Fernando Fernán Gómez era, con toda probabilidad, el único hombre que en España se podía proclamar renacentista, en el sentido de que abarcaba todas las facetas del arte escénico e incluso narrativo y lírico: fue actor cinematográfico, teatral y televisivo, director de cine y televisión, autor teatral, novelista, poeta y ensayista. Su talento era desmesurado, pero es cierto que a veces lo ponía al servicio de causas sin ningún interés, probablemente por razones de mera supervivencia, y entonces era el turno de petardos como este La querida, a mayor gloria de Rocío Jurado, cantante realmente extraordinaria pero de limitados recursos interpretativos.
El esquema del filme es el clásico de Ha nacido una estrella, con cantante que llega a la fama desde la nada, haciendo repaso de su vida y de cuantos hombres tuvieron incidencia en su deambular artístico. Los guionistas no estuvieron precisamente inspirados, y eso que eran José Manuel Fernández y Romualdo Molina, dos andaluces que durante los años sesenta y setenta programaron en TVE magníficos ciclos cinematográficos; así las cosas, el resultado fue una historia banal, sin garra alguna, que se apoya exclusivamente en las intervenciones de Rocío Jurado y su prodigiosa voz.
La dirección de Fernán Gómez fue rutinaria, sin interés ni intencionalidad. Nada hay que recuerde en esta película la mano del autor de obras singulares como El extraño viaje, La vida por delante o Mi hija Hildegart.
Como curiosidad, las escenas en las que Rocío Jurado aparecía ligerita de ropa, están rodadas con una doble de cuerpo, puesto que la diva no aceptó rodar ella misma tales secuencias. Además de la chipionera aparece compartiendo la cabecera del reparto el propio Fernán Gómez, y también una actriz escasamente aprovechada por el cine español, Teresa Gimpera, junto a un habitual de los teleteatros de los años sesenta, Ricardo Merino, un actor poco dúctil del que hace tiempo dejamos de oír hablar, perdido en subproductos de ningún interés.
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