Antonio Hens es un cineasta cordobés que se ha fogueado en cine y televisión. En esta última ha conseguido un oficio que ciertamente le ha dotado de unas tablas que en esta La partida son evidentes. Hens, en su cine, suele tocar generalmente el tema de la homosexualidad, que sitúa en ambientes peculiares: en Clandestinos, su anterior filme, el contexto era nada menos que el terrorismo vasco de ETA, y este su nuevo filme se ambienta en la Cuba de Raúl Castro, en el famoso Malecón de La Habana donde jineteras y jineteros venden sus favores sexuales, generalmente a extranjeros. En ese contexto encontramos a dos jóvenes amigos; uno de ellos, Reinier, casado y con un niño, y con pleno conocimiento y asentimiento de su familia, se dedica a sacarse unos pesos en el Malecón dando placer a forasteros; el otro, Yosvani, va a casarse con la hija de un pequeño mercachifle con tics de matonismo. En algún momento el segundo descubre una pasión torrencial por su amigo que había ido creciendo sotto voce hasta convertirse en la única razón de su existencia. De por medio estarán los problemas económicos de Reinier, que le mueven a intentar cazar a un español (un gallego, como nos llaman en Cuba a todos los de la vieja piel de toro) que le saque de las penurias de la isla, pero también sus aptitudes para el fútbol, que podrían ser otra vía de escape de una situación insoportable.
Finalmente un trágico drama pasional, con independencia del sexo de los amantes, La partida se nos presenta como un interesante relato, bien urdido y aceptablemente contado por Hens; aunque la televisión que ha hecho (culebrones de poca monta para televisiones autonómicas) suele implementar perfiles planos en la personalidad de los cineastas que la cultivan, lo cierto es que Hens puede presumir de tener un estilo propio, directo, no especialmente brillante pero sí eficaz; sabe cuándo tiene que usar la cámara al hombro, planifica con soltura y no suele caer en efectismos. La partida no es una gran película, pero no engaña a nadie, cuenta una historia con solvencia y con coherencia (esa gran ausente en tantos guiones actuales…), y en conjunto resulta un filme de cierto interés, que cae inevitablemente simpático por su tendencia al dramón romántico químicamente puro, en estos tiempos tan descreídos, y por su desprejuicio en las situaciones.
Los jóvenes protagonistas, prácticamente neófitos en la interpretación, resultan frescos y creíbles, en especial Milton García, cuyo rostro recuerda a un Eddie Murphy con cuarenta años menos y (eso sí) algo más blanquito. Entre los veteranos hay que decir que Toni Cantó resulta inverosímil, y no parece haber entrado en su papel en ningún momento. No sé si su trabajo como político (cuando se escriben estas líneas es diputado en el Parlamento Español por el partido Unión, Progreso y Democracia, UPyD) le habrá restado concentración, pero aquí nunca te crees que su personaje sea una persona, sino una mera máscara, un pelele.
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