Llamando a las puertas del cielo

Ciertamente esperaba más del último Wim Wenders, Don’t come knocking, que en español sería algo así como "No vengan llamando”, aunque en nuestro país han optado finalmente por un título más bien marciano y tirando a cuento de hadas: Llamando a las puertas del cielo, nada menos, con reminiscencias dylanianas… Pero esta coproducción franco-germano-norteamericana, aunque en su argumento sea plenamente USA, no termina de convencer.

Parece que Wenders ha querido regresar al universo ya visitado en los años ochenta con su espléndida Paris, Texas, con un viejo actor tarambana y alcohólico, perdido en la mediocridad de una madurez que ha periclitado su antigua y efímera fama, quien dará en perderse adrede en el desierto, sin razones para vivir, aunque tampoco con arrestos suficientes para matarse. En ese itinerario zigzagueante en el que va dando tumbos, encontrará una familia incógnita, mientras tiene que huir de un lobo vestido de Armani (un espléndido, como siempre, Tim Roth, uno de los mejores actores de su generación).

Pero lo cierto es que esta nueva cinta de Wenders deja una sensación de “déjà vu”, de ya visto, como si fuera una variación no sustancial sobre temas ya tratados por el cineasta en ese mismo paisaje de la América profunda, pero sin su atribulada hondura. Es verdad que hay momentos magníficos (la discusión de Jessica Lange y Sam Shepard en plena calle, una lección de interpretación; el monólogo final de Sarah Polley, resplandeciente), pero el conjunto no tiene, ni de lejos, la altura de obras maestras wendersianas como El amigo americano o Cielo sobre Berlín.