Les confieso que antes de ver esta película, con un cierto prejuicio que generalmente procuro desechar, estaba pensando en titular esta crítica como “San Steven Bendito, visionario y mártir”, columbrando que, como es tan habitual en el cine USA, estaríamos ante la hagiografía de turno, la vida de santo del héroe que tocaba este año, en el que son especialistas los yanquis, quienes nos han endilgado ditirámbicos biopics de gente que fueron grandes hijos de puta, como el mafioso creador de Las Vegas en Bugsy (Barry Levinson, 1991).
Pero héteme aquí que, vista la película, ésta resulta bastante menos laudatoria del personaje biografiado de lo que en principio cabía esperar, sobre todo teniendo en cuenta lo reciente de su muerte (en 2011), y el hecho de que su defunción se produjera en olor de multitudes, con necrológicas “ad hoc” de Barack Obama y de toda la nobleza plutocrática y cultural USA, lo más parecido a una aristocracia que tienen por allí.
Por supuesto que no se ahorran escenitas como la mítica presentación que Jobs realizó para desvelar al mundo el iPod, uno de los artefactos creados por su empresa, Apple, que iba a revolucionar el mundo de la comunicación. En esos casos el tono es el que se prevé para tales situaciones: magnetismo en el genio que lo imaginó, electricidad en las masas que lo vitorean, música que hace vibrar los corazones… muy bonito todo, pero afortunadamente no se queda en eso. Joshua Michael Stern (cuyo anterior empeño, la excéntrica El último voto, no hacía presagiar este inteligente biopic, reacio al halago al mítico líder) nos muestra al otro Jobs, a la persona, al ser que con frecuencia se comportaba como un hombre abyecto, capaz de arrojar de su casa a su novia preñada por suponer (sin motivo) que el hijo que abrigaba en su seno pudiera ser de otro, al jefe intolerante y esclavista, al amigo que traiciona a aquellos que estuvieron con él cuando todo era tan difícil, cuando todo estaba por hacer.
Visionario o canalla, parece decir Stern, si bien la respuesta podría ser acumulativa en lugar de alternativa: visionario y canalla. Claro que de su parte execrable el mundo no se acordará, y en la Historia quedará el hombre que imaginó un mundo distinto de aquel en el que se había criado, un mundo en el que el ordenador personal se ha convertido en el centro y eje de la inmensa mayoría de la actividad laboral, cultural, artística, relacional… una revolución callada que comenzó cuando Jobs y su cuate Steven Wozniak, dos pipiolos, inventaron, en el garaje de la casa paterna del primero, lo que sería el prototipo de un ordenador de uso doméstico, el Apple I, que visto hoy día parece hecho por los Picapiedra, pero que cambió la concepción de la informática y, con ello, la del mundo.
Stern no parece un cineasta exquisito, pero sí es meticuloso, tiene buen pulso para las escenas emotivas (magnífica la despedida de Wozniak de su antiguo amigo Jobs) y juega sus cartas con destreza. Aquí tenía un personaje bombón, uno de los líderes de mayor proyección mundial de los últimos cincuenta años, un hombre con luces y sombras, con haz y envés, donde sus logros y sus felonías perfilaban un ser complejo y alejado de certezas y rotundidades. Su película no ha sido la obra maestra que algunos hubieran querido contemplar, pero tampoco es, ni mucho menos, un filme deleznable. Su retrato de uno de los hombres imprescindibles de nuestro tiempo suena a verdadero, aunque a lo mejor no lo sea. Y hoy por hoy, ya sabemos que es más importante el parecer que el ser…
Ashton Kutcher se toma su trabajo muy en serio. Ya sabíamos que no era un actor particularmente dotado en lo artístico, y que su fama le vino mayormente por su matrimonio (asimétrico…) con Demi Moore; pero en este regalo para cualquier intérprete que es poner cara a Steve Jobs, se ve que Kutcher se lo ha currado a fondo, interiorizando un personaje tan poliédrico, tan legendario, pero buscando también su parte humana, quizá la más polémica de sus diversas facetas.
Ítem más: el cine, como no podía ser de otra forma, va poco a poco biografiando a los nuevos héroes de nuestro tiempo, a los hombres (porque por ahora no hay mujeres) que han cambiado el mundo con sus propuestas tecnológicas o de contenidos informáticos: Mark Zuckenberg, el creador de FaceBook, ya tiene su filme, La red social (David Fincher, 2010), y ahora el creador de Apple, del Mac, del iPod, del iPhone y del iPad (entre otras muchas virguerías), tiene su propia película, ésta Jobs. ¿Para cuando la vida de Bill Gates, el creador de Microsoft y del sistema Windows, con el que (casi) todo quisque escribe, incluido un servidor? Por no hablar de Larry Page y Sergey Brin, los creadores del gigante Google, otro que ha cambiado nuestras vidas. Dicen que el Hollywood hodierno está ayuno de temas para sus nuevos filmes: ahí tienen un par de proyectos más que interesantes. De nada…
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