La gran Katharine Hepburn pone lo mejor de esta película, su carisma y su rara forma de llenar inmediatamente cualquier plano con su sola presencia. De esta forma consigue que Bryan Forbes, un oscuro artesano inglés (a pesar del nombre de pila evidentemente irlandés), haga su mejor filme como director (también fue actor y productor), la historia de una vieja aristócrata francesa, medio chalada, a la que todos llaman, por ese mismo motivo, la loca de Chaillot. Pero la vieja realmente lo que tiene son unas tremendas ganas de vivir y de hacer del mundo un lugar habitable. Ello le llevará a pisar más de un callo y poner patas arriba a media ciudad, en unos tiempos históricos especialmente conflictivos.
La película (adaptación de la obra teatral La folle de Chaillot, original del dramaturgo francés Jean Giraudoux) se beneficia además de un variado e interesante reparto, en el que brilla con luz propia la elegancia de Charles Boyer, la inquietante mirada de Yul Brynner, la peculiar comicidad de Danny Kaye, la polifacética personalidad de Donald Pleasence, la gracia de Giulietta Masina, la clase de Paul Henreid o la perenne, eterna juventud de Richard Chamberlain (entonces, todavía, sin necesidad de pasar por el quirófano…).
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