“Érase una vez en la Francia ocupada por los nazis…” así comienza la última película de Quentin Tarantino y con tal licencia se permite un “aquí vale todo”, que rompe, como buen iconoclasta, con todos los clichés del cine bélico y de paso con la Historia, reinventando una segunda guerra mundial que no acabó como todos recordábamos. Tarantino hace su particular incursión gamberra en un género genéticamente poco predispuesto al humor a pesar de algunos títulos notables como ¿Qué hiciste en la guerra, papi?, de Blake Edwards, y otros filmes de factura italiana que se atrevieron a llevar al terreno de la comedia un tema tan luctuoso, aunque siempre con mesura, con un humor blanco y ciertamente edulcorado; al contrario que aquí, que el humor es negro, negrísimo… ya sabemos cómo se las gasta Tarantino. Una vez más, el propósito es subvertir los géneros y emplear una mirada irreverente para hacer una revisitación del cine bélico que echa por tierra todos los convencionalismos a los que nos tiene acostumbrados. Aquí, por ejemplo, no encontrarán campos de concentración llenos de judíos moribundos o valientes soldados con un alto sentido del honor y la justicia, nada más lejos. Estos judíos de Tarantino rebanan cabezas y coleccionan cabelleras al estilo apache dirigidos por un teniente macarra y un tanto sádico (un desmesurado Brad Pitt muy alejado de sus habituales papeles de guapo-y-estupendo) cuyo único objetivo es matar nazis a tutiplén.
La verdad es que aunque sea por una vez, se agradece ver a personajes judíos que hagan un papel distinto al de víctimas del holocausto y se defiendan, luchen, disparen e incluso sean un tanto despiadados si hace falta, en un retrato que quizás no sea muy del gusto de ciertos lobbys en Hollywood, pero… ¿por qué no? Al fin y al cabo es un cuento, como nos recuerda el “Once upon a time” del principio con el que Tarantino se gana de antemano la complicidad del público, que así puede reírse a gusto de alemanes y judíos, sin sentir demasiada culpabilidad al recordar La lista de Schindler ( por otra parte, tan poco digestiva para las palomitas). La consigna de Tarantino sigue siendo que al cine se va a pasarlo bien, a reírse, aunque sea viendo una película de guerra… y lo consigue, perfilándose cada vez más como una especie de sucesor de Peckinpah, un tanto fumado eso sí, que se desternilla esparciendo sesos a diestro y siniestro de la pantalla, convirtiendo la violencia más brutal en un eficaz recurso cómico. Tarantino siempre ha sido criticado por su banalización de la violencia, incluso por su refocilamiento en mostrárnosla con todas sus vísceras y litros de sangre pertinentes, mientras sus personajes hacen bromas macabras o practican la dialéctica del cuarto de libra con queso. Aquí volvemos a encontrarnos con ese tratamiento a la vez frívolo y descarnado, marca de la casa, pero también con una notable madurez en la creación de escenas, deudora sin duda de esa especie de enciclopedia cinematográfica que Tarantino guarda en su cabeza. Los guiños al cine clásico son continuos, pero salteados en un sofrito postmoderno lleno de ironía y de irreverencia: desde la música del spaghetti western en las primeras escenas de la película con el comando de bastardos desollando cabelleras hasta ciertas escenas de una lograda comicidad al estilo Lubitsch (magnífico el descabellado diálogo en “italiano” con acento de la América profunda) o el suspense a lo Hitchcock de algunas escenas llenas de tensión como la que abre el filme.
Sin duda alguna, Tarantino sabe como hacer películas, ha aprendido de los mejores (bendito videoclub en el que se licenció en historia del cine), aunque quizás se echa de menos, en esta ocasión, un guión más redondo, en lugar de la sucesión, no muy bien hilada, de escenas y diálogos absolutamente irreprochables pero que adolecen de continuidad y a veces también de ritmo. La película está dividida en capítulos un tanto inconexos que restan coherencia a la historia, con dos tramas diferentes que convergen en el final, pero que al carecer del montaje en paralelo de Pulp Fiction, consiguen a veces que el espectador se olvide de qué es lo que está pasando -mientras tanto- al otro lado de la Francia ocupada… inevitable el despiste, en especial en escenas tan largas que abandonan a su suerte a la mitad del casting hasta media hora después. Quizás sea por esta dispersión de escenas y tramas que el personaje que sobresale a lo largo de toda la película, casi como pilar imprescindible sobre el que se construye todo el filme, sea el Coronel Landa, presente en ambas tramas e interpretado por un magistral Christoph Waltz que se llevó muy merecidamente la Palma de Oro en Cannes. La exquisita crueldad de este nazi “Cazajudíos” alcanza un nivel comparable a las interpretaciones más logradas de malos malísimos de la historia del cine (aunque quizás pierda un poco el equilibrio al final, en un giro de la trama que le hace perder muchos puntos) y sin duda es una pieza clave para que la película funcione.
Por lo demás, destacar, como siempre, los ingeniosos diálogos que suelen trufar todas las películas del creador de Kill Bill y su capacidad para crear rocambolescas escenas resueltas siempre con maestría, algunas memorables, aunque, como decíamos anteriormente, el resultado final revela una discontinuidad en la escritura del guión que no acaba de convencer. Habría que señalar también ese juego de cine dentro del cine, también muy postmoderno y los guiños al cine alemán, con alusiones a Leni Riefenstahl, a Pabst y a las producciones de la UFA en la época nazi. Sin duda alguna ese videoclub en el que se crió Tarantino tenía buenos fondos… en fin, lo que unos llaman plagio, y otros homenaje, finalmente acaba siendo una lectura postmoderna, más iconoclasta que nostálgica, consecuencia inevitable de haber visto mucho cine, cosa que se echa de menos hoy en día en muchos directores que parecen haber inventado el travelling. Quizás no sea políticamente correcto reírse de las guerras ni convertir a los judíos en asesinos desalmados y un tanto descerebrados, ni cambiar la Historia… pero al fin y al cabo, si por algo se caracteriza Tarantino, es por su mirada poco amable y su furibunda maestría al romper con los cánones establecidos. Con respecto a la violencia, echen un vistazo a los videojuegos de sus hijos o incluso a algún programa del corazón y después díganme, si en comparación, el cine de Tarantino no es edificante.
Malditos bastardos -
by Cristina Colmena,
Sep 29, 2009
2 /
5 stars
La revancha de los judíos
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