Hay empeños que caen irremediablemente simpáticos, aunque después el resultado diste mucho de ser medianamente interesante; estamos ante uno de esos casos. Este Nato 0. El origen del mal es un thriller español de serie B (a ratos parece más bien de serie Z...), con interiores filmados en Sevilla y exteriores en Nueva York, ciudad de la que se da una muy abundante ración de imágenes de los inevitables rascacielos, con frecuencia filmados en elegantes planos aéreos que suponemos rodados con dron.
La acción, como decimos, está supuestamente desarrollada en la Gran Manzana, en nuestros días. Al principio vemos a tres chicas divirtiéndose en un taxi. Cuando después están en un cine, un tipo las molesta desde atrás; se cambian de sitio, pero alguien detrás del tío le corta el cuello sin que le tiemble la mano. Conocemos entonces a Andrés, un profesor español, en torno a los sesenta, que da clase en un aula universitaria neoyorquina; habla de un tipo de asesino, al que llama “Nato 0”, que sería el asesino perfecto, al no tener motivaciones, ni ningún tipo de relación con sus víctimas, simplemente mataría por matar. Paralelamente, la inspectora Mary Anderson y su colega Quint, miembros de la NPYD, la Policía de Nueva York, investigan varios asesinatos recientes sin nada en común, pero la mujer policía sospecha que, precisamente esa falta de relación ya supone un tipo de nexo. Es amiga de antiguo de Andrés, y busca su colaboración como experto criminólogo, pero el profesor está retirado de la investigación policial, por ser esa ocupación tan absorbente que le costó el matrimonio y también el recelo de su hijo varón, Alex, mientras que la hija, Beli, parece que lo ha entendido mejor. Pero los crímenes se siguen sucediendo, por lo que la Policía, pero también la Alcaldía, empiezan a ponerse nerviosos...
Gonzalo Crespo, que firma aquí como “Gon”, con el apócope de su nombre de pila, es un cineasta de todavía corta carrera, que hasta ahora había desarrollado en el campo de las series documentales, con títulos como La guerra civil en Andalucía, La guerra civil en Aragón y Colón al descubierto. Ahora hace con este su primer largo de ficción, y lo cierto es que ha apostado fuerte, si no en cuanto al volumen de la producción, sí en cuanto a su apariencia. Con un guion de José Ortuño sobre una idea del propio director y de Rafa Oliver, la película intenta parecer un film norteamericano de bajo presupuesto, con diálogos en inglés y en español, rodaje supuestamente en la ciudad de los rascacielos (aunque ya hemos visto que eso se ha hecho solo parcialmente), e intriga que pudiera hacer pensar en algunos clásicos modernos del thriller de psicópatas, tales como Seven y El silencio de los corderos, con su”psychokiller” imposible de encontrar, en este caso no tanto por la inteligencia superlativa de éste (como ocurría en los títulos citados), sino por la aleatoriedad de sus crímenes, que le confiere, quizá sin pretenderlo, un aura de invulnerabilidad.
Estamos entonces, como comentábamos, ante un esforzado producto que busca parecer lo que no es, probablemente para intentar el asalto al difícil mercado yanqui, de ahí los numerosos diálogos en inglés. Gonzalo Crespo se revela como un cineasta correcto, si bien es cierto que su narración parece todavía un tanto envarada, le falta fluidez. La historia tampoco es un prodigio de originalidad, precisamente, y todo gira en torno a ese supuesto “Nato 0”, que supondría el asesino perfecto, pero el guion es bastante confuso, intentando con poco éxito desviar las sospechas sobre un personaje concreto, lo que, por supuesto, nos hace saber desde el principio que ese no es el criminal. La resolución está muy pillada por los pelos, sin una explicación medianamente convincente de por qué es esa persona la asesina, más allá de una difusa inclinación infantil a infligir dolor a los seres vivos. Ese desenlace, fiel al tópico “el asesino es el que menos se sospecha”, está sin sustanciar, sin argumentar válidamente, sin que tenga ningún tipo de coherencia con lo que hasta entonces hemos visto... Por supuesto que en este tipo de intrigas muchas veces hay que ser benévolos porque si se exigiera claridad y congruencia absolutas, probablemente la inmensa mayoría de films hechos de esta guisa serían rechazables, pero aquí lo cierto es que se supera, de largo, el ancho margen de tolerancia que generalmente se les otorga.
Estamos entonces ante una intriga convencional, no precisamente distinguida, en la que los intérpretes, en general, tampoco se puede decir que estén excelsos, a pesar de que el protagonista, el veterano actor barcelonés Carlos Olalla, intenta que su personaje sea algo más que un mero estereotipo, el antiguo poli cuyo trabajo ha hundido su familia y quiere redimirse, ectétera...
Eso sí, la música de Pablo Cervantes es elegante, intrigante y adecuada al tema, quizá uno de los pocos puntos positivos de este, por lo demás, tan esforzado como endeble thriller de psicópatas.
(12-06-2023)
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