CINE EN SALAS
Belén Funes (Barcelona, 1984) llamó la atención hace unos años con su ópera prima en el largometraje, La hija de un ladrón (2019), una película en clave claramente realista que hablaba del deseo de ser normal, de tener una vida como los demás, con un trabajo medianamente decente, una familia a la que querer y que te quiera: lo normal, vamos. La película gustó mucho, y consiguió, además de buenas críticas, el Goya a la Mejor Dirección Novel y varios premios en festivales como San Sebastián, Valladolid y Tesalónica, entre otros. Pero, como ya sabemos, el hecho de que tengas una película que guste no te allana el terreno a la hora de volver a dirigir, y así tenemos que poner en pie este nuevo proyecto le ha costado a Funes prácticamente un lustro...
Los tortuga (por cierto, qué título más feo, ¿no?) plantea su historia a caballo entre dos zonas bien distintas de España: arranca en el campo jiennense, entre olivos; conocemos a Anabel, conocida como Ana, aunque su madre la llama siempre Fideo; tiene como 18 años, y está recogiendo las aceitunas de los 200 olivos que le ha dejado su padre, Julián, muerto tiempo atrás en circunstancias que la chica no conoce con exactitud. El aceite que se obtiene, como siempre, es magnífico, un auténtico regalo para el paladar, y Ana y sus amigos y parientes de la zona lo degustan casi como si fuera una comunión pagana... Al pueblo llega Delia, la madre de Ana, una chilena afincada en Barcelona desde hace muchos años, donde trabaja como taxista por las noches. Las relaciones entre Ana y su madre, sin ser malas, no son demasiado buenas tampoco, con frecuentes choques... Anabel se marcha con su madre a Barcelona, donde la chica va a comenzar a estudiar Comunicación Audiovisual en una de las universidades de la ciudad. Pero un día Delia recibe una carta certificada de una inmobiliaria que le comunica (como al resto de los inquilinos del edificio donde vive) que esa compañía ha comprado el bloque de viviendas y les dan un plazo equis para abandonarlo con todas sus pertenencias...
El cine de Funes podría definirse como un cine de la realidad, pero también como un cine veladamente social: lo era La hija de un ladrón, en esa ansiada búsqueda de la normalidad para alguien que no había tenido hasta entonces una existencia normal (vida hasta la mayoría de edad en una casa de acogida, con bebé siendo aún una adolescente, trabajos precarios encadenados...), y lo es ahora, en otra onda, esta Los tortuga, que habla de varios temas: la emigración, tanto interior (de ahí viene lo de “los tortuga”, los inmigrantes jaeneros que se iban a Barcelona llevando consigo todo lo que tenían, de ahí la metáfora de los quelonios...) como exterior (la de la madre chilena emigrada a Cataluña desde su país andino), pero también el problema de los edificios adquiridos por fondos inmobiliarios (también conocidos como “fondos buitre”), que desalojan a los vecinos alquilados en un progresivo proceso de gentrificación que, en alguna medida, va despojando a las ciudades de la morfología acrisolada durante siglos; pero sobre todos esos temas, y otros (quizá demasiados, sí...) que aparecen en el film, sobrenada el que nos parece principal, que no sería otro que el de la necesidad de cerrar definitivamente el duelo, de asumir la pérdida y, con ello, afrontar el futuro, con sus incertidumbres, pero también con sus esperanzas.
Porque las dos protagonistas de la peli (este es un film abrumadoramente femenino, con escasísimos personajes masculinos, además claramente muy secundarios), cada una a su manera, no terminan de asumir la pérdida del esposo y padre, respectivamente: la chilena, entre otras maneras, negando el hecho ante su anciana madre, pero también (en buena medida como producto de esa negación) en una continua pelea con el mundo, con frecuentes actitudes escasamente empáticas incluso con las personas a las que quiere y la quieren; la hija, manteniendo a todo trance la herencia paterna del olivar, como forma de retener algo parecido a su (pr)esencia, algo que le sigue manteniendo simbólicamente en conexión con el padre al que tanto amó y que un día desapareció inesperadamente de su vida, una esencia y presencia también sostenida en elementos a la vez físicos y alegóricos, como ese olivo enfermo a cuyos pies se enterró el cuerpo del progenitor, que deberá dejar ir también, para poder abrir una nueva página de su existencia.
Y es que, a pesar de todo, la película estará finalmente transida de una tenue pero diáfana esperanza, con una madre y una hija que, compelidas por un futuro mayormente horrísono, comprenden que no hay más camino, ni más sentido, que la concordia entre ambas, con el amor entre las dos como imprescindible combustible vital, con el pragmatismo como forma de seguir adelante con el día a día, para poner los cimientos sobre los que poder construir (de nuevo...) una vida normal.
Film quizá un tanto disperso temáticamente, un punto deslavazado en ese sentido, sin embargo tiene una rara unidad interior, como si esos diversos temas, en el fondo, confluyeran armónicamente en esta relación materno-filial, a la sombra del marido y padre trágicamente desaparecido, que le otorga una entidad, una unidad, de la que en teoría pareciera carecer.
Bien rodado por Funes (que tiene todos los tiros dados dentro del cine, habiendo sido script, ayudante de dirección y lo que se terciara, antes de ser ella la que dirigiera el cotarro), la barcelonesa confirma, como en La hija de un ladrón, que le interesa más el fondo que la forma: su narrativa es invisible, nunca quiere que se note quién está al mando, en un ejercicio de modestia ciertamente poco frecuente en un mundo, el de la dirección cinematográfica, en el que cada vez abunda más el personal que se cree Orson Welles...
Excelentes las dos actrices protagonistas: Antonia Zegers, la veterana y estupenda intérprete chilena, que trabaja por primera vez en España, según creemos, y lo hace magníficamente, incluso atreviéndose a hablar en catalán en varias ocasiones; pero la que es toda una revelación es la jovencísima Elvira Lara, que debuta ante una cámara en esta película (quién lo diría...), con una seguridad, un aplomo y una capacidad para transmitir emociones ciertamente notable; hay que seguirle la pista a esta chica, porque promete muchísimo...
(30-05-2025)
110'