Decía el otro día Diego Galán en su columna (y decía bien, que también nosotros admiramos a los maestros, aunque a veces los visitantes de esta página nos recriminen lo contrario) que hay un nuevo cine español, recién salido del horno, que está dando que hablar, y para bien. Citaba algunos títulos, entre ellos “Pudor” (ver crítica en CRITICALIA), que nuestro asiduo visitante sabe es de los filmes españoles mejor valorados por esta página en lo que va de año. Hablaba también de este “Ladrones” que ahora se estrena, y estaba en lo cierto. Estamos ante una gratísima sorpresa, que encandila desde el principio, esa escena virada a azul oscuro, casi negro (no lo he podido evitar, lo siento…), que nos muestra, sin una sola palabra, sólo con imágenes, el oficio de la madre y el niño (carteristas), la detención de la mujer, el desamparo del hijo, y que tendrá un final simétrico, espléndido, que cierra el círculo. Después sigue a igual nivel, con el crío ya convertido en muchacho con la mayoría de edad recién cumplida, con el orfanato ya abandonado, y con una vida por delante en la que se plantea una existencia dentro de lo normal: consigue trabajo como peluquero, pero pronto la tentación (que no vive arriba, sino en las carteras de sus clientes) le llevará a su antiguo, infantil oficio. Será entonces cuando conozca a una chica de clase media, cleptómana a ratos, por la que sentirá ese viejo, pero tan voraz, sentimiento de la pasión física, tal vez el amor. La tarea de Pygmalión está servida…
He aquí uno de esos casos en los que el argumento es claramente inferior al guión, y no digamos a la realización. La historia, así contada, no contiene elementos especialmente novedosos ni llamativos. Pero el guión la mejora, y no digamos la puesta en escena. Jaime Marqués Olarreaga, un debutante en el largo fogueado ya en algunos cortos, revela un talento inusual: utiliza con mano maestra una amplia gama de recursos expresivos cinematográficos, todos ellos utilizados con mucho criterio: virados fotográficos, ralentíes, travelines, encadenados, primeros planos… inteligentemente, se centra en sus dos personajes casi adolescentes, de tal manera que el resto de adultos que les rodea (padres, policías) quedan prácticamente en off, salvo los fundamentales del peluquero, el anticuario (un Patrick Bauchau excepcional en su papel de refinado Fagin) y la madre del carterista.
Narrada con concisión, con una sobriedad que no es sin embargo falta de recursos (que los tiene todos), “Ladrones” avanza como una tragedia griega, quizá shakespeareana, con sus fatales peldaños: la soledad, el aprendizaje, el cortejo, el amor, la desesperación, la muerte. Marqués coloca siempre la cámara donde debe, y maneja con soltura un montaje exacto, que confiere ligereza y a la vez solemnidad a esta obra mayor.
Incluso el atolondramiento y la inexperiencia de sus jóvenes protagonistas ayudan al excelente resultado del filme: esa inseguridad de los actores se transmite a sus personajes, tan necesitados de ella, tan transidos en sus respectivos dolores.
Ésta es una de las clases de cine español que necesitamos, donde la sutileza sustituye aladamente a la obviedad, donde el Director, con mayúsculas, gana la batalla al pegaplanos, con minúsculas, donde todo es talento y casi nada está de más. Lástima que el título, “Ladrones”, no sea precisamente una joya. Pero, ¿qué más da que la rosa se llame rosa? Lo importante es su belleza, su aroma, su armonía…
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