CINE EN SALAS
Para intentar entender la nueva película de Jaime Rosales (Barcelona, 1970), es conveniente saber que el cineasta catalán afronta cada nuevo proyecto con la premeditada intención de hacerlo con un concepto diferente, tanto formal como de fondo; así, en La soledad jugaba con la polivisión, la pantalla partida que ofrecía insospechados matices a un drama familiar: madre anciana, hijas pendientes de la herencia, la tragedia que llega sin aviso; en Tiro en la cabeza se buscaba la mirada entomológica, documental, costumbrista, sobre un “talde” (comando terrorista de ETA), una película en la que solo se pronunciaba una única palabra; en Hermosa juventud el tema era más realista, casi naturalista, con esa pareja de barrio lumpen abocada al porno amateur para sobrevivir; en Petra hacía una película “a la manera de” la cortazariana Rayuela, un tenso e intenso drama paternofilial cuyos capítulos podrían barajarse de distinta forma a la que aparecen en pantalla; y en Girasoles silvestres su tono será el de la docuficción, el del realismo a ultranza en tres capítulos sobre los tres varones en la vida de una chica de clase baja y su (a veces dura) interacción con ellos.
Quizá ese haya podido ser el problema para que esta Morlaix, que tiene cosas (muy) interesantes, finalmente esté, o así nos lo parece, por debajo del nivel artístico de sus anteriores films. No es Morlaix una película fallida, pero sí con demasiado metraje y con uno de sus conceptos manejados que se (de)muestra pronto como equivocado.
La acción se desarrolla en nuestro tiempo, aunque hay un salto temporal de 20 años, por lo que la trama se iniciaría hacia 2004 para retomarla, ya casi al final, hacia 2024. La mayor parte del film se ambienta en Morlaix, una pequeña población de la Bretaña francesa, en el NorOeste del país, un pueblo de unos 14.000 habitantes, cuya seña de identidad más reconocida es un gigantesco viaducto que atraviesa la localidad, construido en el siglo XIX para el tráfico ferroviario. Conocemos a varios chicos en torno a los 18 años, que cursan el último curso en el instituto, antes de pasar (si así lo deciden) a la universidad. Conocemos a Gwen y Hugo, ella una de las chicas dieciochoañeras, y él un preadolescente, quizá en torno a los 12 años; ambos se han quedado recientemente huérfanos de madre (el padre vive en otra localidad, y parece sin mucha relación son sus vástagos) y están lógicamente destrozados. Gwen mantiene una relación como de follamigos con Thomas, que tiene un hermano gemelo, o mellizo; el sesteante ambiente escolar se agitará con la llegada de un nuevo chico, Jean-Luc, procedente de París, que convulsionará el panorama de la gente de su generación en el pueblo...
Parece que aquí el habitual concepto rosalesiano se multiplica, con varias derivadas; así, la más llamativa quizá sea la visión en el cine del pueblo, por parte de los chicos protagonistas, de una película muy propiamente llamada también “Morlaix”, que refleja una historia sospechosamente parecida a la suya, con ellos mismos como personajes, con sus mismos nombres, en torno al triángulo amoroso planteado entre Gwen, Thomas y el magnético Jean-Luc parisino; ese triángulo, en esa película que ven, tendrá un final trágico, y además posteriormente, en la escena final, la volveremos a ver, pero ahora con otro desenlace distinto, igual de trágico, pero ciertamente desconcertante por el cambio de víctima.
Pero no es el único concepto manejado por Rosales: formalmente, la película juega con el “aspect ratio” (ya saben, la proporción de la pantalla), pero también con el color, de tal manera que el film empieza en blanco y negro y con un encuadre como de 35 mm (sería aproximadamente 3:2, claramente rectangular), coincidiendo con el duelo de los hermanos Gwen y Hugo, tras la trágica, dolorosísima muerte de la madre, para cambiar a color (pero en un tono buscadamente desvaído, como filmado a conciencia en el viejo 16 mm) cuando aparece Jean-Luc, como forma de dejar atrás ese duelo, de volver a la vida, pero también cambiando el “aspect ratio”, ahora a un formato 4:3, casi cuadrado, el que antiguamente era el habitual de las televisiones del siglo XX; con ello entendemos que Rosales busca “recoger” a sus personajes, centrarse en ellos, obviar el paisaje para hablarnos de sus pensamientos, sus dudas, sus emociones... Pero es que ya casi al final, en la parte de la historia que se desarrolla veinte años después, tras recibir la protagonista una luctuosa noticia, el film volverá de nuevo al blanco y negro de la tristeza inicial, también al encuadre en 35 mm. Otro rasgo formal interesante serán las breves fotos-fija que Rosales intercala de vez en cuando en la filmación, de los personajes de la trama, mientras hablan, o miran, o simplemente piensan, quizá como forma de captar esos momentos mágicos, irrepetibles, también inasibles, ese tiempo único de la juventud cuando todo parece posible.
