La gente del arrozal

Confirma este exótico filme camboyano a todos los efectos (aunque en la producción Occidente le haya echado una mano), el excelente momento de las cinematografías del Extremo Oriente, donde no sólo hace ya buen cine la China Popular, sino incluso sus hermanos separados de Taiwán, Vietnam e incluso ahora la que se llamó Kampuchea durante el aberrante régimen de terror de los jémeres rojos.

Pero no explora Rithy Panh esa dolorosa página de la historia de su pueblo (sólo en un breve paréntesis onírico el protagonista parece intuir lo que se avecinaba), sino que, con buen criterio, afronta un aspecto más telúrico, el de la relación del camboyano con el arroz que le sustenta, que se lo da todo pero a su vez lo tiraniza para siempre, a través de la vida de un matrimonio y sus siete hijas, constantemente martirizados por todo tipo de desgracias, desde prematuras muertes hasta plagas que asuelan sus magros arrozales.

Hay en esta hermosa aunque dolorosa tragedia oriental un ritmo distinto al que estamos acostumbrados: se respira un sosiego que ni siquiera es turbado por la repentina insania de la madre, que se convierte pronto en el eje de la trama. El espectador se deja mecer en este arroyo de paz bucólica, en esta sencilla historia de los pesares y fatigas de una familia aherrojada a su único bien tangible, los campos en los que cultivar, año tras año, el futuro propio y el de su prole. Lástima que el último tercio de la película sea en exceso prolijo y provoque antes la desazón que el sereno goce.