Convertido en el más conspicuo adaptador de la narrativa de Miguel Delibes, al que ha versionado con ésta ya en tres ocasiones (Retrato de familia y El disputado voto del señor Cayo fueron las dos anteriores), Antonio Giménez-Rico no acierta esta vez a dar en imágenes el áspero pero extraordinario texto del novelista castellano.
Y es una lástima porque la aproximación que ha realizado el cineasta era, en principio, osada y válida: se trataba de utilizar actores escasamente conocidos, para dar mayor verosimilitud al relato, y sobre todo basar la esencia de éste en el árido discurrir de las estaciones durante todo un ciclo anual en la dura meseta palentina.
Pero del dicho al hecho hay un trecho, un refrán por cierto también castellano: la adaptación peca de gris, de anodina, tomando bríos prácticamente sólo cuando interviene el personaje central, el Ratero, interpretado por José Caride, un veterano secundario del teatro y la televisión que hace toda una creación.
Pero el paisaje como protagonista no llega a convencer, y no porque no sea ciertamente un personaje más de la trama, sino porque el bronco costumbrismo con el que Gímenez-Rico lo enfoca no termina de ser verosímil, casi siempre se ve el truco, la parafernalia cinematográfica, y así no es posible dar credibilidad a la historia.
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