Terrence Malick (Ottawa, Illinois, 1943) se ha ganado, de forma injusta, fama de cineasta exquisito; con el tiempo entendemos que la inanidad de sus propuestas ha quedado al descubierto, pero lo cierto es que al comienzo de su carrera sí parecía tener cosas interesantes que contar, cuando aún no se había convertido, sobre todo desde principios del siglo XXI, en un director literalmente insoportable.
La primera película de largometraje de Malick fue esta Malas tierras (1973), que sorprendió considerablemente en su momento. Ambientada en eso que se suele llamar la “América profunda”, y cronológicamente situada a finales de los años cincuenta del siglo XX, cuando la explosión del rock, de Elvis, del James Dean de Rebelde sin causa, estaba en plena eclosión, cuenta la historia de dos jóvenes, Kit y Holly, él un irredento “malote” muy deaniano (incluso físicamente el actor que lo interpretaba, Michael Sheen, tenía en aquella época un razonable parecido con el mítico Jimmy Dean) y ella la típica pánfila que se enamora del chico equivocado. Cuando el padre de la muchacha se oponga taxativamente a la relación, será asesinado, y la pareja emprenderá una huída sin horizonte hacía las “tierras baldías” (de ahí el título del film) de Montana, a la manera de unos Bonnie & Clyde pero sin el carisma ni el “charme” de la famosa pareja de gánsters.
Tenemos para nosotros que Malas tierras es seguramente la mejor película de Malick, cuando aún no se había embriagado de su propia egolatría, creyendo ser el poeta que no es. Tiene el film una belleza ciertamente surreal, a pesar de que tuvo que contar con hasta tres directores de fotografía distintos, en un rodaje en el que los técnicos iban y venían por los graves problemas económicos que el film padeció, al disponer de un presupuesto económico más bien raquítico.
Pero el resultado, por encima de los problemas de rodaje, fue ciertamente fascinante, una historia muy apegada al momento histórico que relata, ese final de los años cincuenta cuando una nueva juventud se abría camino osadamente con sus propias reglas, a menudo unas reglas que rompían la baraja de la convivencia y se convertían en un camino de perdición. La fascinación por el sexo joven, airado e irredento, la lírica del marginal, un poco a la manera de El guardian entre el centeno, de J.D. Salinger, pero también la épica del Walt Whitman del hermoso “Oh, capitán, mi capitán”, está en Malas tierras, que recurre con brillantez a la música de, entre otros, Carl Orff, y con una muy apropiada interpretación de Martin Sheen y Sissy Spacek, ésta unos años antes de saltar a la fama por su rol protagonista en Carrie (1976), de Brian de Palma. También es reseñable la presencia del peckinpahiano Warren Oates, un rostro ciertamente peculiar.
La película se estrenó con gran éxito en el Festival de Nueva York, consiguiendo ser distribuida a nivel internacional por Warner, y pareció descubrir un talento que después se mostró intermitente y, desde luego, a la larga, falaz.
(22-02-2020)
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