CINE EN PLATAFORMAS
ESTRENO EN FILMIN Y MOVISTAR+.
Celia Rico Clavellino (Constantina, Sevilla, 1982) es una cineasta española licenciada en Comunicación Audiovisual en la Universidad de Sevilla, ampliando su formación en la Universidad de Barcelona tanto en disciplinas cinematográficas como literarias. En cine empezó por abajo, en tareas de asistencia en films como Blancanieves (2012), de Pablo Berger, para pasar después a la dirección con un corto, Luisa no está en casa, que ya anticipó por donde iban sus intereses y preocupaciones temáticas, una historia de la cotidianidad en la ancianidad, de tintes evidentemente realistas, casi costumbristas.
Rico Clavellino dio el salto a la dirección de largometrajes con Viaje al cuarto de una madre (2018), que fue muy elogiada por la crítica (aunque el público – no llegó a los 30.000 espectadores...—no se enteró mayormente de su existencia) y consiguió un buen número de premios (San Sebastián, Gaudí, Feroz, ASECAN, Sant Jordi, CEC...), en torno a una hija veinteañera, en la Constantina natal de Celia, que buscaba la forma (y no la encontraba...) de salir del pueblo sin herir a su sobreprotectora madre. La película jugaba a conciencia la baza del realismo, del costumbrismo, ciertamente desde una sensibilidad notable, consiguiendo un film que gustó (a quien lo vio...) mucho, aunque por nuestra parte, elogiando sus virtudes, que eran evidentes, también señalamos sus defectos, como era, por ejemplo, el alargamiento de la trama (bien que para cubrir el metraje estándar comercial), lo que hacía incurrir en escenas en las que el aburrimiento, ese pecado mortal en cine, hacía su aparición.
Pues Celia Rico Clavellino vuelve de nuevo a ese mismo universo, el microcosmos de la madre y la hija, ahora en un lugar distinto (no se dice, pero es un pueblecito de Cataluña), con mujer, Ani, en torno a los sesenta y algo, que vive sola en una especie de masía, en la que, en una tonta caída en lo más llano, se rompe una pierna, lo que hace que su hija Teresa, en torno a los cuarenta, que vive y trabaja en Madrid, tenga que trasladarse donde su madre durante prácticamente todo el verano, para ayudarla mientras guarda reposo para que las férulas de su extremidad vayan haciendo su tarea. En esa nueva convivencia, después de tiempo en la que Teresa consiguió irse de la casa (de nuevo el mismo fantasma de su anterior film...), volverán a surgir los problemas que ya tuvieron ambas, en especial la hija, cuando vivían juntas: control obsesivo de la madre sobre todo lo que hace la hija, baja autoestima de esta sintiéndose una inútil al lado de su dominante progenitora, que tiene que ser la que ordena y manda siempre, como si su hija siguiera siendo adolescente y no la mujer hecha y derecha que tiene los cuarenta ya bien cumplidos.
De esa convivencia forzosa, de la que Teresa intenta huir, infructuosamente, con medias verdades pero también algunas mentiras enteras, irá surgiendo, sin embargo, una nueva forma de entenderse, progresivamente más amable, aunque la madre siga pareciendo ser (y seguramente lo será: afirma el brutal dicho español aquello de que “el que nace lechón, muere cochino”) un cardo borriquero, con su hija pero también con todos los que la rodean.
Esa nueva vuelta de tuerca al universo madre-hija, como en Viaje al cuarto de una madre, nos parece interesante pero ya un tanto repetitiva, como si Rico Clavellino tuviera problemas para diversificar sus temáticas, para presentar otros asuntos que no sean las con frecuencia complicadas relaciones materno-filiales; y es que da la impresión de que aquí el personaje de Lola Dueñas en Viaje al cuarto... hubiera envejecido hasta hacerse sexagenaria, y el de Anna Castillo en el mismo film lo hubiera hecho hasta la cuarentena, y volvieran a verse las caras, otra vez, después de que Anna hubiera conseguido salir de Constantina... Otro viaje al cuarto de una madre, entonces, apreciable pero que deja cierta sensación de “déjà vu”, de “ya visto”, aunque los elementos accesorios y la ubicación sean otros, y los personajes, aparentemente (solo aparentemente...) también lo sean.
Porque en el fondo en Los pequeños amores lo que late es (de nuevo...) hablar sobre las a veces difíciles relaciones familiares, también sobre las relaciones de poder que se conforman en el seno de la familia, y cómo afrontar esos complicados vínculos con las herramientas no siempre ideales con las que cada uno de nosotros contamos: en el caso de la protagonista joven, su poco espíritu, su miedo a defraudar constantemente a su madre, la tendencia a tirar de mentira para no enfrentarla directamente... en definitiva, los mismos mimbres de su anterior Viaje al cuarto de una madre, con otros ropajes, pero en el fondo una historia similar.
Nos parece bien que Rico Clavellino incida cuanto quiera en una temática concreta, aunque sería más realista que ampliara el foco; en cualquier caso, es su decisión. El problema está cuando, como ya ocurría en su ópera prima, se incurre en ese pecado de lesa cinematografía que es aburrir, aunque sea a ráfagas, al espectador. Apreciamos el tono como en do menor en el que está contada la peli, y sobre todo algunas de las escasas y leves líneas argumentales colaterales, como la curiosa relación, entre la fugaz amistad y el esbozo de cierto amor platónico, de Teresa con el pintor, un Jonás que quiere dejar la brocha gorda para ser actor (no le arriendo las ganancias...), en escenas en las que quizá estén algunos de los mejores momentos del film, siempre en sordina, como sin querer levantar la voz, como la lluvia mansa que cala sin darnos cuenta. Lástima que otras secuencias del film no estén atravesadas de esta sensación que recuerda un poco el cine de Rohmer, en el que las relaciones entre las personas transitaban entre lo amistoso y lo sentimental sin que hubiera límites apreciables entre ello.
Película de interés, entonces, lastrada por esa tendencia de Rico Clavellino al monotema madre-hija y a la evanescencia argumental, que hace, nos tememos, que con alguna frecuencia el espectador se lleve la mano a la boca, y no precisamente para chuparse el dedo...
Excelente trabajo actoral de las dos protagonistas, la gallega María Vázquez, a la que le van estupendamente este tipo de papeles que tiene que trabajarlos “hacia adentro”, y por supuesto esa maestra que es Adriana Ozores, la mejor de su clan familiar, los Ozores, desde que murió su padre, José Luis Ozores, que era un actor estupendo. Atención al joven Aimar Vega, que interpreta a Jonás, que nos parece muy fresco y creíble, aunque quizá por su físico y su voz se vea un tanto limitado para posibles personajes futuros.
(13-03-2024)
95'