Esta película forma parte de la programación del AMERICANA FILM FEST (Festival de Cine Independiente Norteamericano de Barcelona).
Lorenzo Vigas (Mérida, 1967) es un cineasta venezolano hijo de una pareja de artistas plásticos de su país, herencia que sin duda ha debido influir en su elección del arte como forma de vida. Se formó en cine en Estados Unidos; México es su segunda patria, donde tiene amigos influyentes del mundo audiovisual, como Michel Franco y Guillermo Arriaga, quienes le han apoyado en sus proyectos. Su carrera como director por ahora es más bien escasa y espaciada en el tiempo, pero sustanciosa: el percutante, tenso corto Los elefantes nunca olvidan (2004); el poderoso largometraje Desde allá (2015), debut en el formato que se llevó sorpresiva pero tan merecidamente el León de Oro de Venecia; el documental El vendedor de orquídeas (2017), sobre la figura de su padre, el pintor Oswaldo Vigas; y ahora esta La caja (2021), con la que completa la que llama la Trilogía del Padre, junto al corto y el largo de ficción citados.
México, en nuestros días, zona de Chihuhaua. Conocemos a Hatzín Leyva, un adolescente como de 14 años, que llega en autobús a una zona donde se ha descubierto una fosa común con cuerpos, probablemente de asesinados por esa lacra que no cesa del narcotráfico. El chico va para recoger los restos del que parece su padre, dado que entre sus pertenencias estaba un carnet que así lo atestigua, a nombre de Esteban Leyva. De vuelta a su tierra con los restos en una caja, Hatzín ve por la calle, desde el autobús, a un hombre con un extraordinario parecido a la foto del carnet, y se baja para comprobar si, a pesar de lo que le han dicho, su padre vive y es realmente aquel individuo. Pero el hombre, que dice llamarse Mario, niega tan circunstancia... no sabe que Hatzín es tozudo como él solo...
Es curioso porque la llamada Trilogía del Padre, pero también el documental sobre su progenitor artista, parece indicar que el tema que más preocupa o interesa a Vigas es precisamente el de la figura paterna. Aquí el tema resulta ser el del padre ausente que, presuntamente recuperado el cuerpo sin vida, puede que no sea ése, sino otro que ladinamente se ha procurado otra identidad; pero esa nueva figura paterna terminará haciéndose odiosa, encaminando al vástago hacia una senda criminal ante la que el chico deberá decidir qué hacer.
Estamos entonces ante una película sobre el padre ausente, su recuperación y su ulterior rechazo; o lo que viene a ser lo mismo: a veces la figura del padre, lejos de aportar valores a los seres humanos en construcción, lo que contribuyen es justamente a lo contrario, a destruirlos.
Vigas reconoce la influencia en su cine de autores tan dispares, pero también tan atractivos, como Bergman, Haneke, Reygadas o Martel, y lo cierto es que esas influencias se advierten en la austeridad, el despojamiento de su puesta en escena, en una realización de una sobriedad espartana, pausada, puramente clásica, sin florituras ni subrayados. Con ese estilo Vigas nos va contando la historia de este chico que creyó encontrar por el fin el padre que nunca tuvo, pero a cuyo lado aprenderá lo peor del ser humano y tendrá que decidir si puede ser capaz de huir de esa pésima influencia para volver a su terruño, al regazo del absoluto amor de la abuela que lo crió, a volver a ser la persona entera, razonable y generosa que estaba en trance de ser. Y es que, a veces, la emulación paterna puede ser no solo un referente equivocado, sino incluso un proceso de encanallamiento. La moreleja, si es que hay alguna, vendría a ser la necesidad de que en una relación entre padre e hijo las referencias sean positivas o, al menos, no sean negativas.
De paisaje al fondo, dos temas recurrentes del cine mexicano de nuestro tiempo, el de las fosas de cadáveres que episódicamente se encuentran, con asesinados por los narcos, y el de la explotación de la mano de obra barata en gigantescas fábricas de ropa, allí llamadas “maquilas”, de jornadas maratonianas, escasa soldada y total falta de contemplaciones ante el más mínimo atisbo de rebeldía. Ambos temas, tan lacerantes, quedan aquí de todas formas en segundo plano, con el primero, la relación paterno-filial del chico y el que puede que sea su padre como asunto principal y que evidentemente interesa más al guionista y director.
Obra estimulante, bien narrada, hecha como en do menor, sin estridencias ni concesiones de ningún tipo, resulta ser finalmente esperanzada, en este tiempo en el que parece que este tipo de finales es de moñas. Así, La caja confirma el talento de Lorenzo Vigas como creador de historias sugestivas y atrayentes; otra cosa será que, una vez finalizada la Trilogía del Padre, sería conveniente que explorara otros territorios: las monografías, los monotemas, con el tiempo, terminan cansando y convirtiéndose en asuntos redundantes, aunque por ahora no es el caso.
Qué buen trabajo el del protagonista, el chico Hatzín Navarrete, que comparte nombre de pila con su personaje, en su primera interpretación ante una cámara; tiene un rostro serio, con un punto de desvalimiento que inspira ternura, pero también con un hieratismo paradójicamente muy comunicativo. Hernán Mendoza, que encarna al presunto padre, también hace un trabajo interesante, en un rol más de una pieza, ambos protagonistas absolutos en una película en la que el paisaje pedregoso, árido, de este estado colindante con el poderoso vecino norteamericano es casi un personaje más.
(24-03-2022)
91'