Pero no quedará ahí la cosa en cuanto a los conceptos manejados por Rosales y sus guionistas franceses: quizá el meollo de la historia sea precisamente las digresiones sobre lo divino y lo humano que el cineasta pone en boca de sus jóvenes intérpretes, de tal manera que, sobre todo a raíz de la visión de la película en la que todos ellos se ven (pero, según parece, no se reconocen...), habrá como una larguísima sesión de cine-fórum, en la que, en largos planos secuencia sobre el rostro de cada uno de los personajes, estos irán contando sus pensamientos sobre temas tan complejos, también tan abstractos, como el amor (pero, ojo, no el sexo, el amor como sentimiento elevado, mucho más cerca del medieval “amor cortés” que del amor concupiscente), pero también la muerte, la religión (sobre todo en torno a la fe, especialmente en su faceta de protección ante las tragedias), el suicidio... temas graves que, en bocas tan jóvenes, produce una rara sensación, como si fuera improbable que gente con toda la vida por delante pudieran pensar, y hablar, incluso divagar, sobre asuntos tan serios, tan trascendentes. Y ahí reside, a nuestro entender, uno de los errores del nuevo film de Rosales, esas largas digresiones de cada uno de ellos, hablando sobre esos temas solemnes, en los que los prolongados planos sobre cada uno terminan acercándose más a la cháchara que a las exposiciones más o menos razonadas sobre tan arduas temáticas. Se ha mentado el nombre de Éric Rohmer y sus deliciosas películas agrupadas en el ciclo Comedias y Proverbios (como La buena boda, Pauline en la playa y Las noches de la luna llena), pero aquí no hay la grácil ligereza de los diálogos de aquellos también jovencísimos actores rohmerianos, sino que todo es bastante más grávido, quizá incluso plúmbeo.
Film aparentemente sobre los amores juveniles, pero sobre todo sobre ese momento mágico en el que el ser humano se enfrenta al resto de su vida, y cuyas decisiones determinarán lo que será en el futuro (personal, profesional, vitalmente), con una finta final que desconcertantemente pone en cuestión todo lo anterior, nos parece que la compleja y múltiple búsqueda de conceptos temáticos y estéticos de este nuevo (y arriesgado) empeño de Jaime Rosales no raya a igual altura que sus anteriores películas. ¿Eso quiere decir que no interesa? En absoluto: quizá este tipo de experimentaciones (aunque parcialmente fallidas) sean precisamente a lo que podemos, a lo que debemos aspirar en cuanto a la creación cinematográfica cuando cumplimos el primer cuarto del siglo XXI. Para hacer historias al uso ya está Netflix: Rosales hace otras cosas, aventurándose por terrenos no hollados, buscando sendas en medio de la maleza, por donde no se ha atrevido a transitar nadie.
Los intérpretes, correctos, sin alharacas. Llama la atención el notable parecido de Aminthe Audiard (sobrina de Jacques Audiard, el director de Emilia Pérez) con Mélanie Thierry, que la interpreta con veinte años más. La producción, por cierto, es mayoritariamente francesa (67%), mientras que la parte española se limita a un tercio del presupuesto, ciertamente menguado (no ha llegado a los 700.000 euros: con esto hay quien no le da ni para hacer un corto...), pero más que suficiente para contarnos esta estimulante aunque no del todo conseguida historia... y bien que lo sentimos, con lo que nos gusta el cine de Jaime Rosales...
(19-03-2025)
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