Mike Leigh es un cineasta británico que tiene en su haber varios valiosos filmes, desde Indefenso (1993), que le descubriría para el mundo, hasta Secretos y mentiras (1996), ganadora de la Palma de Oro en Cannes y que le consagró definitivamente, pasando por el emotivo melodrama El secreto de Vera Drake (2004). Con Mr. Turner, Leigh afronta la difícil papeleta de poner en pantalla a uno de los genios de la pintura británica, Joseph Mallord William Turner, quien revolucionó el concepto pictórico en plena Inglaterra victoriana, preludiando lo que los pintores franceses de la siguiente generación (Monet, Renoir, Pissarro, Degas) instituyeron con el nombre de impresionismo.
El empeño era arriesgado, y nos tememos que no se ha saldado con el éxito que todos hubiéramos deseado. Es cierto que hay un ambicioso diseño de producción que reproduce admirablemente la Inglaterra del siglo XIX, en sus décadas de los años veinte a cincuenta, con una espléndida fotografía de David Pope que evoca fascinantemente algunas de las más memorables obras del genial Billy Turner, pero también que no llegamos a tener una cabal idea de cómo era el pintor, o al menos de cómo lo ha visto Mike Leigh. Sabemos que era un gruñón, con ciertas tendencias gamberras (todo lo gamberro que se podía ser en el Reino Unido victoriano, claro…), que sentía un gran amor por su padre y que ocasionalmente se daba un desahogo sexual con su pobre ama de llaves, lo que en aquella época debía considerarse “normal”.
También conoceremos su amor otoñal por una viudita alegre (dos maridos mandó al hoyo, y con Turner tres…), sus trifulcas con otros académicos de la Royal Academy of Art, y sus disputas por deudas con el pintor Haydon. Pero (siempre hay un pero…) tengo la impresión de que no nos hemos enterado, de verdad, de quien fue Turner, es un personaje que no llegamos a conocer bien, a pesar del dilatado metraje, que ciertamente se podría haber recortado, y de las múltiples anécdotas que se nos cuentan.
Por supuesto, la puesta en escena es exquisita, y la vena humorística de Leigh aparece de vez en cuando, con esa comicidad británica tan elegante que, aunque esté hablando de temas vulgares, resulta excelsa. Timothy Spall está espléndido en su papel, a pesar de que (me temo que no por su culpa, sino por un guión no especialmente explícito) la pieza se le haya escapado viva al por lo demás estimulante cineasta inglés.
150'