He aquí una sospechosa concatenación de circunstancias: Telecinco, cadena televisiva española que pegó el pelotazo en audiencias hace unos años con su serie Sin tetas no hay paraíso, en la que el actor Miguel Ángel Silvestre (desde entonces apodado “El duque”, por su personaje en el serial) se convirtió en un mito erótico nacional, produce ahora un thriller en el que participa como antagonista el mentado intérprete, encargando su realización a un cineasta en horas bajas, Mariano Barroso, quien tras su último descalabro comercial en pantalla grande con Hormigas en la boca, ahora trabaja para televisión porque, ya se sabe, se tiene la dichosa manía de comer todos los días.
¿No huele esto a operación comercial para rentabilizar la figura de Silvestre? Porque además el papelito del susodicho, nada menos que un gigoló, le permite generosas exhibiciones epidérmicas. Pues si era efectivamente una operación comercial, me temo que se ha saldado con un fracaso tirando a descomunal, con una recaudación raquítica en su estreno en España, que es su mercado natural.
Teníamos muchas esperanzas en Barroso, un cineasta que llamó poderosamente la atención con Mi hermano del alma y, sobre todo, Éxtasis, y que después también interesó, aunque menos, con sus posteriores Los lobos de Washington y Kasbah, para finalmente petardear a tope con la mentada Hormigas en la boca. Ahora, este calculado thriller que se ve venir a un kilómetro de distancia no ayuda a mejorar su actualmente decaída reputación. Es cierto que la puesta en escena es correcta, estilosa, con charme. Pero hoy día eso no puede serlo todo, sobre todo si la carcasa sobre la que se asienta ese dominio de la cámara, del encuadre y del ritmo narrativo, no es sino un chapucero guión, inverosímil y marciano, con una rígida juez de vida monacal que se deja seducir por el puto de turno cuya celada debía oler a distancia cualquiera con dos dedos de frente, más aún alguien acostumbrado a discernir en su oficio diario la verdad de la mentira.
Al final resulta que, efectivamente, la cuestión está en poner a los dos protagonistas a joder, para supuesto solaz de sus fans. No digo que sea una cuestión negativa: a nadie le amarga un dulce. Pero sí digo que esto no es cine, sino, en todo caso, entretenimiento voyeurístico.
El guapo Silvestre despliega todo su repertorio sensual: posturitas, sonrisitas pícaras, impostada voz de barítono para resultar más sugerente, ropa fuera por menos de un pitillo para enseñar cacha… Pero lo cierto es que estará muy bueno, que lo está, pero como actor deja bastante que desear.
En cuanto a Leonor Watling, parece mentira que una actriz tan fiable como ella, una de las mejores de su generación, esté aquí tan insegura; está claro que su personaje, un disparate en su comportamiento, un prodigio de incoherencia, no le ayuda precisamente a brillar como ella suele. Y es que en Leonor, en contra de lo que ocurre con Miguel Ángel, se aúna la belleza con el talento: ¡ay, Duque, no se puede tener todo!
Lo mejor de Eva -
by Enrique Colmena,
Feb 18, 2012
1 /
5 stars
Lo peor de Barroso
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