Esta película forma parte de la programación del 19 Festival de Cine Africano (FCAT). Disponible por tiempo limitado en Filmin.
Saul Williams (Nueva York, 1972) es un poeta, rapero, cantante, actor, músico, guionista, director, productor... y seguramente algunas cosas más que se nos quedan en el tintero, casi un hombre del Renacimiento en el Nueva York del siglo XXI; Anisia Uzeyman (Gihindamuyaga Mbazi, Ruanda, 1975), radicada desde hace años en Estados Unidos, es actriz, guionista, directora y productora; ambos están casados y firman este rarísimo pero subyugante largometraje con el alias de Swan ("cisne" en inglés, claro está).
Lo cierto es que esta Neptune Frost es una de las más extrañas, pero también estimulantes películas que hayamos visto en los últimos tiempos, una rareza de difícil clasificación.
La acción se desarrolla en Ruanda, en un tiempo indeterminado, que podría ser ahora o en el futuro, hecha en clave no realista. Así, la historia está narrada en off por la protagonista, la Neptune del título, que es una mujer pero a la vez un hombre, en una suerte de disociación curiosísima que vendría a ser como el equivalente, en hermafrodita, de Jekyll y Hyde, de tal manera que puede ser unas veces varón, otras mujer, otras ambas cosas, e incluso coexistir ambos cuerpos a la vez en el mismo espacio-tiempo. Neptune conoce a Matalusa (también conocido como Martyr Loser King, título que evidentemente parafrasea al famoso mártir de la negritud de nombre similar, pero también es el título de un álbum publicado hace unos años por Saul Williams), minero del coltán (las tierras raras, el metal imprescindible para fabricar los chips que gobiernan el mundo) que ha huido de la mina al ser asesinado su hermano Tekno. Otros personajes se irán cruzando en el camino de uno u otro, con nombres simbólicos como Psicología, Memoria, Elohel o Inocente. Todos viven en un mundo que es y no es Ruanda, un mundo en el que hablan de “antes de la guerra”, como si la guerra fuera el modo de vida normal del país; no es el caso, afortunadamente, siendo hoy día uno de los países más pacíficos y con un régimen de libertades más amplio del continente africano, quizá como contrapeso al horrible genocidio que tuvo lugar en el país en 1994. La película se va encadenando con los diversos personajes que se desplazan a lo largo del país, hasta llegar a una especie de “portal” donde es posible condensar la energía de los ancestros y utilizarla para “hackear” el mundo...
Lo cierto es que estamos, como decimos, ante un film inclasificable, que es a la vez musical, ficción científica, drama reivindicativo del africanismo, acre acusador del colonialismo, telúrico y tecnológico en una sola tacada, pero sobre todo poético, de una poesía que lo atraviesa de punta a cabo, una poesía negra, rebelde, que busca, con un bellísimo lirismo, ajustar las cuentas con los colonizadores, pero que también expresa una extraña hibridación entre elementos tan ancestrales como modernísimos, incluso futuristas. Con un "look" que evidencia que los medios económicos no han sido muchos, pero los existentes han sido empleados con notable imaginación, Neptune Frost resulta ser una “rara avis” de esas que, muy de vez en cuando, el cine es capaz de producir, en este caso como evidente muestra del talento poliédrico de Saul Williams, que entendemos se encarga de la parte creativa, mientras que su esposa y codirectora, Anisia Uzeyman, se dedica más a la parte técnica, siendo responsable de hecho de la dirección de fotografía y el montaje.
La película es todo lo que hemos dicho y mucho más: también hay un evidente sesgo existencialista (“mi vida nunca fue del todo mía”) y de cuestionamiento de la sexualidad, con ese personaje central que es uno y dos a la vez, como una versión libérrima y africana del Orlando de Virginia Woolf, quizá una metáfora del hermafroditismo, en una evidente mirada hacia el sexo como elemento no binario. Pero es también un brioso musical, muy singular, con una extraña puesta en escena en la que los números cantables siempre se desarrollan en espacios abiertos, en especial en las selvas ruandesas, un musical sin grandes coreografías, que lo fía todo a la atmósfera creada por la música y por unos decorados con frecuencia alucinados y alucinantes. Todo el escenario utilizado, casi siempre natural, con aditamentos de atrezzo como de escombrera digital, es de un futurismo naif, muy fantástico, utilizando con desparpajo elementos tan simples como ruedas de bicicletas.
Las imágenes están siempre preñadas de africanismo, todo remite al África negra. Formamente, los directores gustan de utilizar con frecuencia los primerísimos planos de sus personajes: ojos, cara, perfil... generalmente adornadas con mínimas pinceladas de pintura o con abalorios de tipo cibernético: cables, microchips, diodos... Todo ello filmado con una hermosa fotografía, de colores vivos, aunque es cierto que la realización, a ratos, aparenta ser (quizá premeditadamente...) un tanto ingenua, casi naif.
También tienen un papel importante los pájaros, testigos de la historia y ellos mismos de alguna forma también protagonistas a través de las peripecias de los personajes; de ellos se dice, tan bellamente, “los pájaros son testigos vivientes, vuelan a través de portales donde el dolor es el único pasaporte posible...”. Todo ello en una historia transida de poesía, de un lirismo telúrico, donde la naturaleza es un elemento más, con preciosas canciones, tan distintas, en las lenguas aborígenes, en medio de la selva, canciones llenas de ritmo, de colorido.
La película está llena de ideas, quizá no demasiado bien plasmadas, a veces de forma atropellada, pero muy rica e imaginativa, en una historia un tanto confusa, pero no por ello menos fascinante en su carácter en buena medida hipnótico, también por su lirismo exacerbado, por su estrecha relación con la tierra y la conexión que ésta establece con la tecnología que hoy lo gobierna todo en una extrañísima mezcla de algoritmos y cánticos como de chamanes...
Película rara, subyugante, no da respiro, no hay tiempo para el aburrimiento sino apenas para preguntarse qué te está diciendo, qué te está contando, qué te quiere decir o no te quiere decir. Es cierto que el film es bastante discursivo, muy ideologizado, muy reivindicativo (social, económico, político, ecológico, anticolonial), sin que ello, sin embargo, haga decaer en ningún momento el interés en esta trama alucinada.
Los diálogos tienen generalmente gran altura: política, filosófica, sobre el mundo y sus sistemas de poder, pero también sobre la naturaleza de la africanidad y cómo ha sido, es y seguirá siendo ferozmente explotada.
Los intérpretes, casi todos ellos no profesionales o con escasa carrera actoral, resultan muy frescos y creíbles, teniendo en cuenta además que sus personajes son cualquier cosa menos normales...
(30-5-2022)
105'