Hibernado por razones industriales durante un par de años, llega ahora este filme al calor de la popularidad del último niño bonito, Brad Pitt, aunque sus fans quizá se lleven una decepción, porque no sólo hace de archimalvado, sino que además luce un "look" guarrete y espeso que lo afea considerablemente.
Claramente inmersa en la corriente de asesinos en serie inaugurada por ese pequeño clásico que es "Henry, retrato de un asesino", la película de Dominic Sena observa el fenómeno del psicópata desde la perspectiva de una pareja de clase media alta, bien educada y alimentada, con magnífica impedimenta (lujosas cámaras de foto, sofisticadas grabadoras...), a quién, sin embargo, el guionista hace estar a dos velas, paradójicamente, para así justificar el que compartan coche con el asesino nato y su lela novia para visitar lugares donde ocurrieron crímenes famosos.
El que la pareja de pánfilos (mayormente él, casi tan bobo como la chica de Pitt) no se dé cuenta de que viajan con un asesino a cuesta es otro de los cuestionables datos de un libreto que hace comulgar con ruedas de molino. Así las cosas, a la búsqueda siempre de un suspense imposible, se llega a un final ultraviolento donde se darán rienda suelta a todas las pasiones, a todas las crueldades, a todas las venganzas. Nada aporta el final al thriller como género ni a la estela de psicópatas que pueblan el celuloide moderno; en todo caso añade el arquetipo del asesino cochambroso capaz de matar obligando a oler sus calcetines sudados.
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