Jim Jarmusch es, junto a Susan Seidelman, el más claro encumbramiento en el cine USA partiendo de los circuitos independientes. Con sólo tres películas anteriores a este Mystery train (Vacaciones permanentes, Extraños en el paraíso, Bajo el peso de la ley), Jarmusch se consagró como un cineasta de culto, bien que a los niveles relativamente minoritarios del público cinéfilo estándar. También es cierto que en los últimos años apenas se sabe nada de él, y en este comienzo del siglo XXI está como desaparecido en combate. Curiosamente su cine se ha ido depurando de la ganga marginalista de los comienzos, con filmes que buscaban su ser en atavismos estilísticos, hasta llegar a una precisa y a la vez preciosa sofisticación en la forma, sin por ello perder sustancia. Mystery train, como el resto de su filmografía, es un paseo por la otra América, no tratada de forma miserabilista, como hacen los cineastas "underground" al uso, sino desde un punto de vista casi hiperrealista. En este filme el nudo argumental gira en torno a tres historias con algún nexo en común y un drama final gestado a la mitad. América está ahí, en esa tragicomedia de seres que pululan por Memphis, japoneses en la patria de Elvis, quinquis de poca monta conducidos fatalmente a su destino, recepcionistas de hotel a la eterna espera de la nada.
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