Se ha dicho, y seguramente no es una mala definición, que Jean-Pierre y Luc Dardenne son los Ken Loach belgas, solo que por duplicado, que para eso son hermanos. Pero es cierto que ambos cineastas, que trabajan siempre juntos, tienen una carrera en la que la temática principal, a la manera del inglés, es el compromiso social: todos sus filmes tratan, de una forma u otra, asuntos relacionados con los más vulnerables de nuestra sociedad, o denuncian actuaciones de entidades e instituciones, o plantean temas candentes de lesa humanidad. Ahora, no exactamente por primera vez (en La promesa ya había algo de este género), afrontan el thriller, si bien es cierto que, siendo los Dardenne, es un thriller muy especial.
Una pequeña población en la Bélgica francófona, la Valonia natal de los directores. En un dispensario médico de la zona, una joven doctora alecciona a un estudiante de medicina que pasa consulta junto a ella. Cuando han terminado su horario, alguien llama a la puerta. No abren, al estar ya fuera de hora, pero al día siguiente se enteran de que la chica que llamó al timbre ha aparecido muerta en las inmediaciones. La doctora, que fue la que ordenó que no se abriera la puerta, se sentirá de alguna forma culpable de esa muerte…
Como decíamos, un thriller de los hermanos Dardenne no es un thriller cualquiera. Aquí los temas sociales aparecen como paisaje, pero con notoriedad: el desistimiento de la doctora de sus lícitas ambiciones profesionales para expiar su culpa manteniéndose en la consulta médica en la que no hay porvenir pero sí una encomiable labor social, la denuncia de la prostitución y las criminales mafias que la controlan… Como eje del thriller estará la búsqueda de, al menos, el nombre de la joven muerta, queriendo con ello la doctora enterrarla en un nicho bajo una lápida, en lo que sería el equivalente (y es que, dos milenios y medio después, los temas siguen siendo eternos) a la decisión de la mítica Antígona en la antigua Grecia de dar tierra a su hermano Polinices, contra la prohibición de su tío y rey Creonte, para que su alma no vagara sin descanso en la tierra, sin poder viajar al Hades en la barca de Caronte.
El problema es que el thriller tiene sus propios códigos, y el cine realista, a ratos casi costumbrista (esos enfermos, esos ancianos que atiende la doctora, que se nos antojan auténticos pacientes, gente de la calle que se prestó a ser sanados –se entiende que bajo tutela de verdaderos profesionales— por la apócrifa joven médica) no casa demasiado con el tono de intriga, de cierta tensión, que todo thriller debe transmitir, sea o no social. Y en eso los Dardenne, ciertamente, no tienen mucha práctica, ni seguramente les interesa mucho. El resultado, entonces, es una película falta de ritmo narrativo, fiando sus guionistas y a la vez directores su interés al descubrimiento del nombre y, por supuesto, a enterarnos de qué pasó realmente con la chica desconocida que apareció muerta.
Por supuesto, el filme no está falto de interés: el cine de los Dardenne, en menor o mayor medida, nunca lo está, en tanto en cuanto que plantea temas lacerantes: aquí, la necesidad de dar paz a los muertos (y, sobre todo, a los vivos que se sienten culpables de sus muertes), pero también la importancia de que, al menos en aquellos oficios vinculados con los servicios públicos, la vocación se imponga a la ambición.
Es cierto que el desenlace deja bastante que desear, en una resolución que no está a la altura de cualquier thriller que se precie; aunque a lo mejor esa era la intención de los hermanos belgas, que su policíaco sin (prácticamente) policías tuviera un final de lo más corriente, de lo menos excitante; estaríamos entonces ante un anti-thriller, aunque ciertamente no sé si esa variante será muy del agrado de los aficionados al género.
Los Dardenne son formalmente desaliñados; la cámara en mano es una de sus señas de identidad, y no se les puede pedir virtuosismos porque su cine no casa con ese tipo de exquisiteces. En ese sentido, desde luego, Loach es bastante mejor cineasta, tiene una forma más cinematográfica de contarnos sus historias. Con los hermanos Dardenne hay que quedarse con sus temas y con lo que nos cuentan, no con cómo lo cuentan.
Protagoniza la joven Adèle Haenel, nueva en esta plaza, trabajando por primera vez con los Dardenne. Aparte de sus dotes dramáticas, que las tiene (es sensible y transmite emociones con verosimilitud), presenta un parecido bastante curioso con Émilie Dequenne, actriz que protagonizó Rosetta (1999) para los hermanos valones, con la que consiguieron su primera Palma de Oro en Cannes (la segunda la lograrían en 2005 por El niño). Está también, como en prácticamente toda la filmografía dardenniana, Jérémie Renier, en un caso parecido a la relación artística que mantuvieron en los años cincuenta, sesenta y setenta François Truffaut y Jean-Pierre Léaud, cuando el segundo de ellos interpretó varias películas, de niño a adulto, para el cineasta francés, manteniendo siempre el mismo personaje, el inolvidable Antoine Doinel. Claro que aquí Renier no hace siempre el mismo rol, pero sí empezó de púber y ahora ya hace de padre de adolescente: tempus fugit…
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