Afortunadamente, los que amamos el género de la ficción científica seguimos de enhorabuena. La S/F o sci-fi, como también es conocida, sigue dando títulos atractivos. Es el caso de este Looper, que plantea una situación asaz curiosa y se entrevera de thriller. En el futuro, hacia los años setenta del siglo XXI, se habrían inventado los viajes en el tiempo; en ese contexto, se ha inventado el sistema ideal para librarse de elementos indeseables: enviarlos al pasado, treinta años atrás, cautivos, maniatados, con la cara tapada y a un lugar y momento determinado, donde unos matarifes contratados “ad hoc” los pasaportan aseadamente al otro barrio. El problema surge cuando esos “ejecutores” (por llamarlos de alguna forma) llegan a viejos y entonces, en esa sociedad del futuro, ellos mismos serán criminales a los que teletransportar al pasado para recibir su propia medicina. Y aún más cuando resulta que cada viejo enviado atrás habrá de ser matado por él mismo con treinta años menos, en una variante peculiarísima de la llamada “paradoja del astronauta”.
Valga esta introducción para poner en situación, aunque el filme da después un giro de lo más interesante cuando el personaje protagonista, ya de viejo, vuelve al pasado, se encuentra con su yo joven y… pero eso ya es materia de “spoiler”, y procuramos no reventar tramas. El caso es que el argumento gira hacia otros territorios, con irisaciones que recuerdan títulos ya clásicos como Carrie (la original, la de Brian de Palma) y Terminator, pero con vida propia, sin que en ningún momento remita a sus originales.
Rian Johnson tiene reconocidos sus méritos en el audiovisual como director de algunos de los capítulos de la exitosa serie televisiva Breaking Bad, y aquí confirma que su talento es genuino. No sólo el guión, que también es suyo, demuestra una rara capacidad para, tomando elementos externos, crear una nueva historia totalmente autónoma y fascinante, sino que su propia puesta en escena es vibrante, poderosa, con un ritmo que no decae nunca y una facilidad pasmosa para enhebrar los distintos espacio-tiempo sin que el espectador se pierda en ese pequeño dédalo de escenas paralelas en una época u otra.
Un final inesperado pero que casa tan bien (y también) con el resto de la historia no hace sino redondear un espléndido ejemplo de cine comercial que no por ello renuncia a hablar de temas tan interesantes como la posibilidad de redención incluso por anticipado, la importancia extrema que los hechos de la infancia tendrán en el futuro del adulto, o los límites que no rebasaríamos (o sí) para alcanzar la propia felicidad.
Mención aparte para el peculiar dúo que forman Joseph Gordon-Levitt y Bruce Willis interpretando el mismo papel con una diferencia de treinta años; especialmente interesante es la mímesis que Gordon-Levitt (que tiene ya en su haber varios títulos relevantes, como El Caballero Oscuro. La leyenda renace u Origen) hace de su personaje en viejo, adoptando algunos de los más característicos tics y gestos de Willis. El bueno de Bruce se adapta bien a su papel, acostumbrado ya quizá a que los personajes que le tocan ahora sean, necesariamente, próximos o netamente sexagenarios, y que en el género en el que más se mueve desde hace tiempo, la acción, ello pasa por componer héroes o villanos cansados, deseosos de sopita y buen vino, aunque tengan que hacer un último esfuerzo por hacer bien (o mal…) las cosas.
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