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Tiene esta La biblioteca de los libros rechazados el encanto de la intriga intelectual, tan infrecuente hogaño en el cine, y no digamos en la televisión, donde la ilustración, la erudición, el saber, actúan a modo de repelente que ríase usted del ídem para tiburones: este sí que es efectivo en términos de audiencias o recaudaciones, que son la misma cara del mismo dios tonante (tunante, cabría decir mejor...), ese público medio(cre) que requiere cada vez temas más febles, manufacturados estandarizadamente por cineastas a los que ni se les ocurre hacer otra cosa que lo mismo de siempre.
Viene todo esto a cuento porque lo verdaderamente notable de Le mystère Henri Pick (cuyo título español, por una vez y sin que sirva de precedente, nos parece mejor que el original) es que se atreva con un thriller en el que lo que hay que descubrir sea qué hay de verdad en la fulgurante aparición de un best seller supuestamente hallado en la biblioteca del título, un imaginario departamento en una librería de la norteña Bretaña francesa donde se van acumulando los originales repudiados por las editoriales. En ese reducto entre el cementerio de elefantes y el pajar donde puede brillar una aguja de oro, una joven editora encuentra lo más parecido, en términos literarios, al Grial, una novela formidable que, según parece, ha escrito un pizzero que no sabía hacer la o con un canuto. A partir de ahí, un crítico literario tirando a cretino, pero con fino olfato para los “fakes”, se entregará (perdiendo por el camino esposa, trabajo, prestigio, amigos) a la sacrosanta tarea, una auténtica obsesión, de descubrir quién es el auténtico autor de semejante belleza...
Queda dicho que La biblioteca de los libros rechazados gana mucho ya por su tema: la mera enunciación de una intriga en la que el “whodunit” clásico se focaliza hacia el verdadero escritor de una joya literaria, y no hacia el asesino de turno, ya nos hace abrirle los brazos con benevolencia. Otra cosa será que haya desajustes en el guion, ciertos comportamientos no demasiado coherentes, una realización más bien chata e impersonal. Pero sobre esas obvias debilidades prevalece la intriga erudita, el hecho de que los diálogos del protagonista, el crítico cretino pero clarividente, y sus distintos partenaires y/o antagonistas (su mujer, la hija del supuesto autor, la joven editora, la editora “senior”, el novio de la joven editora), estén trufados de bien traídas referencias cultistas, citando con naturalidad a autores eximios, con un tono evidentemente elevado pero no petulante, en una historia que se sigue con facilidad y agrado, una intriga blanca donde el máximo daño que le puede ocurrir a cualquiera de los personajes es cortarse en la yema de un dedo con la hoja de uno de los muchos libros que son, y se conforman, como un rol más de la trama.
Razonablemente bien contada por el cineasta parisino Rémi Bezançon, que da un giro aquí a su carrera (generalmente trufada de dramedias en las que lo más importante eran las relaciones personales), la novela de David Foenkinos, uno de los enfant terrible de la literatura francesa actual, es la adecuada base argumental para esta película agradable y culta, en la que hablar de la “lista de la compra de Proust” como elemento de estilo no deja de ser una curiosidad: y es que hasta haciendo la lista del Carrefour (o como se llamara la tienda de comestibles en Francia a principios del siglo XX), a buen seguro que el autor de En busca del tiempo perdido demostraba también su genio, su clase.
Buen trabajo de Fabrice Luchini al frente del reparto, consiguiendo la rara proeza de ser a la vez antipático y simpático, un tipo más bien pagado de sí mismo que, sin embargo, optará por hacer lo que cree (y finalmente resultará ser) correcto, contra viento y marea, aunque ello le cueste todo cuanto da sentido a su vida. Nos gusta mucho Camille Cottin, en un personaje que ella moldea a su manera, entre la fascinación por el petit maître del crítico y su aversión hacia lo que considera, aunque “sotto voce”, un ataque a su familia y al inesperado talento literario de su padre el pizzero. Entre los secundarios nos quedamos con la joven Alice Isaaz, a la que la cámara, evidentemente, adora, y con la vieja y estupenda y personalísima Hanna Schygulla, la musa de Fassbinder, que siendo ya septuagenaria larga sigue dando lecciones de interpretación, de clase.
(19-06-2019)
100'