Probablemente el fracaso económico de este filme en Estados Unidos radique, sobre todo, en la extrañeza de ver a un actor tan inequívocamente americano como Harrison Ford haciendo de capitán de la Marina soviética, hablando de los yanquis como sus enemigos o poniéndose a las órdenes del Partido Comunista. Aparte de ello, la nueva película de Kathryn Bigelow (la directora con más testosterona de Hollywood, con permiso de Mimi Leder...) dista mucho de dar en la diana, nunca mejor dicho: está basada en la historia real del primer submarino nuclear ruso, puesto en el agua aprisa y corriendo para contrarrestar el poderío atómico USA; aquejado de la sempiterna incompetencia bolchevique, su escaso periplo supuso un peligro cierto de comienzo de la Tercera Guerra Mundial, a lo que no se llegó por el sacrificio de la marinería.
El filme tiene varios problemas: el hecho de que los personajes sean soviéticos, de la lejana época en que éstos eran los archienemigos de Estados Unidos, supone un extrañamiento difícil de superar; pero no es lo peor. Lo malo es que no hay identificación posible con los personajes, a pesar de tener los rostros conocidos de Ford o Liam Neeson: los bandazos en la forma de actuar de éstos los hacen inverosímiles; y, narrativamente hablando, toda la primera parte es de una inanidad lamentable; mejora algo ya metido en faena, con el reactor nuclear hecho cisco y los pobres muchachos obligados por la habitual incuria burocrática soviética a arreglar el desperfecto con un impermeable. Pero el conjunto dista mucho de ser coherente, de salirse de la aburrida y tópica historia de submarinos, de la que sólo se separa en este caso por la tragedia nuclear que a punto estuvo de llevarnos a todos al Apocalipsis.
(18-09-2002)
138'