CINE EN SALAS
Daniel Guzmán (Madrid, 1972) es un actor de largo recorrido, que se puso por primera vez delante de una cámara a principios de los años noventa del pasado siglo XX. Generalmente ha interpretado papeles secundarios, aunque también ha hecho protagonistas; alcanzó notable popularidad por su participación en la famosa “sitcom” de los hermanos Caballero Aquí no hay quien viva, aunque anteriormente había demostrado también su vena dramática en la serie Policías, en el corazón de la calle. A mediados de la década pasada, tras haberse fogueado rodando varios cortos, debutó en la dirección cinematográfica con un drama social que llamó poderosamente la atención, A cambio de nada (2015), sobre la adolescencia perdida que se adentra por el camino de la pequeña delincuencia, en una espiral que puede no tener fin, una peli que nos descubrió como actor a Miguel Herrán, revelado como uno de los intérpretes más sólidos y personales de su generación. La película gustó mucho, hasta el punto de no solo llevarse todos los premios del Festival de Málaga, sino también dos Goyas, uno de ellos para Guzmán como Director Revelación.
Pero en su segunda peli como director, Canallas (2022), cambió de tono, pasándose a la comedia negra, con un trío de amigos, cincuentones y descerebrados, que pretenden seguir haciendo el gamberro como cuando tenían veinte años, un film que nunca encontró su lugar y pasó (justamente) desapercibido. Ahora, con La deuda, Guzmán vuelve, con guion propio, al mismo paisaje social de su debut en la dirección, planteando en esta su nueva película, en pocas palabras, lo que podría catalogarse como una historia de amor materno-filial (y viceversa), entre dos seres humanos sin sangre común, pero con un cariño entre ellos que ya quisieran muchas familias…
La historia se desarrolla en nuestro tiempo, en Madrid. Conocemos a Lucas, rondando los cincuenta, y Antonia, que aparenta ochenta y muchos. Ambos conviven en el domicilio de ella; más adelante nos enteramos de que Lucas perdió a sus padres de niño y que Antonia lo crio, viviendo juntos desde entonces. Lucas siempre está intentando conseguir trabajo, sin mucho éxito. Un día llega un requerimiento del juzgado para que pague la hipoteca incumplida que pesa sobre el piso; Lucas, sin saber qué hacer, decide tirar por la vía de la pequeña delincuencia, robando un desfibrilador del centro médico al que acude acompañando a Antonia. Pero aquel pequeño hurto tendrá unas consecuencias trágicas inimaginables…
El cine social siempre gusta, siempre interesa, sobre todo si está hecho, como es el caso, con las entrañas, como algo que se siente y se plasma en celuloide (bueno, en los soportes digitales actuales…) para denunciar una realidad insoportable. Eso hizo Guzmán en A cambio de nada, y le salió muy bien, aunque ya decíamos entonces que Daniel no era precisamente un estilista como director. Ahora nos parece que no ha estado tan acertado, sobre todo porque el guion resulta bastante increíble; una vez que el protagonista comete el gravísimo error en el que, involuntariamente, incurre, casi todo lo que sucede después es bastante inverosímil, lo que, tratándose de un film en clave realista, es bastante reprochable: no nos creemos mayormente su relación con el personaje de Itziar Ituño (por cierto, un clamoroso error de cásting, una actriz de un perfil demasiado duro para el personaje que interpreta), ni tampoco con la enfermera que hace Susana Abaitua; más creíble resulta el entrañable vínculo de cariño entre los protas, Lucas y Antonia (ésta, una adorable viejecita octogenaria, o quizá nonagenaria); tampoco son una maravilla las relaciones del protagonista con el mundo del hampa al que se ve compelido para intentar evitar el desahucio de la vivienda que habita con Antonia.
Y si, encima, después de los dos largos anteriores, vemos que Guzmán tampoco mejora en la puesta en escena, que sigue siendo más bien desaliñada y ramplona, pues como que resulta imposible, a nuestro entender, dar por buena una película que, por lo demás, cae irremediablemente simpática por situar en el centro de su historia a dos desheredados de la fortuna, un cincuentón que no consigue (a pesar de que lo intenta…) tener una vida normal, y una viejecita que, al final de sus días, se ve abocada a morir en una residencia como otro anciano anónimo más, en vez de en la casa donde pasó toda su vida.
Pero, claro está, no todo son las buenas intenciones, de las que La deuda (qué título más insulso, ¿no? Además de haber sido usado ya en varias ocasiones en el cine y la televisión…), por supuesto, está más que sobrada. Tampoco ayuda un metraje excesivo, como ya es casi un tópico en el cine actual. Así las cosas, y dado que en taquilla tampoco está respondiendo, a pesar del evidente esfuerzo que se ha hecho en esta pequeña producción, vemos complicado el futuro de Guzmán en la realización cinematográfica (ojalá nos equivoquemos, que conste…).
Buen trabajo del director en la interpretación, absolutamente entregado a su personaje; Rosario García, la entrañable viejecita, en su primera aparición delante de una cámara, podría decirse que se autointerpreta, y claro está, lo clava… Del resto nos quedaríamos con una Susana Abaitua que se está convirtiendo en una fresca presencia en nuestras pantallas, además con un amplio registro actoral, pudiéndosela ver en estos días también como una bragada guardia civil infiltrada en las entrañas de ETA en Un fantasma en la batalla. Luis Tosar tiene un papelito corto que él resuelve con su habitual solvencia y carisma; y Mona Martínez, como siempre, espléndida: esta mujer da miedo cuando hace papeles de villana, qué buena es…
(25/10/2025)
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