Tengo escrito (ver Artículo de Fondo titulado Repensar la crítica de cine) que el Séptimo Arte actual no puede estar de espaldas a los nuevos lenguajes que las tecnologías del siglo XXI nos han traído. El videojuego es, seguramente, uno de esos lenguajes más peculiares e interesantes, aunque hasta ahora su incidencia en el cine ha sido más bien modesta y su aportación (en forma de enriquecimiento cultural) tirando a nula. No será Max Payne quien ayude a modificar ese estado de cosas, porque la versión al cine del famoso videojuego creado por Sam Lake dista mucho de ser una buena película.
John Moore, su director, es perito en películas de acción y misterio. Suyas son Tras la línea enemiga, que situaba la acción en el contexto de la guerra de los Balcanes, y la nueva versión de La profecía; pobres tarjetas de visita que no mejoran con este su nuevo filme, que no termina de decidirse por alguna de las vías previamente planteada; tenemos la venganza sorda, enquistada como un tumor, que el policía protagonista quiere llevar a efecto sobre los asesinos de su mujer y su bebé; tenemos la trama sobrenatural, con los demonios que aparecen intermitentemente, siempre sospechosamente en callejones oscuros y llenos de basura, nunca a las claritas del día…; hay otra trama más, la de la droga alucinógena que, supuestamente, despierta a esos demonios, y que finalmente tomará un derrotero no precisamente inesperado (estos guionistas de hoy, tan previsibles…). Muchas posibilidades, y ninguna adecuadamente explotada, en una película, además, aburrida hasta lo indecible, lo que, para un cine que se reputa de entretenimiento, debe ser algo así como el mayor pecado capital posible.
Así las cosas, se entiende que en Estados Unidos, a pesar de haber encabezado el “ranking” de la taquilla, la recaudación haya sido modesta para lo que se supone debería haber sido. Lo tengo dicho alguna que otra vez: aunque los críticos, en nuestra fatuidad, habitualmente desconfiemos del buen sentido del público, éste con frecuencia nos pega un palmetazo en forma de dar la espalda a productos supuestamente rompedores de taquillas, que finalmente no rompe ni la pata de una mesilla de noche… Reconcilia ello con el espectador, con el buen criterio, con la capacidad del ser humano para ser crítico y discernir entre el grano y la paja. Lo dicho, otra bobería de acción sin alma, de la que nos habremos olvidado casi antes de salir de la sala…
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