Narciso Ibáñez Serrador (Montevideo, 1935 – Madrid, 2019) fue uno de los grandes nombres de la televisión en España durante medio siglo, desde principios de los años sesenta hasta comienzos de la centuria XXI. Su obra para el medio catódico fue inmensa y proteica, desde el terror puro (Historias para no dormir) a la comedia negra y liberal (Historias de la frivolidad), pasando por el thriller (¿Es usted el asesino?) e incluso el drama existencial (El asfalto, El trasplante), aunque probablemente será recordado sobre todo por sus concursos, en especial el popularísimo Un, dos, tres... responda otra vez, que fue un auténtico fenómeno de masas desde su debut en los años setenta hasta los primeros años del siglo XXI.
Pero Chicho (como era popularmente conocido) también dirigió cine, y el poco que hizo (o que le dejaron hacer, como decía cáusticamente este genio) fue notable, a la misma altura de sus estupendos productos televisivos que marcaron escuela. En cine Chicho dirigió dos películas, esta La residencia (1969), que rozó los 3 millones de espectadores en España, y ¿Quién puede matar a un niño? (1976), que se quedó muy por debajo en las expectativas de recaudación, no llegando a los 900 mil espectadores, lo que probablemente (a pesar de ser una cifra más que apreciable) provocó que no pudiera volver a rodar en 35 mm (fuente: web del Ministerio de Cultura).
La residencia se ambienta en el siglo XIX, en Francia (aunque los exteriores se rodaron en Cantabria...), en un internado para señoritas más o menos descarriadas, dirigido por Mme. Fourneau, que conduce la institución con gran rigidez y dureza. A ese internado llega Teresa, una jovencita hija de madre soltera que es llevada por un caballero que (sospechamos) puede ser el padre natural de la chica. Teresa pronto se da cuenta de que el internado es un sitio siniestro y bastante peligroso, no solo por lo estricto de la disciplina de la directora, sino porque su alumna favorita, Irene, parece tener un especial “interés” en ella, siendo una chica de tendencias más bien sádicas. El hijo de Mme. Fourneau, Louis, un adolescente que gusta de espiar a las chicas, sobre todo cuando están en el baño, es recriminado por la madre que le dice que esas muchachas no son adecuadas para él, que tiene que buscar una mujer como ella...
Los títulos de créditos en color rojo sangre auguran de alguna forma el contenido del film, de evidente tono victoriano, en atrezzo, look y vestuario. La película, preñada de malos augurios, muy sutiles, va creando una atmósfera malsana en lo que debiera ser un entorno virtuoso. Se sucederán las escenas de notable dureza (sobre todo para la época), como aquella en la que la directora fustiga (literalmente...) a una alumna díscola, o la que Irene y sus secuaces aterrorizan a Teresa, en ambos casos con una evidente mirada sáfica y con un toque sado, propuestas que, desde luego, estaban a años luz de lo que se hacía en cine comercial en la España de finales de los años sesenta, aunque es cierto que ya en aquella época empezaron a proliferar lo que se conocía como “versiones dobles”, con una versión más casta para el consumo interno, y otra más descocada para su venta al extranjero, siempre más liberal que la represiva censura franquista. Aquí, sin embargo, la panoplia de variaciones sexuales, aunque veladas, son más que evidentes, desde el sexo hetero entre el encargado de la leña que va cada semana a suministrar material al colegio (y ya de paso a holgar con una de las chicas, la que salga elegida en cada ocasión, que se lo echan a suertes) hasta el voyeurismo irredento del hijo adolescente de la directora, e incluso de esta con respecto a la alumna díscola, con la que se insinúa tiene algún tipo de relación no precisamente paternofilial, y no digamos los evidentes toques sadomasoquistas y sáficos entre varios de los personajes principales, en relaciones que pueden ser consentidas o, más habitualmente, forzadas.
Como se ve, un film muy atípico para su tiempo, finales de los años sesenta, pero que no era solo un muestrario de variantes eróticas veladas, sino en la que había una estimable historia, una acerba crítica sobre la represión sexual, y de qué forma esa represión puede crear conductas monstruosas, puede producir auténticos “psycho-killers”.
Formalmente, Chicho hace gala de una filmación clásica, firme, sin fisuras, con un buen ritmo narrativo, con notable sentido de la tensión. Terror gótico en estado puro, uno de los géneros preferidos de su director, La residencia tiene un lugar de honor dentro del género en el cine español, en un intento, que se demostró válido, de hacer cine en España con vocación internacional. Lástima que el relativo fracaso en taquilla (que no en resultado artístico) de su segundo empeño cinematográfico cortara de raíz ese filón.
Interesante reparto internacional, destacando la sólida presencia de la actriz alemana Lilli Palmer, que llegó a especializarse en cine de terror. Entre los jóvenes habría que citar a John Moulder Brown, que en aquella época hizo varios papeles de efebo lúbrico y tirando a amoral (La madrastra, Juegos de amor prohibido), e incluso trabajó para Visconti en Luis II de Baviera. De las españolas citaremos a Cristina Galbó, muy popular en la época, y, sobre todo, Maribel Martín, que se convertiría en una sólida actriz y también produjo algunas de las mejores películas de los años ochenta, como Los santos inocentes.
(02-01-2021)
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