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CINE EN SALAS

Ea, pues ya tiene Pablo Larraín terminada su trilogía que ha denominado “Lady in heels”, “Dama en – o con- tacones”. Los dos segmentos anteriores fueron Jackie (lógicamente sobre la viudísima Jacqueline Kennedy) y Spencer (también lógicamente sobre Lady Di, de soltera Spencer). Este tríptico buscaba, y entendemos que lo consigue, un acercamiento más emocional que histórico o puramente biográfico a tres grandes mujeres contemporáneas: en Jackie, el acercamiento se hacía a la recién enviudada Primera Dama y cómo tuvo que lidiar con aquella conmoción nacional e internacional que fue el asesinato de JFK; en Spencer, Larraín se aproximó a la mítica Lady Di en los críticos días en los que se desencadenaron los acontecimientos cruciales por los que la pareja decidió separar sus vidas.

Ahora, con María Callas (en su título original, solo Maria), Larraín aborda los últimos siete días de la vida de la famosa diva griega, una de las mujeres que más impacto tuvieron en su momento, no solo por su prodigiosa garganta, que hacía, literalmente, llorar a quienes la escuchaban, sino, también, por su agitada vida amorosa, en especial por la tormentosa relación sentimental que mantuvo con el magnate Aristóteles Onassis, quien posteriormente la dejó para casarse con (precisamente...) Jackie Kennedy. Esos siete últimos días, Larraín, con su guionista Steven Knight, los imagina en su apartamento parisino donde realmente murió, y nos presenta a una Callas cuya voz es ya un pálido reflejo de lo que fue, debatiéndose la diva entre la posibilidad de volver a cantar o dejar definitivamente el bel canto. Sus audiciones privadas con un pianista amigo, sus temblorosas arias cantadas en su apartamento quizá con la secreta intención de recibir el halago de su cocinera, darán forma a ese cauteloso anhelo de la prima donna, sabedora de que quizá su única oportunidad de vivir fuera precisamente retornar al canto, volver a ser la que fue: la constatación de que ya no era sino un espejismo de la estrella rutilante que durante una época conquistó el mundo quizá fuera, entonces, el detonante de su muerte, con su precaria salud como imprescindible cómplice, y tal vez ayudada por alguna colaboración química, de la que la diva tenía considerables provisiones.

Larraín se aproxima a María, como a Jackie o Diana, no desde la historiografía sino desde la emoción, desde las sensaciones, desde la mirada cálida, comprensiva, hacia la mujer que lo fue todo y que, llegados los 53 años, había sido olvidada por todos salvo por los muy incondicionales. Una vida marcada por la desafección materna (que, según parece, llegó a prostituirla con los oficiales nazis que ocupaban la Grecia de la Segunda Guerra Mundial) y por el amor/desamor del soberbio y sobrado magnate heleno, pero también con su tempestuosa relación con un público que la adoraba pero no le perdonaba sus frecuentes problemas de salud que le impidieron atender, en ocasiones, sus compromisos operísticos.

Ese acercamiento emocional, más impresionista que riguroso (para rigor histórico, véase la enciclopedia correspondiente...), lo articulan Larraín y Knight a través de tres actos, como las óperas, y parten de la alucinación psicodélica que causaría en la diva la medicación (esto sí confirmado documentalmente) con Mandrax, un potente sedante hipnótico, que le lleva a creer que es entrevistada por un periodista precisamente llamado así, Mandrax, lo que dará ocasión para que la cantante revise su vida, en flashbacks en los que quizá no todo sea real (como ocurría en esos últimos siete días de vida, bajo los efectos del opiáceo químico), pero sí se corresponde con sus recuerdos, o lo que ella cree que son sus recuerdos. A partir de ese esquema, se suceden alternativamente los elementos que conformarán esa última semana de vida, desde su renuente relación con el médico que intenta informarla de lo que ella, en realidad, ya sabía (que su vida se acababa...), hasta sus intentos infructuosos para volver a ser la gran Callas, pasando por su estrecha relación (a pesar del abismo que les separaba) con sus fieles mayordomo (y hombre para todo), Ferruccio, y cocinera (y mujer para todo), Bruna, ambos lo más parecido a una familia que tuvo al final de su existencia, sirvientes pero a la vez también padre y madre, hijo e hija, hermano y hermana, como ella misma reconocerá en una escena.

Con un exquisito y cuidadísimo tratamiento formal, que nos presenta las imágenes en flashback en un intenso blanco y negro, como si estuviera filmado en la época en la que se ambienta (años cuarenta y cincuenta, fundamentalmente), y un color con mucho grano para las escenas en las que Larraín combina imágenes documentales de la Callas auténtica con las de Jolie como la diva, el cineasta chileno hace con esta tercera parte de su trilogía de mujeres poderosas la que a nuestro juicio es la mejor y más sutil, más cinematográfica, de las tres películas, un film que se aparte del biopic correcto pero impersonal para acercarse “sotto voce” a la mujer que sufría por sentirse amputada en su descomunal talento, esa garganta prodigiosa en decadencia, pero también por una desastrosa vida afectiva (una madre miserable que solo buscaba su propio beneficio) y sentimental (un Onassis que solo la quería como trofeo, como haría también con Jackie Kennedy).

Mención especial, por supuesto, para Angelina Jolie, que vuelve al cine tras tres años de no aparecer en una pantalla, y lo hace ciertamente en plena forma. Jolie es una Callas poderosa, con un punto elegantemente borde, en cuya boca Steven Knight, el guionista, pone brillantes diálogos, que ella desgrana con maestría y seguridad absolutas; no es imaginable una actriz actual que fuera capaz de transmitir el aura de carisma, de leyenda, que a buen seguro tuvo la gran María Callas. Angelina está bien secundada por un grupo de actores y actrices notables, como los italianos Pierfrancesco Favino y Alba Rohrwacher (sí, a pesar del apellido, es italiana...). Kodi Smit-McPhee, el niño de La carretera, el adolescente de El poder del perro, resulta muy adecuado por su físico, un veinteañero largo como un día sin pan, canijo como un fideo, enteramente un personaje del Greco (pintor al que, por cierto, mientan en un momento del film), rasgos que podrían ajustarse perfectamente a su personaje, ni más ni menos que un ectoplasma creado por la mente alucinada de la soprano en su deriva entre la realidad y la ensoñación lisérgica.

(11-02-2025)


María Callas - by , Feb 11, 2025
3 / 5 stars
Entre la realidad y la ensoñación lisérgica