece a introducir sibilinas cuñas en la exactitud, en la seguridad de los actos hogareños, hasta producir un deterioro irreversible.
Evidentemente hay una premeditación clarísima de transmitir la sensación de monotonía de la vida de la mujer, una vida que se corresponde con una especie de coreografía de lo rutinario, donde todo está prefijado con anterioridad, donde todo está organizado metódicamente, donde no hay lugar para la improvisación. Un mundo de certezas en el que se mueve como pez en el agua la protagonista, hasta que sutilmente se va tornando convulso, perdiendo la confortabilidad, pero también la falta de libertad que supone la perfecta rutina diaria.
Al margen del film, no deja de ser curiosa la fijación que históricamente ha presentado el cine en francés con respecto a la prostitución como peculiar ocupación subsidiaria de mujeres de clase media, que nadie diría que se dedicaran a ello: véanse, por ejemplo, los casos de Belle de jour, la buñueliana dramedia surrealista de Buñuel, pero también el potente drama Violette Nozière (que en España retitularon estúpidamente Prostituta de día, señorita de noche, haciendo “spoiler” ya desde el título), de Chabrol, y ya en el siglo XXI, la controvertida Joven y bonita, de François Ozon.
Formalmente, como decimos, el film es de una austeridad espartana; por supuesto, no hay prácticamente iluminación específica, sino que todo se rodó con la luz de los interiores o los (escasos) exteriores, hasta el punto de que en estos últimos, en las horas nocturnas, es prácticamente imposible distinguir nada; en esa misma línea, la música, cuando la hay, es siempre incidental; toda luz, toda sombra, todo sonido es real, no hay nada reproducido artificialmente “ad hoc” para la película; en ese sentido, por tanto, Akerman se adelantó varias décadas a los exégetas del movimiento Dogma’95, que creían haber descubierto la pólvora...
El plano estrella es, desde luego, el plano secuencia, con alguno que parece estar expresamente hecho (hablamos del último, 6 minutos de plano medio de la protagonista, con la mirada más o menos perdida, sin hacer nada más) para poner a prueba la paciencia del espectador. No hay movimiento de cámara alguno, los planos son siempre premeditadamente estáticos, pero, es cierto, no son cualquier plano: hay una evidente búsqueda del que mejor cuadra con la escena, sin que ello signifique que se pretenda ni la belleza, ni la armonía, ni la estética; simplemente, es el plano que debe ser.
Obra difícil, sobre todo por el esfuerzo que requiere al espectador, no habituado (ni aún el cinéfilo más bragado) a un ejercicio de contemplación durante tres horas largas de humildes tareas domésticas, ciertamente es una película de mérito, con independencia de, por decirlo a la española manera, tener más valor que el Guerra... ¿Es la mejor película de la Historia, conforme han dicho una mayoría de críticos para Sight & Sound? Nuestra opinión es que no, siendo, sin duda, una obra a tener muy en cuenta y que, también sin duda, fue una adelantada a su tiempo. Pero nos parece que hay otras muchas tan buenas, o más, que esta cinta que, eso sí, ha alcanzado los laureles de la fama, a la manera de un Van Gogh o un Modigliani, cuando su autor(a) ya duerme el sueño de los justos.
Gran trabajo el de Delphine Seyrig, la protagonista absoluta, magnífica en su personaje de pluscuamperfecta ejecución doméstica, pero aún mejor cuando, perdido el norte, empieza a navegar hasta adentrarse en los océanos de la insania.
(17-03-2023)
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