John Frankenheimer fue uno de los más prestigiosos componentes de la llamada Generación de la Televisión, grupo de directores que llegaron al Hollywood de los años cincuenta y sesenta habiéndose fogueado previamente en los platos televisivos en dramáticos, TV-movies y series de todo tipo. Fueron gente tan conocida como Sidney Lumet, Delbert Mann, Martin Ritt o Franklin J. Schaffner, entre otros, directores que aprendieron rápido el oficio y cuando pasaron al cine enriquecieron Hollywood con propuestas interesantes y distintas a las de los antiguos directores del “star system”.
Frankenheimer fue uno de los más estimulantes componentes de esta generación. Tras su paso por los sets catódicos, John irrumpió en el cine durante los años sesenta, década en la que se concentra la mayor parte de su mejor filmografía, rica y variada, de corte marcadamente liberal y progresista, y siempre muy original y ambiciosa. Fue el tiempo de Los jóvenes salvajes (1961), que exploraba la marginalidad de la época; El hombre de Alcatraz (1962), que hablaba sobre la posibilidad de la redención incluso en los casos más execrables; El mensajero del miedo (1962), brillantísima intriga política de aliento nítidamente democrático; Plan diabólico (1966), extraordinaria aproximación al tema de la eterna juventud, con una trama originalísima; y, también, por supuesto, esta Siete días de Mayo.
Se ambienta la película en un hipotético futuro próximo al tiempo en el que se rodó, a mediados de los años sesenta. Se nos presenta una situación en la que un imaginario presidente norteamericano, Lyman, ha firmado un acuerdo nuclear que prevé el desmantelamiento del armamento nuclear de las dos grandes potencias de la época, Estados Unidos y la URSS. Ese movimiento pacifista es visto con recelo por los “halcones” de Washington. En ese contexto, el prestigioso general Scott, Jefe del Estado Mayor Conjunto, conspira contra el presidente preparando un golpe de estado para abortar el tratado antinuclear. Uno de sus subordinados más próximos y valorados, el coronel Casey, se da cuenta de la maniobra y alerta al presidente y sus colaboradores más cercanos; se abre entonces una carrera contra el reloj para desactivar el complot...
Frankenheimer, a pesar de sus orígenes televisivos (que pudieran hacer suponer lo contrario), era un auténtico estilista, y ello se nota pronto en la profusión de planos largos, casi planos secuencia, con una elegante, personalísima puesta en escena y un excelente uso de una iluminación expresionista, en la que las luces y sombras juegan un papel importante en la creación de una atmósfera opresiva, ominosa, con una sabia dosificación del suspense. Frankenheimer hace un uso ponderado y brillante de los primeros planos y de la profundidad de campo, que en sus manos se convierten en poderosos recursos para contar la historia que se nos narra.
En cuanto al contenido, Siete días de Mayo es un duro alegato contra la tentación cesarista, poniendo en escena la figura del militar carismático de épicas palabras que fascina a todos, y que usa esa fascinación en beneficio de su causa. Con buenos diálogos, inteligentes, estamos ante un solvente thriller político, claramente alineado con las tesis democráticas, antigolpistas. El héroe del film será, entonces, el íntegro oficial contrario al tratado de paz antinuclear que, sin embargo, puesto en la tesitura de seguir a su jefe golpista o intentar frenarlo en aras a la fidelidad a la constitución y al estado de derecho, elige este último y difícil camino, aún a costa de enfrentarse al hombre al que admira.
El film es también un elogio del sistema político norteamericano, capaz de regenerarse y de defenderse contra sus propios enemigos interiores, con un presidente ficticio en el que no sería difícil encontrar algunas influencias de auténticos dirigentes de aliento liberal en el país de la bandera de las barras y estrellas, como Franklin D. Roosevelt o John F. Kennedy.
Excelente elenco interpretativo, fundamentalmente masculino, con un Burt Lancaster espléndido y un no menos magnífico Kirk Douglas, en papeles enfrentados que ellos matizan extraordinariamente, y un buen número de grandes secundarios, desde Fredric March a Martin Balsam. La única presencia femenina relevante es la de la gran Ava Gardner, en un personaje peculiar, una mujer demediada entre los dos varones protagonistas.
(23-10-2020)
118'