El sueño de la razón produce monstruos, como sabemos, y la ultraviolencia predicada por Quentin Tarantino puede producir, sin talento, borracheras de sadismo como esta Killing Zoe. Roger Avary, compinche de Tarantino, tuvo la ocasión tras el éxito de su amigo con Reservoir dogs (estrenada en España con ese título original y también con el de Perros encerrados) de debutar como director, y qué mejor, diría él, que hacer algo como su camarada. El problema es que lo que en Reservoir... quedaba inteligentemente eludido (el atraco), para centrarse en el antes y el después, Avary lo desdeña para ir directamente al grano (con un prólogo en forma de descenso al infierno de la droga), una larguísima secuencia situada en el interior del banco asaltado, con un inusitado derroche de crueldad y violencia sin límites, en una orgía sádica que sacude hasta los estómagos más curtidos. No es Avary, evidentemente, Tarantino. Entre este Killing Zoe y Pulp Fiction media la distancia que hay entre la mera muestra de violencia gratuita, principio y fin en sí misma, y la búsqueda de nuevos caminos cinematográficos. No basta con dar asesinatos a mansalva ni con contratar a tipos histriónicos como el insoportable Anglade, ni tampoco es suficiente con entroncar con la moda yanqui más reciente, la de los malos que son buenos (o viceversa); la lección de Tarantino es que se puede hacer cine violento con un sentido. Lo demás es, para decirlo con una metáfora gastronómica, una indigestión de enchiladas en mal estado.
Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.