Una de las constantes que, con demasiada frecuencia, asuela a la clase crítica (hablamos de críticos de cine, of course), es la de jugar con los clichés de siempre, con un batiburrillo de tópicos y lugares comunes, generalmente con una vitola falsamente progre, que entiende que el cine comercial, “per se”, es abominable; no saben entonces, o al menos no recuerdan, si peinan canas, que películas como “La diligencia” o “Cantando bajo la lluvia”, inolvidables y siempre entre las más valoradas por la crítica, son ejemplos de cine expresamente comercial que, sin embargo, tenían también (quizá sobre todo) perdurables valores artísticos.
Viene esto a cuento por el palo generalizado que la crítica instalada ha dado a esta “Legión”. No seré yo quien vea en ella una obra maestra, ni siquiera una buena película; pero ello no me impide apreciar cualidades en las que, a lo que se ve, otros compañeros más circunspectos (y más miopes, o mojigatos, o ambas cosas) no han observado.
De entrada, la primera virtud de este filme entreverado de terror, acción, fantasía y un punto de escatología (en su acepción religiosa, no en la excremental), es atreverse a hacer que el Malo de la película sea nada menos que Dios. Sí, Dios, el Dios de Israel, el Yahvé bíblico, la Santísima Trinidad, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Es una rareza de tal calibre (seguramente se podrán contar con los dedos de la manos las películas que, a lo largo de la Historia, han hecho de Dios el villano), que nada más que por eso merecería no ser despachada con el típico revoltijo de tópicos. Es cierto que la maldad divina, en este caso, viene dada por la perversidad del Ser Humano como especie, como si Jehová volviera a hartarse de los hombres y decidiera de nuevo, como en Sodoma y Gomorra, arrasarlos a sangre y fuego.
Pero es que la determinación no es la misma que en aquel pasaje bíblico, porque de por medio hay otro nuevo Mesías, una nueva Virgen (bueno, en este caso, poco virgen) y un José, un padre putativo que, como Lot en Sodoma, provocará la reacción de aquel que en la filosofía cristiana se autodefine como “Yo soy El Que Es, el Ser, y el Que No Puede No Ser”; sólo que en este caso, a la inversa de Jesús, María y José, la intención de Dios será la de acabar con la nueva tríada y terminar de una vez por todas con la Humanidad; estamos, por tanto, ante un cambio cualitativo importantísimo: aquí Yahvé envía a sus ángeles a exterminar al niño, al nuevo Mesías, y con él, al último vestigio de esperanza; el hecho de que uno de sus ángeles, Miguel, le desobedezca y se enfrente al Ser Supremo, supondrá una reedición del mito del Ángel Caído que tiene también sabrosas lecturas: aquí Miguel, en contra de lo que hace Luzbel (el futuro Lucifer), desobedece no porque se crea más importante y hermoso que su Creador, sino precisamente porque quiere salvar a lo creado por Dios de su propia furia.
Por supuesto, no estamos ante un ensayo religioso, sino ante una película comercial; todo esto se encuentra inserto en una línea argumental que juega con elementos archiconocidos como las películas de zombies, la casa asediada y la heroicidad de Juan Nadie, con grandes dosis de acción y violencia. Vamos, que el guionista no estaba pensando precisamente en Santo Tomás de Aquino ni en San Agustín cuando redactaba su libreto, pero sí es cierto que hay una vena religiosa de corte bíblico muy peculiar, como queda dicho.
Scott Stewart, el director, procede de los efectos especiales, habiendo sido el mago de buena parte de las películas de la productora de George Lucas. Sin embargo, siendo sus F/X magníficos, como era de prever, no se trata del típico filme sin historia en la que lo único que importa es que se luzca el departamento de efectos especiales, sino que tiene entidad por sí mismo.
Capítulo aparte para el ángel Miguel que compone Paul Bettany, una deidad enamorada del Ser Humano, a la manera del que interpretaba Bruno Ganz en la inolvidable “Cielo sobre Berlín”, y que aquí habrá de librar una lucha a muerte (bueno, teniendo en cuenta que son inmortales, quizá la palabra no es la adecuada) con su hermano Gabriel, a fin de salvar al Hombre, al Lot de turno (y con él al resto de su género), para la ocasión un chico dubitativo, con pocos redaños pero con un inmenso amor remansado en su corazón, interpretado por un excelente Lucas Black, que no es otro que aquel entonces impúber que ya nos llamó poderosamente la atención, hace once años, en el primer empeño de Antonio Banderas como director, “Locos en Alabama”.
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